En Francia, un discretísimo aumento en los impuestos al combustible detonó una protesta incendiaria en pleno París. Y la postergación del incremento de la discordia. En la Argentina, las tarifas de los servicios aumentaron 1.500 por ciento. Y además de que nadie movió un dedo, un vasto sector de la población ha expresado su comprensivo apoyo al saqueo: “Y qué querés, pagábamos muy poco”.
El ciudadano argentino es dócil. Amigable con el que lo maltrata. Tolerante al abuso. Al menos es lo que se ve en estos días. Alguna culpa remota, inexcusable, debe impulsar esta conducta autodestructiva. El reclamo de castigo. ¿O es un martirio concedido en nombre del aguante, como en la tribuna?
Porque, si lo pensamos bien, el que encabeza la manada sadomasoquista es el hincha de fútbol. El hincha militante, quiero decir. El que paga la cuota social, el abono o la entrada a precios de un cinco estrellas para recibir a cambio amansadoras interminables, instalaciones deplorables, partidos mediocres y prepotencia policial, entre otros condimentos.
Claro: sufrir suma mucho en la conciencia retorcida de los hinchas. Cuanto peor, mejor, se hacen eco del eslogan de otro cuño. Mejor si llueve. Y si no ves el partido porque la tribuna explota y te gasea la Federal porque se aburre. Y mejor todavía las épocas en que te apedreaba la hinchada adversaria o te emboscaba en la estación. Afrontar ese paisaje era tener huevos, bancar la parada. En suma, darlo todo por la camiseta.
En los últimos tiempos, los hinchas de River han dado muestras de una tolerancia al forreo digna de un penitente. Pagaron fortunas por una final con Boca que no se jugó. Igual, los hicieron ir dos veces, soportar horas de incertidumbre y violencia institucional, sin que jamás se les avisara oficialmente (la querida voz del estadio) que a la fiesta la había tapado el agua.
Luego, un grupo de iluminados decidió que el tan inflado desenlace de la Copa Libertadores debía jugarse en Madrid. ¿Lo qué? Sí, en el Santiago Bernabeu. Todo que ver con la tradición sudaca y sus bemoles. Y mucho más con la historia del River-Boca. Lo cual supone, en principio, una enorme desventaja para el equipo de Gallardo, que habrá jugado un partido de visitante y otro en cancha neutral, con (mucho) público de Boca.
Hasta acá, el hincha puede encontrarle el morbo motivador. El desafío extra lanzado por la injusticia, la torpeza y el amor incondicional al dinero. Pero además, el clásico sin territorio, demorado hasta el cansancio por un sinfín de liberaciones, está claramente depreciado. Y sin embargo, ¡es mucho más caro! En 500 euros empieza la discusión, más pasaje y hospedaje. Y a eso, los pánfilos que crucen el océano tendrán que sumarle lo que ya invirtieron en el partido fallido y que jamás recuperarán. Como casi todo, el fútbol va en camino a ser un pasatiempo de ricos.
Hinchas queridos, ¿cuándo se van a enojar por algo que valga la pena? ¿Cuándo se van a poner firmes con los dirigentes del club que es de ustedes? Por qué, en lugar de hacer banderazos para respaldar a los atletas multimillonarios que jamás reparan en el destrato escandaloso que sufre el hincha, no los hacen, por ejemplo, para que River juegue, como corresponde, la final en la Argentina y solo con su público. Y si no, nada. Que se metan la copa en el culo. Que se la den al Real Madrid o a Boca o a los cataríes. Y que les devuelvan la guita de la entrada y les pidan disculpas. Un resarcimiento que también deberían exigirles a los gobiernos bananeros de la Ciudad y la Nación por no garantizar la seguridad indispensable.
Movidas así tendrían que congregar a todos los hinchas, con independencia de la camiseta que los desvele. Pero se sabe que no son tiempos de causas comunes. Y que los hinchas de River, si ganan en Madrid, estarán orgullosos de poner la otra mejilla indefinidamente.