Una de las preocupaciones centrales de cualquier entrenador es administrar ventajosamente la relación con el crack. Con el jugador que es debilidad de la tribuna y vaca sagrada dentro del vestuario. Mostaza Merlo puede dar un curso sobre el tema. En su fugaz paso por la conducción de River tuvo que soportar que Gallardo le dijera, muy suelto de cuerpo, que el equipo (es decir él) no se sentía a gusto con los principios tácticos del entrenador. Acto seguido, Merlo se fue a su casa.

El Mellizo Guillermo, recién llegado a un Boca que Angelici maneja a su errático antojo, aún no tiene esos problemas precisamente porque acaba de desembarcar. Sin embargo, una de sus primeras señales fue poner en caja –con suma elegancia, eso sí– al jugador del pueblo. Deslizó que Tevez, según su parecer (y el del mundo entero) debe oficiar de delantero. Nada de nueve y medio ni de aprendiz de estratega. El área, donde se hizo famoso y donde puede aplicar su todavía eficaz uno-contra-uno y sus latigazos picantes.

Lo que hizo el Mellizo es plantar una bandera elemental de autoridad. Pero, al mismo tiempo, acierta en orientar a Tevez hacia su territorio más promisorio. Le cercena un capricho, pero favorece al jugador y al resto del equipo. Ese Carlitos que se retrasaba hasta el círculo central y pretendía convertirse en armador era como un ingeniero al volante de un taxi.

El bodrio de anoche entre Boca y Racing no dejó nada ni siquiera para repetir en los programas deportivos. La Bombonera desierta no hizo más que resaltar la falta de nervio, la muerte de la emoción (¿y si pasaban cantitos grabados como en las sitcom pasan risas?). Con lo cual acaso se demuestre, con el andar de las sanciones y las canchas vacías, que las hinchadas tienen razón, que ellas son tan protagonistas del espectáculo como los muchachos que patean la pelota.

BUENOS AIRES, ARGENTINA - MARCH 03: Carlos Tevez of Boca Juniors looks on during a group stage match between Boca Juniors and Racing Club as part of Copa Bridgestone Libertadores 2016 at Alberto J. Armando Stadium on March 03, 2016 in Buenos Aires, Argentina. (Photo by Gabriel Rossi/LatinContent/Getty Images)

Pero, en la tierra yerma, se distinguió al menos una obra de Guillermo Barros Schelotto. Su movida inicial; el peón que abre la partida. Corrió a Tevez a posiciones más nítidas de atacante. Y el Apache, que volvió a jugar mal como es su más reciente costumbre, hizo caso. Y soportó la marca tenaz de un Racing de insufrible obsesión defensiva (alguien me dijo alguna vez que Sava es un técnico de los que “miran el arco de enfrente”; ahora compruebo que lo mira, sí, desde bien lejos). Aunque no tuvo aciertos, decíamos, destartaló una vez a su marcador y provocó un tiro libre de enorme peligro potencial que murió en la barrera. Algo es algo. Y ese algo es lo que se busca.

Hablando de tiros libres, en esta oportunidad el diez de Boca no fue el dueño de cada pelota parada, especialidad en la que no es un experto. Digamos que Tevez tiene un talento generalista. No es el doctor Chanfle como Riquelme (por ejemplo, los centros se le van inexorablemente hacia las nubes antes de caer en el área).

Lo que hizo el Mellizo es plantar una bandera elemental de autoridad. Pero, al mismo tiempo, acierta en orientar a Tevez hacia su territorio más promisorio. Le cercena un capricho, pero favorece al jugador y al resto del equipo. Ese Carlitos que se retrasaba hasta el círculo central y pretendía convertirse en armador era como un ingeniero al volante de un taxi. Puro desperdicio. Su peso específico –además de un futbolista inspirado es el fetiche del público y de los medios– lo lleva a situarse en el puesto de comando. El corazón de la cancha, la potestad sobre la pelota en todas las circunstancias. Pero Tevez no parece haber nacido para eso, sino para batirse a duelo con cada zaguero y aplicar su vertiginosa intuición en el desenlace de las jugadas.

El Vasco Arruabarrena, acaso por no agitar las aguas, lo alentaba a persistir en el error. El Mellizo promete ponerle un freno. Lo que equivale a rescatarlo.