Ayer a la noche mi queridísima amiga Magdalena Diehl me mandó este meme:
Primero me reí, pero al toque me sonó un “gorila alert”. No habría que vincular jamás al peronismo con este deporte de chetos, pensé.
El debate se puso picante en un grupo de panelistas profesionales que tenemos también con Fernanda Nicolini y Mercedes Halfon, donde las cuatro solemos apasionarnos por cualquier tema de la actualidad.
Todo se desató tras el papelón del “no homenaje” al Diego por parte de la selección argentina en el encuentro con Nueva Zelanda. Un momentazo para el recuerdo, cuando el capitán de los All Blacks desplegó detrás de la línea que divide la cancha con el rival, una remera con los colores neozelandeses, pero con el número diez y el apellido del mejor jugador de fútbol de todos los tiempos, convertido hacía pocas horas en lo que me gusta llamar un Cristo mitológico y sensual.
El debate álgido repasó varias ideas. Que Ernesto Guevara jugaba al rugby. Que hay 144 desaparecidos rugbiers. Que el deporte no tiene la culpa. Por otro lado, todo lo que encierra simbólicamente el mundo del rugby. Los colegios caros, la pertenencia aristócrata, la práctica de los grupitos de bobos sin cuello que salen a pegar en patota, su estética, el hecho de que digan “man” y “negros de mierda” 100 veces por día.
A mí y a la mayoría de las panelistas nos mandaron colegios bilingües, dónde las chicas jugábamos al jockey y los varones al rugby. Llegamos a la conclusión de que existe una especie de cuento titulado “honor de caballeros” que se les inculca con orgullo a los niñitos. Es ésta variable, para mí, la que los tiene a todos en un estado de ebullición latente, de tener que demostrar algo en grupo, como cuando se te cae la Coca Cola al piso y sabés que no la podés destapar porque se pudre todo. Miles de burbujas haciendo el scraum, como miles de rugbiers con la cara roja, con muchas ganas de hacer fuerza y empujar y mostrar su superioridad. Su honor.
¿Habrán sentido Matera y sus compañeros que perdían un poco de honor cuando se ventilaron sus twitts? No hay nada menos heroico ni épico que burlarse de una empleada doméstica. Por lo menos eso pensábamos nosotras en el panel, mientras lo discutíamos. Para decir esas barbaridades sin sonrojarse se precisa algo más que la libertad de tener lengua y cuerdas vocales. Lo que te habilita es tu clase social. No por nada la homofobia, la xenofobia y el clasismo son construcciones arraigadas en la derecha.
“Pero nadie resiste el archivo”, “nosotras intentamos no reproducir el machismo con el que nos criaron”, “yo lo critiqué al Diego alguna vez”, “cambiamos de opinión sobre tantas cosas, por suerte”. En el caso de los Pumas, ¿será solo un archivo? Porque cuando lo vemos a Matera abrazado a un león narcotizado en una jaula, pidiendo perdón a sus amigos y a su familia, en lugar de a las trabajadoras domésticas, los inmigrantes, la comunidad judía, los homosexuales; daría la sensación que su mente y su ideología no han atravesado grandes transformaciones en los últimos años. ¿Qué clase de disculpa es “si ofendí a alguien”? Que yo sepa cuando ofendés a alguien sabés perfectamente quién es.
Se me ocurrió, entonces, adentrarme en el universo de los All Blacks. Aparentemente la diferencia central ocurre cuando se trata de un deporte popular o un deporte reservado para la clase media alta. Se sabe. Todo es más complejo en la vida: también hay curas que predican el rugby en las villas, pero no son parte del universo simbólico del rugby, claro. En Nueva Zelada el rugby es como el fútbol acá. Es el deporte más popular y multicultural y atraviesa todas las capas sociales.
Nuevamente, como pasó con el Diego, se produce ese reduccionismo claro y transparente que regala una lectura bastante acertada de la realidad, dividiendo las aguas y ordenando a cada uno en su lugar.
Por ejemplo, los All Blacks hacen un bailecito antes de cada partido (el Haka) reivindicando a sus pueblos originarios. Se sienten orgullosos de ser maoríes. ¿Se imaginan a Los Pumas realizando una ceremonia toba antes de jugar?
Mientras rigió el Apertheid, los All Blaks se negaron a jugar con Sudáfrica (su máximo rival junto a Australia) durante una década. ¿Te imaginas a Los Pumas dejando de jugar con Brasil porque gobierna Bolsonaro? No. De hecho, los Pumas nacieron como tales en Sudáfrica en 1965, en pleno Apertheid. Sudáfrica estaba sancionada en todas partes del mundo por organismos como la ONU y el Comité Olímpico Internacional, la International Footbal Rugby Board. ¿Cómo eludían las sanciones? La élite sudafricana y el establishment pagaban fortunas a equipos de otros países, para que fueran a jugar. Entonces, Los Pumas agarraban un par de chilenos, un par de uruguayos y se camuflaban bajo el nombre Sudamérica XV. Entre 1980 y 1985, cuando la presión internacional acorralaba al Apartheid, Sudamércia XV (Los Pumas) jugaron 8 partidos, 6 de ellos en Sudáfrica, uno en Chile (gobernaba el dictador Augusto Pinochet) y otro en Uruguay (gobernaba el dictador Aparicio Álvarez).
Fijate que incluso jugaron el 3 de abril del 82, un día después de que empezara la guerra por Malvinas, en Sudáfrica. Todo siguió igual, apañados por la dictadura argentina, hasta que asumió Raúl Alfonsín y les cortó el chorro: “hasta acá llegamos muchachos. Hay que respetar los tratados internacionales”.
Cuando los All Blacks vinieron el año pasado, pasaron por el lugar donde trabajo. Casi no entraban por abajo de la puerta y se probaron los ponchos que vendemos, que les quedaban como esas mañanitas de lana que usan las abuelitas en las películas. Muy simpáticos. De ahí tenían programado ir comer a una parrilla y luego, habían pedido una visita guiada a la ESMA.
No hay caso. Todo tiene que ver con todo. No sé quién lo dijo, pero es así.