Para llegar a este final anunciado no es necesario ir muy atrás. Se podría enumerar el desmanejo de la AFA; el Martino, Bauza, Sampaoli; los Juveniles tirados a la marchanta… Por supuesto que son antecedentes que están ahí y que pesan, pero lo que pasó en este Mundial es casi todo responsabilidad del cuerpo técnico y los jugadores.
Sampaoli llegaba, supuestamente, para revolucionar un poco el panorama. Lo más importante: por fin íbamos a dejar de ver a Mascherano como el organizador del equipo. Pero eso no duró nada. Fue sólo un espejismo en las Eliminatorias y en los amistosos. Después, el técnico se dejó torcer el brazo. Sin Mascherano de volante, apareció Lo Celso, que aportó algo que este equipo no tenía: frescura, movilidad, pase entre líneas. En fin: fútbol moderno. Porque, ya lo dijimos después del debut con Islandia: Argentina es un equipo viejo. Y no por la edad de sus futbolistas. Su fútbol es antiguo, de otra época.
Es obvio que algo pasó con Lo Celso. Antes del Mundial, Lanzini y Lo Celso eran número puesto. Roto el ex River, desapareció de los titulares también el ex Central, que junto a Ansaldi y Guzmán son los únicos que no jugaron ni un minuto. Y acá entra la responsabilidad de los jugadores. Paradójicamente, una responsabilidad que no tiene que ver con lo que (no) hicieron adentro de la cancha sino con las decisiones que tomaron afuera. Mascherano y Messi dieron a entender que no se entendían con él y Sampaoli, que se entregó siempre mansito, no hizo nada por defender a su gran apuesta.
Lo de Nigeria fue un espejismo que se comieron los giles. O los que se cubren con que “es fútbol y puede pasar cualquier cosa”. La verdad es que no. Con lo demostrado por Argentina en Rusia, pasó lo que tenía que pasar. En Un Caño no se leyó nada parecido a la euforia tras el agónico gol de Rojo. Muchísimo menos hablamos sobre hazañas, héroes o estupideces semejantes para describir un simple pase de ronda en un grupo con Croacia, Nigeria e Islandia.
Ya hablamos sobre lo que pasó antes del inicio de la Copa con Lo Celso. Pero apenas arrancó el torneo nos encontramos con Mascherano y Biglia juntos ante Islandia. Pero como todo se puede empeorar, ante Croacia Sampaoli nos sorprendió con una línea de 3 (o de 5). Ya sumergidos en el baile de los delirios, surgieron los jugadores para plantearle al técnico que sus esquemas les estaban jugando en contra. A partir de ahí, las decisiones fueron “consensuadas”, por decirlo de alguna manera para que el entrenador no quede como indigno.
Una tarde con los históricos alcanzó para jugar un correcto primer tiempo contra un equipito como Nigeria. Que se transformó y engañó a muchos por el gol de Rojo. Que el corazón, que la mística, que Messi, que Mascherano… Bla, bla, bla… En realidad, lo que quedó claro en ese choque fue lo pintado que estaba el entrenador. A Sampaoli no sólo no lo abrazó nadie, ni siquiera le dieron una palmadita. Ni los futbolistas ni sus ayudantes. Un panorama que anunciaba la catástrofe.
Cuando ya pensábamos que habíamos visto, el colmo de los colmos fue afrontar un partido de octavos de final sin 9. Quisieron cuidar a Pavón para que no sintiera la responsabilidad y lo pusieron como titular en el partido de más responsabilidad. Y se notó. Pavón fue una sombra. Pero, supongamos que la hubiera roto como en Boca. ¿A quién le iba a tirar centros? Mientras, Agüero, Higuaín y Dybala miraban todo sentaditos en el banco. Otra vez, como el Mascherano y Biglia del comienzo y la línea de 3 con Croacia, nos parece mentira estar escribiendo esto. Pero esto fue lo que sucedió.
Sólo por esas cosas que tiene el fútbol, Argentina estuvo ganando el partido (también parece mentira), pero Francia no necesitó hacer más que dos jugadas para poner las cosas en orden. Sin poner cuarta jugó Francia, sin desplegar el potencial que tiene pero que por ahora no mostró. Porque con Argentina no lo necesitó. Argentina se ganaba sola, cada uno decidirá desde qué momento.