“Éramos tan pobres”, habrá pensado el Loco Gatti cuando se dio cuenta de lo que estaba por pasar. O no, quizás no. Una teoría más acorde a su carácter fanfarrón llevaría a pensar que se habrá sentido frente a su gran chance. Era la época en que Boca, el Boca más pobre de la historia, llegó a jugar un partido en la Bombonera con remeras blancas y números pintados a mano, a falta de una camiseta alternativa. Pero nada de eso hizo arrugar al autor de “la de Dios” cuando se le presentó la ocasión.
La historia es así: el equipo andaba paseando sus miserias en una gira por Europa y los Estados Unidos, a mediados de 1984. Ya se había comido un 9-1 del Barcelona por la copa Joan Gamper, el 21 de agosto. Y el domingo 16 de septiembre de 1984, ese periplo en busca de un puñado de dólares lo llevó a California. Allí, en el estadio Rat Cliff, de Fresno, se le puso enfrente otro que andaba a los porrazos: el Atlas de México, que acababa de salvarse milagrosamente del descenso.
Ahora bien, decirle estadio a esa canchita de barrio es respetar una convención. Las tribunas eran escalones de madera, pocos además, que no alcanzabana cubrir los cuatro costados. Los palos de los arcos seguían por encima del travesaño porque, claro, allí se jugaba fútbol americano. El soccer, entonces, era una vaga referencia en iuesei. Había más pozos que pasto, y las piernas de los jugadores de Boca lucían, según el caso, medias azules o amarillas.
En ese contexto, al Loco le llegó la oportunidad a los 28 minutos del segundo tiempo. Estaba cómodamente sentado en el banco, porque el arco le había tocado esa tarde al uruguayo Julio César Balerio. Pero en ese instante histórico se lesionó José Omar Berta, que a su vez había entrado en el entretiempo por aquel portador de bigotes que fue Roberto Passucci. Afuera Berta, el brasileño Dino Sani (aquel DT que una vez eligió un gol en contra como el mejor de la fecha) miró al costado y se dio cuenta de que apenas le quedaba un suplente. Era Gatti.
¿Alguien puede pensar que el Loco se achicó? Imposible. Hubo que esperar a que el utilero corriera al vestuario a buscar una camiseta de campo para que se calzara Hugo Orlando: le tocó la 14.
Cuenta la leyenda que, no bien entró a la cancha, le pegó un grito a Omar Porté, que jugaba de wing: “¡Tirame buenos centros!”. Fue a pararse de nueve, para armar con el uruguayo Fernando Morena la dupla de centrodelanteros que Bielsa nos negó con Batistuta-Crespo. Era lógico: no hubiese sido digno de Gatti ir a jugar de cuatro, estacionado en un costado para pasar inadvertido. Él quería acción, olfatear el gol. Y estuvo cerca: faltando seis minutos, Morena clavó el 2-0 (después descontaría el Atlas), pero una foto demuestra que al uruguayo no le hubiese costado nada dejar pasar la pelota para que definiera el Loco. O tal vez hizo bien; un gol propio le habría dado a Gatti la excusa perfecta para exigirle a Bilardo un lugar en la delantera de la Selección.
Como sea, el que decía ser “el más vivo en el puesto más bobo” se había regalado una historia (otra más) para contarles a sus nietos. Y hasta es probable que Iván Noble sepa de aquel partido. Y que el gran Hugo Olando Gatti haya sido su musa cuando escribió una canción para Los Caballeros de la Quema, muchos años después. Esa que se llama “Todos atrás y Dios de 9”.
*Esta nota fue publicada en el Número 18 de la edición impresa de Un Caño, en octubre de 2009.