Hay cosas que sólo se entienden en un país en donde la “represión” es confundida con un “desalojo” o en el que un trabajador que gana 9 mil pesos por mes por educar a los niños y jóvenes y que reclama para que le mejoren su salario es considerado un mafioso hijo de puta que quiere voltear a un presidente, a una gobernadora, a los ministros y destruir al sistema democrático.
No es un detalle menor decir que ese presidente, esa gobernadora y los ministros cobran más de 200 lucas por mes (lo que no nos parece mal pero contrasta con lo que lo ofrecen a los maestros) y que cada vez que se aumentan el sueldo lo hacen por encima del 30 por ciento cuando a esa manga de basuras desestabilizadoras y destituyentes se les propone mejorarles el salario apenas un 19 por ciento. Y frente a esto, la mayoría de los periodistas, que opinan desde sets de televisión y redacciones con aire acondionado y con la panza llena, se ponen a pontificar. Esos periodistas, que al decir de Maradona tienen menos calle que Venecia, prefieren romper cabezas, mandar presa a la gente y hasta pagar el precio de matar a algún manifestante con tal de preservar su derecho de llegar temprano al trabajo o al banco, para que no se rompa una vereda al instalar un carpa o porque sostienen que ya se ha protestado demasiado y ahora es tiempo de ponerse a laburar, por más que esos que protestan, justamente, lo hacen porque nadie los contrata.
Una de las tantas estupideces que se escuchó en estos días fue el analisis que se le dio al despido de Edgardo Bauza de la Selección. Se dijo que al ex entrenador lo trataron mal, lo verduguearon y le hicieron bullying. Estamos de acuerdo parcialmente. Porque una cosa es marcar el proceder inapropiado del nuevo presidente de AFA, Claudio Chiqui Tapia, y otra muy diferente es decir que el pobre Bauza soportó estoicamente el mal trato porque deseaba conservar su trabajo o porque es un pobre tipo.
Señores, digamos las cosas como son: Bauza se quedó calladito la boca mientras lo hostigaban porque su silencio y obediencia valía más de un millón de dólares. El Patón sabía que lo querían desgastar para que renunciara a la Selección y a la indemnización. Y Por esa razón se mantuvo firme en su puesto para que finalmente Tapia y compañía lo tuvieran que despedir y así poder cobrar el contrato completo.
¿Estuvo mal Bauza? Para nada. Se movió con inteligencia y defendió sus derechos laborarles como correspondía. Ahora, de ahí a comparar su situación con la de cualquier otro trabajador normal, que cobra un salario modesto y que debe aguantar los malos tratos cotidianos de sus jefes para que no le den un boleo en el culo, hay una diferencia grandísima.
Bauza jugó al ajedrez y finalmente ganó lo que quería. Tapia también lo hizo, pero perdió, ya que su operación de desgaste no surtió efecto. Lo que se dio toda la semana pasada no se trataba de relaciones humanas sino de un negocio. Uno quería llevarse un montón de plata (Bauza) y el otro se la quería ahorrar (Tapia). Alguna vez el ministro de economía de Alfonsín, Juan Carlos Pugliese, expresó: “Les hablé con el corazón y me contestaron con la billetera”, mientras trataba de frenar un golpe de mercado en 1989. Este es un caso similar: es un error confundir el corazón con la billetera.
Bauza, como los jugadores de fútbol de los clubes más importantes, no son pobres tipos ni trabajadores normales. Son deportistas que cobran millonadas de mangos por entrenar equipos y por jugar a la pelota. Forman parte de una elite trabajadora y no pueden ser considerados pares de los que se levantan todos los días a la mañana para ganarse el mango y llevar un pedazo de comida a la mesa ni de los que la yugan en el ascenso.
Pensarlo de esa manera ofende la inteligencia. La que, por otra parte, está bastante machucada desde hace poco más de un año y medio, justamente desde que la palabritas “juntos” y “felicidad” remplazaron al disgnóstico político para darle paso a los slogans. Lo que no es casual sino que forma parte de un plan de desguasar a la sociedad de contenido político.