Una sola vez en la vida deseé lo peor para Muhammad Ali. Fue en la noche del 7 de diciembre de 1970. En el Madison Square Garden de New York, el bocón más grande del boxeo recibía a otro bocón, pero argentino. Por entonces vivía en Perú; era un niño de primarias y pantalones cortos, bajo la condena de ser argentino en una Latinoamérica que nos envidiaba tanto como nos odiaba. Sólo dos o tres compañeritos de mi grado deseaban que Ringo ganase el combate. Para el falso orgullo celeste y blanco que me habitaba, debía defender al compatriota de los pies planos, mal que me pesara. No podía soportar el regreso a la escuela, al día siguiente, para que un par de irrespetuosos de pantalón largo me gritasen “argentino maricón”.
Pero Bonavena cayó por knock out técnico. Y entonces Ali, en mis entrañas, se convirtió en el más grande. Sólo debieron pasar unos días, aquellos en los que hablé maravillas de Ringo y su digna derrota, para dejarme iluminar por los fuegos de un hombre negro que hacía todo a la perfección. Hablaba tan bien como boxeaba. Y boxeaba como si alguno de los dioses lo hubiese entrenado. Eran los tiempos en que el boxeo aún calificaba como deporte en mis anhelos de periodista. Hoy, retirado de los ring sides, de las crónicas y comentarios, de las apuestas caseras y de la acumulación de recortes recibo un documental sobre Ali para dar una opinión.
Facing Ali (Combatiendo contra Ali) es el relato de la vida de Ali contada por algunos de sus rivales. Para los argentinos, la ausencia de Bonavena es también la ausencia de toda referencia al combate que nos excitó en el 70. Pero están las peleas frente a Chuvalo, Cooper, Foreman, Frazier, Lyle, Norton, Shavers, Spinks y Holmes. Casi nada…
No imaginamos cuánto costó en tiempo y dinero esta producción, pero la celebramos. Encontrar a los rivales de Ali y llevarlos hasta la sencilla ceremonia del recuerdo minuto a minuto requiere más que una idea. Merece tocar todos los botones del control remoto, cada escena que, relatada por el rival, muestra la estrategia de Ali para vencerlos.
Sólo la desagradable soberbia del inglés Cooper, a quien Ali le contesta (hoy) con las visiones en blanco y negro de la pelea celebrada en Wembley en 1963, afea en cierta medida una película de homenaje. Pero está bueno que Cooper aparezca. Es blanco, es Sir, es insignificante al lado de Ali.
Facing Ali (Combatiendo contra Ali) es el relato de la vida de Ali contada por algunos de sus rivales. Para los argentinos, la ausencia de Bonavena es también la ausencia de toda referencia al combate que nos excitó en el 70. Pero están las peleas frente a Chuvalo, Cooper, Foreman, Frazier, Lyle, Norton, Shavers, Spinks y Holmes. Casi nada…
Si hay jóvenes que no saben nada de Ali, sabrán todo con certeza (reiteramos: nos deben el capítulo argento). Si hay veteranos que buscan secretos de combates o de los momentos previos, pues aquí está todo. Incluida la confesión, a la manera de León Spinks, de aquel sorpresivo triunfo en 1978, cuando el joven medallista olímpico le arrebatara el título: “creo que me tiré un pedo en el centro del ring cuando festejaba”.
Está la pasión que puso para defender a los negros, para criticar con dureza a los fanáticos de la guerra contra Vietnam. Está la fortaleza para resistir el embate de un país mayoritariamente racista y abusador. Y también está la humildad de reconocer que no debió darle la espalda a Malcolm X, el líder de un sector de los rebeldes negros.
Hablan sus rivales, y hablan los mejores momentos de los archivos de entonces. Uno, pese a verlas mil veces, se revuelca de risa ante las apariciones de Ali en las conferencias de prensa previas a los combates. Había que tener sentido del humor y de la promoción (y mucho huevo) para llevar un muñequito de gorila ante las cámaras del mundo y decirle a Joe Frazier que su cerebro lo poseía él, Ali.
Y hay que premiar al director, Pete McCormack, por su brillante sexto sentido de editor periodístico cuando eligió que un tramo de la entrevista a George Chuvalo, en la que no se habla de Ali, forme parte de esta película. Sencillamente, Chuvalo relata, sin llanto y con unas pausas que nos parten el corazón, los momentos de su vida en que perdió a sus hijos por culpa de la heroína y su esposa se suicidó, ante el drama que les había tocado. Pocas veces hemos observado un alegato tan real y tan poco amarillo contra las drogas.
¿Y Ali? Ali, estimados, todos los años prueba nuevos tratamientos contra el Mal de Parkinson. Los camarógrafos y reporteros sólo se atreven a retratarlo en actividades vinculadas con la recaudación de fondos para luchar contra la enfermedad. Se lo ha visto en algunas oportunidades, en silla de ruedas. En Estados Unidos hacen cola para homenajearlo, pero su familia prefiere preservarlo. Su imagen 2010, comparada con la de aquel joven negro, bello y alto, casi una escultura de ébano, podría llevarnos a la maldición eterna.
Las lágrimas de sus rivales (excepto las del monárquico Cooper, jamás aparecidas) mientras comentan, en el final del documental, cuál fue la última vez en que lo vieron, dan cuenta de dos sentimientos. La idolatría por quien fuera el mejor entre ellos. El agradecimiento, de quienes a causa de Ali, hoy son historia de la buena en el boxeo.
De tantas, separamos las palabras de Foreman, a quien Ali insultó de pelo a pelo y rebajó a la máxima pena de la degradación: “es un negro diferente”. Dice Foreman: “durante la pelea en Zaire, cuando estaba cayendo a la lona, Ali tuvo la oportunidad de meterme una derecha. Yo lo hubiese hecho. Él no lo hizo. Eso demuestra quién era Ali”.