Telmo Zarra metió 336 goles en los 354 partidos que jugó para el Athletic de Bilbao. Su apellido es una leyenda en el País Vasco, parte de una delantera gloriosa que cuelga de la mayoría de los bares de pintxos de la ciudad del Guggenheim: Iriondo, Venancio, Zarra, Panizo y Gaínza. Ganaron una Liga y 5 Copas del Rey, trofeo del que aún hoy Zarra es el máximo goleador histórico. En la Liga mantuvo su récord de 251 tantos hasta que lo pasaron un tal Messi y un tal Cristiano Ronaldo. Esta hermosa entrevista la realizó el escritor y cronista Patxo Unzueta en 1982, cuando Zarra tenía 61 años. El glorioso atacante falleció en 2006, a los 85. No se pierdan sus palabras. Valen la pena.


“Yo siempre he sido muy miedoso. Me hace gracia la fama que me pusieron de valiente, la furia española, todo eso. Y era al revés. Cuando empecé, con el Erandio, me tomaban el pelo porque tenía miedo a darle con la cabeza. Así es la vida”.

2455181_largeTelmo Zarraonaindía —apellido vasco que significa viejo, bueno y grande— es ahora un señor bastante calvo. Tiene una tienda de deportes en Bilbao y allí van todavía, de vez en cuando, los otros cuatro componentes de la delantera más famosa que tuvo el Athletic y que los chiquillos de hace treinta años recitaban tan de carretilla como los Diez Mandamientos.

“Hace un rato he hablado por teléfono con Gainza y luego pasará por aquí Panizo, a recoger una carta. Seguimos siendo amigos. Claro, todos somos de por aquí y hemos pasado tantos años jugando juntos”.

La entrevista se desarrolla en el sótano de la tienda de Zarra. Un horizonte de impolutos balones desinflados y botas sin estrenar con brillantes tacos de aluminio, del que se desprende el olor aséptico que caracteriza al cuero antes de mezclarse con el barro, pone un punto de híperrealismo urbano a una conversación que pronto se hará más nostálgica que otra cosa. En un momento dado aparece Panizo.

Zarra le dice: «Ya ves, haciendo una entrevista; y luego vienen los de la tele». Pero el que fuera cerebro de la delantera más famosa, le corta en seco: «No te quejes, que si no fuera por el fútbol, ahora estarías sacando patatas en Munguía».

“Esto del miedo mío es una cosa curiosa, a lo mejor habría que estudiarlo como estrategia. Aprendí a desmarcarme porque tenía miedo a las patadas de los defensas, que entonces eran terribles. Si te fijas bien en las fotos y demás, yo siempre aparezco rematando con ventaja, o desmarcado o adelantándome. Y es porque tenía miedo al choque”

«Como mi padre era ferroviario, vivíamos en la estación de Asúa. Éramos diez hermanos, cinco chicos y cinco chicas. Mi hermano el mayor, Tomás, que me llevaba diez años, era portero, llegó a jugar en el Oviedo, con Lángara y todos aquellos. Yo le esperaba todos los mediodías, cuando volvía de trabajar. Le esperaba en la estación con dos balones, cogíamos las bicis, y al campo. Yo chutando y él parando. Y es que, por más que retroceda en el tiempo tratando de recordar, siempre me veo con un balón, dando patadas en el portal de la estación o jugando a marear, como decíamos; en fin, regateando”.

“Es curioso, pero yo de chaval era más bien un driblador, un habilidoso de esos. Hacía diabluras con la pelota. Aunque siempre me ha gustado meter goles, eso lo reconozco. Pero no porque fuera chupón, puedes preguntar a estos (estos son los cinco de aquella delantera. Están en una foto que cuelga de la pared justo detrás de la silla donde se ha sentado Zarra, y al decir estos ha hecho un pequeño gesto hacia atrás, como de quien sabe que tiene las espaldas cubiertas). No era individualista, pero me gustaba estar allí a la hora de rematar. Bajar a defender nunca me ha gustado, pero menearme por las alas, buscando el desmarque, abriendo huecos, eso sí. Para despistar, porque luego, cuando menos se lo esperaban, aparecía yo desde atrás o desde el costado y, taca, golito”.

2455162_big-lnd“Esto del miedo mío es una cosa curiosa, a lo mejor habría que estudiarlo como estrategia. Aprendí a desmarcarme porque tenía miedo a las patadas de los defensas, que entonces eran terribles. Si te fijas bien en las fotos y demás, yo siempre aparezco rematando con ventaja, o desmarcado o adelantándome. Y es porque tenía miedo al choque. Por eso me quedaba por allí despistando y de repente, zas, salía corriendo a por el centro de Piru o de Iriondo. Y, eso sí: le daba con toda el alma. Lo mismo con la cabeza que con el pie”.

“A rematar de cabeza no aprendí hasta que estuve en el Athletic. Mi hermano Tomás, que me seguía a todas partes donde jugaba y luego me criticaba y me decía ‘tienes que hacer esto o lo otro’, me ayudó a quitar el miedo. Y, lo que son las cosas, acabé especializándome en darle al balón con la cabeza. En los entrenamientos, Iriondo y Gainza se ponían en las esquinas, cada uno con diez o doce balones y yo les decía: “Dadle fuerte, que ya me encargo yo de cazarlos”. Y empezaban a bombardear hacia el punto de penalti. Y yo, pamba, cabezazo va, cabezazo viene. Teníamos mucha afición y muchas veces tenían que echarnos del campo, porque, si no, allí nos quedábamos hasta las tantas”.

“Ahora es muy distinto, claro, tienen más técnica. Entonces el mérito de un 9 era saber darle a la pelota como viniera. Y cuanto más fuerte viniera el centro, con mayor violencia salía el remate al cambiarle la trayectoria al balón. A mí me gustaban los centros a media altura. Le veía al extremo dispuesto a centrar y salía como una bala desde atrás para pegarla así, taca, según venía: saliéndole al encuentro”.

“Nos entendíamos de maravilla los cinco. Claro, estábamos todo el día juntos. Si por ejemplo jugábamos en Sevilla, salíamos en autobús el viernes a primera hora: dos días de viaje hablando del partido. Y luego, otra vez lunes y martes en el autobús, comentando las jugadas, sobre todo los fallos. Y después los entrenamientos. O sea que toda la semana juntos. Así que bastaba un gesto, cualquier cosa, para entendernos. A veces despistábamos al defensa. Por ejemplo, si el portero contrario iba mal por abajo, yo le gritaba a Piru: ‘Arriba, arriba, a la cabeza’. Y él me pasaba al pie. En eso consistía entonces lo de la táctica y la estrategia, cosas así”

“¿El gol de Maracaná? (N de Un Caño: en el Mundial de 1950, frente a Inglaterra) Es como la vida: lo más importante no siempre es lo de más mérito. Además ya no sé si lo metí yo o fue Matías Prats. A mí me parece que lo marcamos entre los dos. Con la verborrea que tiene, él debió de despistar a Williams, que se tiró a su izquierda para que yo chutara por el otro lado. Eso sí: a bote pronto, según venía. Y sin que los ingleses llegasen a tocar el balón en toda la jugada. Sacó Ramallets sobre Gabriel Alonso, avanzó por su lado, quebró a un inglés y envió un centro largo al costado izquierdo del área. Piru y yo habíamos salido corriendo desde atrás. Gainza llegó justo para tocar un poco la pelota hacia el centro, donde estábamos Igoa y yo. Solo tuve que empujar y 1-0. Pero como yo digo, todos los goles son fáciles después de marcarlos”.

FUTBOL 00-01 ZARRA EL MITICO EN SAN MAMES

“Goles he metido muchos. Seis veces fui pichichi. El récord que tengo es de 38 goles en 30 partidos, cuando la Liga era de 16 equipos; y 34 en los 26 partidos de la Liga de 14 equipos. El día de mi debut en San Mamés, contra una selección guipuzcoana, hice 7 goles. ¿Los mejores? No sé. He marcado dos o tres en la jugada de saque. Recuerdo una vez en el viejo Metropolitano. Yo se la pasé a Pani, me la devolvió un poco adelantada, salí como una flecha, regatee hasta al portero y entré con la pelota en la portería”

“Luego hay los goles de las finales. El mismo año del mundial de Brasil llegamos a la final el Valladolid y nosotros. Los 90 minutos finalizaron con empate a uno. Yo había marcado el gol y luego en la prórroga les metí otros tres chicharros. En aquellos años la final se decía que era un partido quejugaba el Athletic y otro equipo cualquiera. Yo he jugado seis finales, me parece. En una de ellas, que jugamos en Barcelona contra el Valencia, sufrí la única expulsión de mi vida. Chutó Panizo desde lejos, la paró el portero, Eizaguirre, y yo, según era mi costumbre, fui a acosarle, pero sin llegar a tocarle. El caso es que creyeron que le había dado una patada, vino Álvaro, un defensa del Valencia, del que luego me haría muy amigo, y me arreó un zapatazo en la boca. Se armó el follón y Escartín, el famoso Pedro Escartín, que era el árbitro, nos mandó a los dos a la caseta. La cosa fue tan injusta que, en fin, yo no quería irme y se organizó un lío tremendo”.

“El recibimiento, cuando volvíamos a Bilbao con la Copa, era cosa de ver. Viajábamos en autobús. Era obligatoria una paradita en Haro, en las bodegas, para entonarnos. Y a eso de las siete de la tarde llegábamos con la Copa al Ayuntamiento. Hubo un año que, según dijo la prensa, había 150.000 personas allí, aclamándonos. Lo que mucha gente no sabe es que después de la final solíamos ir una semana a la Universidad de Deusto, a hacer ejercicios espirituales con el padre Arístegui. Nos servía de descanso después de la temporada”.

“Ahora el fútbol es diferente, ya se sabe. Seguramente son mejores, como pasa con todo en la vida, que se evoluciona a mejor. Entonces un delantero centro que hiciera las cosas que ahora hace Sarabia, por ejemplo, que maneja el balón como si fuera una bola de villar, hubiera sido la repanocha, el mayor espectáculo del mundo. De todas formas, el mejor jugador que yo he visto ha sido Di Stéfano. Ahora dicen que si Maradona, que si el alemán ése. No sé, para mí como Alfredo no ha habido ninguno. También Kubala. De los de después, aparte de Pelé, al que solo he visto por televisión, creo que solo Cruyff se le puede comparar”.

“Entonces apenas había partidos internacionales, pero yo llegué a jugar 20, que son prácticamente todos los que se disputaron entre 1945 y 1951, y en los que marqué justo 20 goles. Antes se metían más. Es curioso que mientras en otros deportes, por ejemplo el baloncesto, con la mejora técnica, mayor entrenamiento, etcétera, los tanteadores son cada vez más abultados, en fútbol ha ido a menos: se juega mejor, pero se marcan menos tantos”.

La entrevista ha terminado, pero Zarra, que antes de iniciarla había considerado demasiado tiempo los tres cuartos de hora solicitados, se resiste a darla por finalizada, aunque ha pasado más de una hora.

1301466455_740215_0000000001_noticia_grande“¿Quieres saber algo más, chaval?”. Ve un balón de los que se venden en su tienda y dice: “Con estos balones de ahora sí que da gusto chutar». De repente se acuerda de la última vez que saltó a un campo: “Hará ocho o diez años. Estábamos en Valladolid, invitados a un partido benéfico. Los chavales empezaron a gritar ‘Zarra, Zarra’, y que saliera a tirar unos penaltis. Vi aquel balón tan majo, me entró el veneno y no me pude aguantar. Salí según estaba, vestido de calle. Tiré uno, y gol. Repetí, y gol. Pero al ir a darle por tercera vez noté un tirón fuerte en la pierna de apoyo, justo encima de la rodilla”. Se levanta, aparta una silla y representa la jugada: “Los chavales se habían puesto detrás y casi no me dejaban espacio para coger carrerilla. Me puse, así, un poco de costado, y en el momento de ir a darle con la derecha, zas, el tirón”. Se levanta la pernera del pantalón y muestra la cicatriz. “Me tuvieron que coser el músculo y pasé no sé cuánto tiempo en una clínica. Es la misma lesión que tuvo Amancio y cuando estaba en la cama solíamos hablar por teléfono, me duele al hacer así o asá. Claro que él tenía 30 años y yo 50”.

“¿Nostalgia? Hombre, a quién no le gustaría tener 25 años. Pero cuando yo tenía esa edad no tenía otras cosas que he tenido luego. Por ejemplo no existían mis hijas y mi mujer, Carmentxu, era una cría. ¿Que cómo nos conocimos? Yo la conocía desde siempre, de Munguía. Era una chiquilla que vivía al otro lado de las vías, frente a la estación. Un año que yo estaba lesionado, con la pierna enyesada, se me ocurrió ir al baile de la plaza, el día de la fiesta del pueblo. Pero claro, no podía bailar y me quedé sentado en una esquina. Como yo era allí muy famoso, claro, del Athletic y todo eso, al principio todos me hacían caso, pero empezó la música y poco a poco todos se fueron a bailar. Menos Carmentxu. Dijo que se quedaba a hacerme compañía ya que no podía bailar. Así nos conocimos. Qué cosas. En fin, así es la vida, chaval”.


*Extraído del libro “A mí el pelotón”. Editorial Córner, 2011.