Corre 1973, año movido. Gana Cámpora y enseguida pierde Cámpora. Gana la juventud maravillosa la elección presidencial pero su líder, el delegado de Perón en la Tierra, sólo dura 49 días. Adviene un general Perón que, a esa altura, como Messi, prefería recostarse sobre la derecha y alfombraba el camino del inminente terrorismo de Estado.
En el medio, el fútbol y un equipo sobresaliente: Huracán. En plena agitación política, varios integrantes de ese plantel (Brindisi, Babington, Houseman, Russo, Alfio Basile y Jorge Carrascosa), más el DT César Menotti (que era del PC) firman en marzo, antes de las elecciones convocadas por el dictador Lanusse, una solicitada en apoyo a la consigna “Cámpora al Gobierno, Perón al poder”. Así estaban las cosas.
Aquel equipo, cuya estética quizá sintonizaba con el lirismo juvenil que impregnaba la política, fue uno de los campeones más recordados del fútbol argentino. Y Miguel Brindisi, una de sus grandes estrellas. Un volante que hacía todo bien y tenía un poder de gol infrecuente entre los futbolistas que juegan en esa posición.
Brindisi, cepa genuina de Parque Patricios (su papá tenía una carnicería en Patagones y Lavardén, ahí nomás de la cancha), debutó en la Primera de Huracán a los 16 años. Era el clásico jugador-hincha. Le importaba el ticket a Europa, pero también quería jugar la eliminatoria y el Mundial de 1974 con la camiseta argentina. Palpitaba una revancha que finalmente no llegó. Con 18 años, había integrado el equipo que no logró pasar el grupo en 1969 y se privó de viajar a México al año siguiente.
Así que decidió desechar algunas proposiciones del fútbol europeo y concentrarse en el objetivo Selección. El libro Yo conocí a Perón, del artista platense Luis Longhi, reúne una serie de entrevistas, luego volcadas como monólogos, de personajes que, como dice el título, tuvieron sus quince minutos con el General. Allí, el autor le hace decir a Brindisi que le habían arrimado ofertas de Marsella, Ajax, Sevilla y Real Madrid. Pero su negativa persistió. “Es importante que sepas que en aquellos años, si te ibas al exterior, las eliminatorias no las jugabas”, aclara Miguel en el mismo capítulo de la misma obra.
Atento a los gestos de orgullo nacional y a la ejemplaridad del deporte, Perón entendió que la actitud del jugador de Huracán merecía un reconocimiento formal de las autoridades nacionales. Y en una solemne ceremonia en el Salón Blanco de la Casa Rosada le entregó la Medalla de la Reconstrucción Nacional. Fue el 13 de diciembre de 1973. Hacía dos meses que había asumido por tercera vez como Presidente. Y faltaba apenas medio año para su muerte.
El apego al barrio tampoco le duró tanto a Brindisi. Luego de la pobre experiencia en el Mundial de Alemania, el gran berretín que lo había retenido en el Tercer Mundo, emigró a Las Palmas, donde permaneció tres años. A la vuelta, se reencontró con Huracán y luego pasó a Boca. Allí se destacó en el legendario campeón de 1981, con Diego de estandarte.
Al parecer, no fue un tipo al que las transferencias se le dieran fácil. Le contó a El Gráfico que en 1974 se le cayó un pase a la Juventus, nada menos. “Yo firmé y todo. Era un contrato de la Fiat. Me acompañó Menotti”.
Quizá en su destino figuraba hacer patria. Ser profeta en su tierra y todas esas cuestiones. Por lo menos, la vocación nacional, por la que otros obtienen meros disgustos, le deparó un premio de manos del personaje más importante de la historia argentina. Eso sí, no se lo podrá mostrar a los nietos. Según le confesó al citado Longhi, unos ladrones que entraron a la casa de su madre se llevaron, entre otras queridas pertenencias, la medalla peronista.