El Mundial se inventó para que descubramos personajes como Dzyuba, un 9 gigante y desproporcionado, un planeta entero yendo a cabecear. Su sonrisa cuando se da vuelta para mirar a los compañeros luego de meter un gol o de que un remate suyo pasara cerca es de lo más hermoso de la Copa. Hipnotizados desde hace años por los velocistas o los cerebrales, por el Cyborg de Madeira o por los efectos especiales de Messi o Neymar, ha vuelto un 9 del principio de los tiempos. Un dinosaurio que absorbe cualquier pelota que le pasa a unos 40 metros. El Gigante Dzyuba, un nene de 12 años en el cuerpo de un luchador.
Los jugadores de fútbol son superhéroes para grandes, y eso es una maravilla que se potencia durante cada Mundial. Como no podemos conocer a todos los planteles y a veces ni siquiera a la figura de cada selección, nuestro asombro (que es, en definitiva, para lo que hacemos todo esto) se activa con una necesaria e indispensable facilidad. No hay referencias de la Reserva, no hay anuncios en los diarios; de repente, un personaje que no estaba ni al fondo en las primeras viñetas ocupa, magnánimo, la doble página central. Schillaci en el 90, los brazos elásticos de Keylor en Brasil. En este mes en el que en cada partido somos un hincha provisorio -hoy serbio, mañana ghanés- entonces descubrimos que Costa Rica tenía un arquero cuyo superpoder era impulsarse y llegar a cualquier lado. Creo que uno de los Cuatro Fantásticos también hace eso. Ojalá que mi análogo croata se pasme el jueves con la velocidad supersónica de Pavón.
Además, hay algo de Titanes en el Ring en todo esto: el ágil, el grandote, el zaguero freak. Sin embargo, noten una cosa: hace al menos dos mundiales que el guionista no se la deja servida a Karadagián. En Alemania 2006 hubo un monje que tenía el superpoder de hacerse invisible cuando quería, y que, cuando aparecía, podía manejar el tiempo y la velocidad de todo lo que sucedía a su alrededor. Se llamaba Zizou y era hijo de un poeta. La película era obvia pero también justa y hermosa, y en la última escena, el guionista lo destruyó: inventó que un italiano le puteaba a la familia y él se iba del comic con la explosión de un cabezazo mortal.
¿Será éste el Mundial de los superhéroes? El Cyborg de Madeira (un niño no buscado que se fue de su casa a los 12 años y que se ponía pesas en los tobillos mientras gambeteaba conitos, solo y a la noche, en un gimnasio de la capital) arrancó destruyendo ciudades, ese fútbol pochoclero que relega tanto, le quita salas, al cine nacional. Mientras tanto, Neymar tiene la misión de llegar al final de un túnel lleno de suizos y serbios ninjas; mientras tanto, el Neo Diez -el zurdo de barba roja argentino- está ante su único desafío una vez más: volver al país del que se fue (porque su energía llegaría a su máxima luz en otra tierra) con la conquista que entronizó al último dios.
El fútbol también es ficción y el Mundial es el derecho que tenemos de volver al asombro de los 12 años, así que imaginen mi sonrisa: mañana juega Cavani, el jueves Paolo El Grande y ojalá que nuevamente, al menos hasta los cuartos, Dzyuba, la metáfora mala de Rusia. Porque Rusia es gigante. Y todo Rusia es él.