Qué tendrá para decirle Guillermo Barros Schelotto a Centurión en esa “charla profunda” que el entrenador de Boca afirma que tienen pendiente. El caso Centurión parece quedarle holgado al Mellizo, por más que lo guíe el espíritu solidario.
El talentoso delantero acaba de sumar otro episodio privado escandaloso. Esos que deleitan a la prensa trash y que amargan a los representantes y demás interesados en despejar la ruta hacia una transferencia jugosa.
De acuerdo con una resonante denuncia, le pegó a su ex novia durante una borrachera. La chica, además de contárselo a su abogado, lo narró detalladamente en Intrusos, un programa dedicado a la extorsión pública disfrazado de feria de chimentos. No son pocas las mujeres y varones que han desfilado por ese estudio para contar pormenores de sus relaciones de pareja, sus padecimientos, desengaños y miserias, y obtener así una módica exhibición.
El hecho es muy grave. Boca podía hacer la vista gorda con sus aventuras nocturnas y algún que otro video incómodo en circulación. Pero ante un tema que arde en la agenda social como la violencia de género sus responsabilidades son otras. En abril hubo en la Argentina un femicidio por día; la cuestión excede el acto de indisciplina de un futbolistas disfuncional y afecto al jolgorio.
Por empezar, el club haría bien en repudiar con energía el hecho y no acogerse a supuestas dudas suscitadas por el testimonio de la chica. Sospechar de la víctima ha sido un perverso y repetido error ante denuncias de esta clase.
En paralelo a las derivaciones judiciales, Boca debe decidir qué hace con el futbolista. Se acerca el momento de pagar más de 6 millones de dólares por su pase, y el rumor persistente señala que la institución que conduce Angelici no se quedará con semejante incordio. La valorización de su ficha, conseguida con creces en la cancha, acaso se vea neutralizada progresivamente por las desventuras privadas.
En los días que corren, los jugadores promisorios, por muy humilde que sea su origen, se forman como soldados del mercado, jóvenes educados para cursar sin sobresaltos el camino hacia las ligas de Europa.
En ese panorama, Centurión es un resabio de la vieja cultura. La de los cracks descarriados, a quienes todo se les perdonaba y cuyos gestos de indisciplina y desapego a la fajina cotidiana se tomaban como un atributo encantador.
Centurión es una mercancía de altísima cotización en riesgo de degradarse. Y así posiblemente observe Boca la situación. El patrimonio del club es lo primero.
El jugador no presenta una biografía original en el oficio. De pasado marginal, curtido en la necesidad, se volvió de pronto un hombre famoso y adinerado al que le explotó la cabeza. Un hombre que sobrelleva el esplendor a duras penas. Y que parece encaminarse a la autodestrucción. Nadie podrá negar que ha enviado sobradas señales al respecto.
Ahí, en ese punto crítico, Boca tiene otro frente de acción. Quizá no alcance con una charla franca con el entrenador. Ni con el departamento psicológico del club, cuyo concurso los dirigentes dicen haber solicitado.
Se trata de un dilema que las autoridades deportivas no lucen preparadas para afrontar. Todo indica que Boca optará por el mal menor e implementará la terapia del raje. Y hará propia una frase del gran García: Por favor, no te mueras en mi casa.