Todos los delanteros de la Selección convirtieron el fin de semana y se levantaron innumerables voces para marcar los problemas sicológicos que tiene los futbolistas al ponerse la camiseta de la Selección. Para muchos especialistas, entonces, la sequía con el equipo nacional no se refiere a cuestiones futbolísticas sino a la ausencia de un sicólogo o, en el peor de los casos, de un exorcista para que atienda a esta manga de desquiciados que rinden en sus clubes pero que en la selección casi no pueden levantar las piernas.
Es más que evidente que nadie se fijó en la tabla de posiciones de las eliminatorias para constatar que Argentina marcó 16 goles en 16 partidos jugados. Es decir, que el problema no es de ahora sino que se arrastra ya desde hace un par de años.
Tampoco nadie se detuvo a analizar que estos jugadores pasaron sin escalas de ser subcampeones del mundo y de América (dos veces) con Alejandro Sabella y Gerardo Martino en la conducción a convertirse en un verdadero desastre con Edgardo Bauza (retrocedió cien casilleros a nivel futbolístico) y ahora no terminan de levantar cabeza con Sampaoli pese a que se mejoró considerablemente. ¿Algún equipo en el mundo resistiría semejantes volantazos en su forma de jugar y encima casi sin recambio de jugadores?
Nadie reflexiona tampoco sobre la calidad de los pases o asistencias que reciben Messi, Agüero, Dybala, Icardi, Benedetto e incluso en destratado Higuain en sus respectivos equipos. Tampoco el nivel de los compañeros que tienen (lo mejorcito de cada casa). O la calidad de los rivales que enfrentan (algunos son francamente malos). Ni que hablar de lo aceitados que tienen en sus clubes los diferentes dispositivos de juego y sistemas ofensivos. No. El asunto es sicológico. Los pibes tienen problemas y se bloquean cuando se calzan la celeste y blanca.
Lo que le pasa a la Selección argentina, amigos, poco tiene que ver con un trauma. Lo que ocurre es que este equipo, ante al primer problema que se le presenta durante el partido, se desmorona futbolísticamente y eso se lleva puesto, luego, a lo emocional. Y no al revés. Lo que todos saben hacer a la perfección, un vez que aparecen los contratiempos, se pone en duda. Y entonces se pierde precisión, se apela a decisiones individuales en lugar de sostener lo grupal, se abandona la estructura de equipo, se separan las líneas y el apuro le gana a la tranquilidad. Es decir, son problemas netamente vinculados al juego y no a cuestiones externas. Y entonces sí, con la catástrofe futbolística en proceso, aparecen las dificultades de carácter. Y ya es complejo para algunos saber que apareció primero, si fue el huevo o la gallina.
Todos coincidimos en que Argentina en el primer tiempo del partido del otro día debió haber goleado a Venezuela. Y también que el gol de los venezolanos, en el comienzo del segundo tiempo, sembró de inquietud a los futbolistas. Me niego a pensar que Messi o Mascherano o cualquiera de los otros muchachos fueron presa del miedo, de la angustia o se paralizaron por terror. Por el contrario, si algo les pasó fue que la rabia y la sobreentrega les nubló lo más importante que debe tener un jugador de elite: la inteligencia.
En cualquier ámbito profesional, si uno encara la realización de una labor, lo más probable es que todo salga mal si se quieren saltar etapas, se trabaja bajo presión o se busca hacer las cosas de manera apurada. Ni que hablar si ocurren las tres cosas al mismo tiempo y si, además, esto pasa en una competencia deportiva, en donde hay que hacer bien el trabajo propio con la particularidad de que también hay que superar a un adversario.
En definitiva. Los jugadores argentinos no tienen problemas sicológicos ni mucho menos. Los jugadores argentinos necesitan recuperar el rumbo futbolístico que tenían con Sabella y con Martino, reencontrarse con su línea de juego, su identidad y con la convicción de que con las armas que cuenta está en condiciones de superar a cualquier equipo del mundo. Básicamente, deben volver a constituirse como equipo. Porque alguna vez lo fueron y consiguieron extraordinarios resultados más allá de que el exitismo argentino los haya castigado duramente.
El problema no es síquico sino futbolístico. Esperamos que Sampaoli así lo entienda y obre en consecuencia. Las cosas deben mejorar dentro de la cancha y no fuera de ella. Y el trabajo debe ser en el campo y en los entrenamientos. “Es el juego, estúpido”, diría Clinton si fuera el entrenador de la selección.
Las soluciones están ahí, a la mano. Y la clacificación para Rusia, también. El asunto es que Sampaoli ponga el acento en el lugar apropado y que no se deje llevar por teorías disparatadas. Si quiere un sicólogo, que lo ponga. Nunca está de más. Pero que el laburo se enfoque en el juego. Eso será lo único que nos permitirá salir de la estancada.