Terminó el Mundial para Argentina, con lo bueno y lo malo que eso trae aparejado. Lo bueno es que los resultados no taparon el desquicio que padeció y padece el fútbol argentino, en el aspecto organizativo desde hace años. Lo malo es que sumamos una nueva frustración.
Lo bueno es que tal vez, de esta forma, sepamos valorar el segundo puesto de Brasil 2014 y nos bajemos, al menos por un rato, de la ola de exitismo. Desarticular esa falsa verdad que dice que el segundo es el primero de los perdedores siempre es un buen comienzo para construir una sociedad un poco mejor, en donde se deje de valorar sólo el éxito y se empiecen a tener en cuenta los caminos recorridos. O sea: para ser segundos, para perder una final, se debieron superar seis escalones previos con diferentes grados de dificultad. Argentina los supo escalar en 2014 y se ahogó muy rápido en Rusia 2018. ¿Qué fue mejor? ¿Qué disfrutamos más?
Lo malo es que otra vez quedaron en evidencia, ya fuera de la cuestión dirigencial, las carencias de un grupo de jugadores que no supo encontrar respuestas ante los diferentes problemas que se le fueron presentando. Y no sólo eso: por alguna razón que suponemos que será explicada oportunamente, en un momento el plantel decidió asumir una autogestión (compartida o no con el entrenador, no los sabemos a ciencia cierta) que tampoco sirvió para acercarnos, ya no digamos al triunfo, al menos hacia la práctica de un fútbol convincente.
Y este último párrafo es el que nos da el pie para pensar si tiene algún sentido que Jorge Sampaoli siga al frente de la Selección.
Vamos a empezar por las razones que avalan la continuidad.
Se dice hoy, no sin algún grado de razón, que hay que refundar a la Selección, que hay que tomar lo mejor de algunos ejemplos del exterior y que hay que consolidar los proyectos. Más allá de la zaraza de todas estas afirmaciones, algo de verdad hay. Hace ya 14 años que Argentina no apuesta a procesos largos. El último fue con Bielsa, en 2004, cuando se fue después de seis años al frente de la Selección y con la eliminación en primera ronda en Japón-Corea 2002 y con el título de campeón olímpico en 2004. De ahí en más, todo fue improvisación: Pekerman (04-06), Basile (06-08), Maradona (08-10), Batista (10-11), Sabella (11-14), Martino (14-16), Bauza (18-17) y Sampaoli (17-18). Ocho técnicos en 14 años, a razón de uno cada año y dos meses. Está claro que así no se debería seguir. De hecho, Argentina vivió su época de gloria deportiva cuando estabilizó y respaldó a los técnicos: entre 1974 y 2004 (30 años) hubo apenas cinco entrenadores: Menotti estuvo ocho años al frente del equipo, Bilardo, igual; Basile, cuatro; Passarella, otros cuatro; y Bielsa seis años.
Con estos antecedentes, con un contrato firmado con Sampaoli hasta 2022 y si nos atenemos a la historia reciente, lo lógico sería seguir con el mismo entrenador y apostar a dar un salto de calidad desde los juveniles y hacia la mayor. De esa manera tendríamos previsibilidad. Si se lo eyectara a Sampaoli, el próximo entrenador llegaría con una debilidad estructural: tanto los hinchas como los jugadores sabrían perfectamente que, ante resultados negativos en las Copas Américas de 2019 ó 2020, su cargo estaría puesto en duda. Volveríamos a esa lógica binaria de que si gana sigue y si pierde lo echamos a patadas. Y nada bueno se construye desde ahí. Nadie puede trabajar tranquilo si tiene la soga en cuello y están esperando un error para lincharlo.
Con esto queremos decir que, incluso en los procesos largos, hay que saber digerir uno que otro sapo, como le pasó a esos cinco entrenadores que estuvieron al frente de la Selección entre 1974 y 2004, ya que no se consiguen los éxitos por el solo hecho de mantener un técnico durante un tiempo determinado. Si fuera así, tendríamos la fórmula de la Coca Cola en las manos; y no es el caso. Y decimos más: en esos lapsos mencionados líneas arriba, fueron más las derrotas y las frustraciones que las alegrías. No olvidemos que los dos últimos títulos en mayores datan de 1991 y 1993, con las dos Copas Américas ganadas por Basile. Van 25 años sin campeonatos, y con todos los formatos habidos y por haber.
Dicho esto, para caracterizar lo que para nosotros significa un proyecto serio de Selección, vamos ahora a hablar específicamente de Sampaoli.
Jorge llegó a la Selección después de Bauza con la chapa de entrenador moderno, actualizado, capaz de organizar a un equipo que no daba pie con bola en las Eliminatorias y que no jugaba a nada. Los pergaminos de Sampaoli lo ponían en ese lugar. Más allá de éxitos o derrotas inmediatas, lo importante era el proyecto futuro.
Pero la estima por Sampaoli se fue deshilachando con el paso de los partidos y ni que hablar con el desarrollo del Mundial. Un entrenador que se jactaba de ser motivador, se llevó como el culo con los jugadores. Su cuerpo técnico también tuvo cortocircuitos con el plantel. Y eso no hubiera sido grave si al menos se hubiera acertado con las decisiones táctico-técnicas, pero tampoco ahí podemos encontrar algo que nos deje conformes.
Se saltó de un sistema a otro sin ensayos previos. Se pulseó con algunos jugadores para saber quién la tenía más grande. No se acertó con la lectura de los partidos. No se detectaron las fortalezas y debilidades de los adversarios. Se hicieron cambios insólitos de partido a partido. Se hicieron cambios insólitos durante los partidos. Y lo más grave: el cuerpo técnico perdió el respeto de los jugadores, por lo que se rompió la cadena de mando y, a partir de la derrota con Croacia, todo fue un sálvese quien pueda.
O sea: es muy difícil encontrar un punto favorable para respaldar la continuidad del entrenador más allá de que tiene un contrato firmado hasta 2022 y de la fe que podamos tener en que las cosas se van a enderezar con el paso de los días. Y ya sabemos que ningún orden de la vida, y mucho menos en el fútbol, el voluntarismo es un buen consejero.
Así estamos entonces. ¿Sampaoli sí? ¿Sampaoli no? Dicen que el entrenador tiene ganas de seguir para buscar la revancha. Y que ya conversó con sus colaboradores para planificar el futuro cercano. ¿Qué haríamos nosotros? No somos Claudio Tapia como para ponernos en ese lugar, pero lo más razonable sería conversar con el entrenador para vistear en qué condiciones se encuentra; para saber si está preso de un delirio místico o si sus argumentos y entusiasmo están vinculados a un análisis razonable.
Dentro del equipo de Un Caño, las opiniones son tajantes: la mayoría cree que debe ser remplazado. Quien firma estas líneas no está convencido. Como hice a lo largo de esta nota, analizo los pro y los contras y no termino de inclinarme decisivamente hacia ninguno de los dos costados, lo que por otra parte también es una media respuesta: porque la falta de certezas hace que intuya que lo mejor sería, en caso de conversar con Sampaoli y detectar que efectivamente posee un plan, darle un tiempo para que muestre sus cartas futuras. ¿Qué se pierde con poner el límite en la Copa América del año próximo? No parece un delirio.
Eso sí: no ataría las decisiones a los resultados deportivos sino que evaluaría otras cosas. Capacidad para producir el recambio de jugadores, consolidación de una idea de juego, trabajo con los juveniles, organización interna, respaldo de los clubes a las decisiones del entrenador, relación con los futbolistas y tantísimas otras que cosas que hacen a que tengamos una organización sería y dejemos de ser una banda de energúmenos que nos movemos espasmódicamente si ganamos o perdemos un partido.
Fin de la nota. Si alguien, a partir de leerla, tiene algo para aportar, se lo agradeceríamos. Porque admitimos que a lo largo de todas estas líneas hay muchas incógnitas y pocas respuestas. Al fin y al cabo, ¿quién dice que los periodistas somos los dueños de la verdad? Sólo lo afirman algunos periodistas que se suponen iluminados y dan cátedra desde el púlpito.
Por suerte no son tomados muy en serio.