Una particularidad del argentino medio es la de sacar ventaja. Por eso, podemos estar de acuerdo con muchas de las cosas que se dijeron después del episodio Riestra-Comunicaciones. Jugar al filo del reglamento es una de las condiciones, por ejemplo, que se observa mucho en el fútbol.
Eso no quiere decir hacer trampa, pero sí es ir en contra del espíritu del reglamento o, directamente, del juego limpio.
Un ejemplo es cuando faltan pocos minutos y un jugador se lleva la pelota al banderín del córner para dejar que pasen los segundos. O cuando un arquero, ante un tiro fácil, se desploma con la pelota en las manos porque, sabe, que la regla de los 6 segundos no corre mientras está en el suelo. Es lícito, pero sabemos que los que lo hacen vulneran el fair play.
Después entramos en el terreno de las trampas, como el bidón con agua podrida que se le dio a Branco en el Mundial 90, la mano de Dios en el 86, fingir infracciones o lesiones y toda la gama de artimañas que los jugadores profesionales despliegan en cada partido.
Es interesante igual discriminar. El bidón a Branco (trampa premeditada y repugnante) o la mano de Dios (trampa espontánea pero trampa al fin) no fueron condenados de la misma forma en que, por ejemplo, se lo hizo con el área ampliada de Riestra o con el jugador/invasor que impidió que se disputaran los últimos 5 minutos. O sea: con un equipo de Primera B todos nos ponemos moralistas y nos arrancamos la ropa horrorizados. Pero con la mano de Diego o con la descompostura de Branco entendemos que son vivezas criollas y, en lugar de condenarlas, hasta las festejamos. ¿Doble moral? Sí. Otra especialidad de la casa.
Lo mismo ocurre en la vida cotidiana. La mayoría de los argentinos de bien condenamos la corrupción porque entendemos que es un flagelo que nos degrada como país. Ahora, ¿quién no trató alguna vez de coimear a un policía para que no le hiciera una multa? ¿O a algún inspector de lo que fuera para zafar de una posible clausura de lo que fuera? ¿Y eso qué es? ¿Acaso no es corrupto el corruptible y también el corruptor? Otra característica argentina: mirar la paja en el ojo ajeno pero hacernos los boludos con el árbol propio.
En una nota de La Nación, por ejemplo, se forzó y comparó lo ocurrido en Riestra con las cifras del Indec intervenido. Se decía: “¿A quién se le puede ocurrir tapar la inflación falseando los índices estadísticos? A un argentino.” O sea, sólo las mierdas de personas que habitamos este país somos capaces de hacer semejante cosa. Todos.
Dicho esto, vamos con otras trampas y afanos que deploramos y detestamos que ocurrieran u ocurran en estas tierras:
No queremos que se falseen nunca más las cifras del Indec, repetimos.
No queremos que un ex funcionario tire 6 millones de dólares por sobre la pared de un convento. Nos da asco.
No queremos que un ex ministro de Planificación tenga tantas denuncias por corrupción, más allá de que entendemos que el principio de inocencia está por encima de todo. Pero las acusaciones, más allá de la sobreactuación y condena mediática, son ásperas.
No queremos que se intente condonar una deuda de 40 mil millones de pesos a una empresa del padre del presidente (Correo Argentino).
No queremos que suban los peajes de las autopistas para elevar el precio de las acciones de una empresa del padre del presidente (Ausol).
No queremos que se liberen los cielos para que padre del presidente pueda vender más cara su línea aérea privada (Mac Air).
Pusimos tres casos de uno y del otro lado de la grieta. Detestamos aquellas cosas que sucedieron y detestamos estas que están sucediendo.
¿Son todos iguales entonces? De ninguna manera. Los chorros no son propiedad del macrismo, del peronismo o del kirchnerismo. Los chorros son eso: chorros. Sin importar el partido político. Si fueran bancarios le robarían al banco. Si fueran mozos, al restaurante. Si fueran médicos, a los pacientes. Y podemos seguir. Pero no todos los políticos, bancarios, mozos o médicos son ladrones porque algunos hayan metido la mano en la lata. Ergo: no todos los argentinos somos una manga de corruptos, como nos quieren convencer.
Como tampoco nos van a convencer de que la política es un basural. No creemos ni avalamos esa frase que se tira en las peluquerías sobre que los políticos son todos iguales. Reivindicamos que, desde la política, se pueden transformar realidades.
Para darse cuenta sólo hay que recordar los doce años de la anterior administración y analizar los dos de la actual.
Cada uno tendrá su respuesta.
Pero lo que es seguro es que no son lo mismo.