“El guardiolismo ha arruinado una generación de defensas. Ahora todos miran hacia arriba, en los cruces ya no hay defensores italianos, de esos que intimidan al rival, se está perdiendo nuestra tradición”, dijo Giorgio Chiellini días antes de ser protagonista de una de las
decepciones más grandes de la historia del fútbol. El defensor italiano, con cara de malo y enojado con todos, criticó el estilo que desde hace una década es el más existoso del mundo y le “echó la culpa” de los problemas de su Selección.
Minutos después de la ignominiosa eliminación de la Copa del Mundo de Rusia, la opinión pública salió a reclamar el regreso a las fuentes para la Nazionale. Como si el problema de este equipo sin rumbo fueran sus intenciones de mantener la posesión y jugar al ataque y no la falta de calidad o de un trabajo serio. Italia se quedó afuera porque no tuvo una idea clara, no porque dejó de jugar al catenaccio.
Chiellini puede tener razón en la parte de que el fútbol italiano ya no forma los defensores de otras épocas, pero no en que el culpable de eso es el guardiolismo. De hecho, muchos de los mejores defensores del mundo son y fueron dirigidos por Guardiola (hoy Otamendi y Stones, antes Piqué y Puyol). Es decir que el problema es la organización del calcio en sí misma y no la búsqueda de un nuevo estilo.
En los últimos sesenta años, Italia no se perdió ningún Mundial, ganó dos, fue dos veces subcampeón y llegó a otras dos semifinales. Tuvo muchos grandes defensores y muchas veces su juego privilegió cuidar el arco propio. Sin embargo, también tuvo jugadores de ataque como Gianni Rivera, Sandro Mazzola, Luigi Riva, Paolo Rossi, Roberto Baggio, Alessandro Del Piero y Franceso Totti. Cracks que fueron tanto o más responsables de los éxitos como los Giacinto Facchetti, Cesare Maldini, Franco Baresi o Fabio Cannavaro. Hoy, Italia no tiene un Baresi pero menos tiene un Baggio.
Tras el título conseguido con Marcello Lippi en Alemania 2006, pasaron por la dirección técnica Roberto Donadoni, Lippi de nuevo, Cesare Prandelli, Antonio Conte y Gian Piero Ventura. Salvo Prandelli y Conte, ninguno pudo darle identidad al equipo. El primero fue quien con más fuerza intentó cambiar el estilo y lo logró, sobre todo en la Euro 2012. Conte impuso su condición de líder y le dio más carácter que juego al conjunto que eliminó a España en la última Euro. El resto se quedó en el híbrido que llevó a una de las cuatro Selecciones más importantes del mundo a este presente sombrío.
En definitiva, Italia quedó afuera de la Copa del Mundo porque no fue ni una cosa ni la otra. Ni mantuvo su histórico estilo rácano (aunque ya anacrónico) ni tampoco eligió los intérpretes (tiene pocos) para jugar como Napoli, por ejemplo. De hecho, Lorenzo Insigne, hombre clave en el equipo de Maurizio Sarri, miró la eliminación desde el banco de suplentes.
Ver un Mundial sin la Azzurra será una experiencia totalmente nueva y sin dudas nos faltará algo en junio del año que viene. Ahora, llegó el momento de que en la madre patria intenten refundar su fútbol de verdad, con una idea clara y sin echar culpas a terceros.