“Ahora que venga el que sea”, se desahogó Gallardo cuando terminó el delirante partido en Perú.
Y hay que empezar por lo que viene y no por lo que pasó porque lo que viene, si no suceden cosas muy raras e ilógicas, será un cruce Superclásico en octavos de final de la Libertadores.
Lo lógico sería que Boca le gane a Palestino y termine la primera fase con puntaje ideal. El único que podría igualarlo es Corinthians. Sin embargo, tendría que golear a San Lorenzo y a San Pablo para alcanzar la diferencia de gol de Boca. Hasta acá está claro lo del mejor primero. Paradójicamente, en lo del peor segundo puede estar involucrado el propio Boca. Si Boca gana (lo normal) y Zamora le gana a Wanderers (menos normal), el peor segundo saldrá de ese grupo: chilenos o uruguayos. Y volverían a enfrentarse con Boca.
Aclarado el horizonte… Qué linda noche la de anoche para ser de River. Eso sí: a partir del minuto 22 del segundo tiempo, que fue cuando pudo regularizar un poco los latidos. Justo cuando Villalpando, en Chiclayo, despachó una volea digna del mejor Zidane. Era el 3 a 3 de Tigres y River ya ganaba por dos goles: estaba clasificado.
Antes, mucho antes, River se dejó llevar por los goles que se gritaban afuera. Porque los suplentes de Tigres, en un cuarto de hora, ya habían metido los mismos goles que los titulares en los dos partidos de visitante. Esos suplentes de los que muchos sospechaban, como si no supieran jugar a la pelota. Lo que hubo que escuchar estos días… De los hinchas vaya y pase. Pero algunos periodistas (de estos que hablan todo el día en el mismo canal) llegaron a decir que tenía que intervenir la Confederación (¿perdón? perdón es lo que tendrían que pedir).
Mientras Tigres hacía lo que debía; River, no. Lejos estaba de hacerlo. La presión agarrotó piernas y cerebro. De todos. Menos de Barovero, que tapó el 0-1, se ganó la ovación e hizo despabilar un poco a los demás. Un primer tiempo así, por el torneo local, habría hecho que muchos hinchas se fueran a su casa antes de tiempo. Cuando por fin la embocó Mora y desenredó los músculos, en Perú estaban 2 a 2: seguía pasando Juan Aurich por goles a favor.
River necesitaba otro gol. Pero cuando lo metió, Juan Aurich ya había festejado el tercero. En ese momento, con los peruanos ganando, daba igual el tercero de Teo o que llegaran cinco más. Necesitaba sólo uno, pero en otra cancha. Y a falta de uno llegaron tres: la volea magnífica (que le hizo bajar los brazos a Juan Aurich), uno hermoso de papi fútbol (¿para hacerle honor a la cancha?) y un quinto que ya desató la fiesta en el Monumental. Sin embargo, movió Aurich y embocó el cuarto. Otra vez silencio. Hasta que las radios anunciaron el final en Perú. Y ahí sí: la noche se transformó en inolvidable. Y ahora que venga el que sea.