Si bien se mira, los futbolistas son una suerte de empleados estatales, ya que gran parte de sus ingresos –del ingreso de los clubes– proviene de Fútbol Para Todos, es decir de fondos públicos. El salario de, digamos, Jonathan Schunke, y el de los trabajadores de Anses tienen el mismo origen. Ahora, con el nuevo gobierno, Fútbol Para Todos amplió su cobertura y decidió subsidiar a los principales canales de televisión para que se apropiaran de las transmisiones más interesantes –los equipos grandes– con sólo pagar un modesto canon. Así, Canal 13, Telefe y América –el último en abordar el tren de la alegría, que alguna vez habló de la necesidad de una licitación– cercan la cabecera de playa de lo que será la restitución del negocio del fútbol a su antiguo dueño (¿adivinen quién?).
Con la participación privada, se renovó el staff de periodistas, pues cada emisora apuesta a sus estrellas (ejem). Y así tenemos, en América, el relato de Paulo Vilouta, un profesional que, el último domingo, confundió un magnífico gol de chilena con un cabezazo y así lo narró para la masiva audiencia del clásico de Avellaneda. Claro que este desliz sería irrelevante si fuera compensado por un relato rebosante de palabras bellas, de imágenes creativas, reflexiones inspiradas y un tono vivaz aunque de decibeles controlados. Pero no es el caso.
Así y todo, su medianía tal vez sería por completo llevadera, si no lo hubiéramos visto, en alguna deriva del zapping, en el panel de Intratables, ese programa que le hace lugar todas las voces (juntas). Allí, Vilouta ejerce con enojo imperturbable el más puro periodismo de peluquería. Hace un culto del prejuicio, es decir del sentido común reaccionario. Y ostenta su analfabetismo político y su pereza mental con una arrogancia pasmosa. Agresivo hasta el insulto, su prédica más elaborada, como los pasos de un criminal impenitente, siempre conduce a la prisión. Tiene que ir preso es su frase preferida para cerrar de un portazo cualquier esbozo de discusión. Y el énfasis se multiplica cuando el asunto atañe a funcionarios de la pasada gestión de gobierno. Sus balbuceos siguen la huella de otro intelectual implacable y de refinada argumentación, Jorge Lanata. Son todo’ chorro’ es el aserto básico del edificio conceptual del reportero ahora instalado en Miami. Como el Cogito, ergo sum de Descartes.
Lo más curioso es que Vilouta siempre gruñó contra el abuso de la cadena nacional que, según él y tantos otros, perpetraba Cristina. Por más que anunciara medidas decisivas para el destino de la Argentina, cierta crítica juzgaba impropio interrumpir la novela o el show de preguntas y respuestas. Ah, y además no se podía apagar la tele para leer un libro, tener sexo o charlar con los hijos. No. Un dispositivo de espionaje montado por La Cámpora estaba atento a cualquier rebelión privada para castigarla con el destierro.
Ya no hay más Cristina. Por fin. Pero tenemos a Vilouta durante toda la semana. No es cadena nacional, aunque sí una permanencia digna de un comunicador indispensable. A la luz de las últimas elecciones, me temo que muchos creen que ganamos con el cambio.