¡Cuánta emoción! ¡Qué tensión! ¡Qué nervios! ¡Pero qué poco fútbol! Ya hace un tiempo que los superclásicos vienen siendo una porquería. Y lo peor es que ya nos acostumbramos a que sean así. Pero, ¿a alguien le importa? El domingo, seguro, no les importó a los hinchas de Boca. El jueves, seguro, no les importó a los hinchas de River. Y la única intriga que queda por develar es a quién no le importará la semana que viene.
Con la confirmación de los mediocampos quedaron claras las intenciones de ambos. Boca pretendía ir a jugar al Monumental y River no quería dejarlo. Ese duelo lo ganó River por escándalo en el primer tiempo. Pero… ¿y después? Después vemos. Aquel equipo lleno de variantes ofensivas que deslumbró un par de meses (qué poco duró…), ya no existe. River atacó a los tumbos. Y si de casualidad se la pusieron pasar entre sus jugadores, fue eso, pura casualidad.
Recién a los cinco minutos, River tocó la pelota como se espera mínimamente de uno los mejores equipos del fútbol argentino. Y así tuvo su mejor chance, que se quedó en el empeine de Sánchez.
Peor Boca, que se dejó comer mansito por la intensidad violenta de su rival. Se supo que estaba en el Monumental sólo a la vuelta del descanso, cuando Calleri emuló a Gigliotti y, cara a cara, no pudo con Barovero.
Si algún mérito se puede resaltar de River es el haber empequeñecido a un equipo que venía floreándose. Pero es un mérito a medias, porque nunca demostró tener un plan para la segunda parte del trabajo. ¿O el plan era que Marín hiciera un penal así de tonto? La sensación es que Gallardo se está vistiendo de Simeone y le juega a Boca parecido a como el Atlético le juega al Madrid.
Mientras, Arruabarrena se olvidó de la lección de la Sudamericana. River decidió que los clásicos no se jugaran y Boca no supo cómo llevar el fútbol a su terreno. Bienvenidas las intenciones desde el armado del equipo, pero no sirven de mucho si sólo se quedan en intenciones. Estará bueno saber cómo el técnico de Boca resuelve esta cuestión porque, hasta donde sabemos, no existen inyecciones de espíritu, que es lo que precisan algunos jugadores.
Sin embargo, lo más importante es lo que necesitan los que se sientan frente a la tele a ver uno de los partidos más taquilleros del fútbol mundial. Pero, como ya lo dijo Verón, para eso es mejor ir al teatro.