Bar The Oldest, martes 12 de noviembre de 2018. 9.30 AM

Después de mucho tiempo, y por diferentes razones que no vienen al caso mencionar, fui con Christian Colonna a The Oldest con la ilusión de, una vez por todas, encontrame con el equipo de UN CAÑO completo.

Colonna, sin embargo, me desalentó rápidamente: “Mancu no va. Tiene una reunión en otro trabajo”, me dijo.

Llegamos y ya estaba Pablo Cheb, recién desembarcado de Portugal. Al rato cayó Damián Didonato. O sea, cuatro de seis. La ilusión estaba puesta en que Fabián Mauri se sumara pero eso nunca ocurrió. Lo extrañamos. Mucho.

Ni bien llegamos Pablo mostró su malestar por un recital de Silvio Rodríguez que fue a ver antes de irse de viaje y que no habíamos tenido tiempo de comentar:
–Estaba re mala onda el chabón. Enojadísimo. Todo le molestaba.
–Yo lo vi por lo menos diez veces en vivo y siempre estuvo enojado. O al menos eso parecía. Y mirá que lo sigo desde 1983, cuando tocó por primera vez en Obras. Me parece que es la onda de él –le comenté.
–Puede ser. Pero mi teoría es que le fastidia que sus recitales se conviertan en una especie de mitin kirchnerista. Porque la vacancia dejada por la izquierda en la Argentina hace que lo más cercano a ese lugar lo encarne el kirchnerismo.
–¿Vacancia? –pregunté.
–Me gusta esa palabra. Destacala cuando escribas Precalentamiento –se rió Cheb.

No le di más bola para no perder el hilo y seguí desarrollando:
–Y sí. Lo mismo que pasa en Brasil con el PT o en México con Obrador. Ya no existe esa izquierda socialista o comunista tal como se la conocía en los 60 ó los 70 –agregué.
–La izquierda se conforma respecto de sus adversarios. Con Macri en el gobierno, el kirchnerismo es lo más de izquierda que se puede tener con aspiraciones de poder –aportó Colonna.

Cheb después despegó sus conocimientos sobre las particularidades de las izquierdas en los países nórdicos o en Islandia, por ejemplo. Y coincidimos que esa es ahora la nueva “izquierda”: capitalista pero con la intención de hacer un reparto más justo de la renta.

–Che. Hacemos una revista de deportes y hace media hora que estamos reunidos y todavía no hablamos del Boca-River. Mirá que somos raros –reportó Cheb entre risueño y sorprendido.

Colonna dio el puntapié de salida:
–Lo mejor de todo fue que los jugadores no se comieron el personaje de “a todo o nada” o de que el partido era “a vida o muerte”. Jugaron relajados. Y eso se notó.
–Fue entretenido, sin dudas –dije.
–Pobre Borré –sumó Didonato. –No debe poder creer que se pierde la final por esa amarilla absurda.
–Sin ser malos. Scocco debe haber hecho puñito de felicidad cuando lo amonestaron a Borré, ¿no? –dijo Colonna.
–Y Mora también –agregó Didonato.
–No me gustó ni un poco la actitud de Tevez. Si quería hablar con sus compañeros lo tendría que haber hecho adentro del vestuario y no adelante de 48 mil personas y de todas las cámaras de televisión –dije.

Nadie se subió a mi comentario.

Pablo sacó el tema de que había leído tres notas en El País. Una de Valdano, otra de Burgo y una tercera de Enric González que era la más interesante, ya que planteaba que esta final de la Copa Liberadores era “sacar al fútbol del teatro de los sueños para llevarlo al teatro de las pesadillas. Y que las pesadillas, en el fondo, tienen algo de encantador”, dijo Cheb.

Todos reflexionamos sobre el asunto y coincidimos que ni una cosa ni la otra. No nos atrae ni nos mata el fútbol pasteurizado que se juega en el Europa pero tampoco vamos a defender esta versión pornográfica de la violencia y excesos que se vive en la Argentina.

–Debería haber un término medio –dije. –No me gusta, como a tantos otros, esa cosa almidonada y uniforme del fútbol que vemos por tele en Europa pero mucho menos me banco la cultura del aguante. Que haya un movilero cerca de una cancha y pasen energúmenos gritando “Boca la concha de tu madre” o “River te vamos a romper el culo” mientras se paran frente a la cámara como el increíble Hulk agitando los brazos de atrás para adelante o agarrándose los huevos, me genera mucha vergüenza ajena. Y ni que hablar si son niños o adultos acompañados por sus hijos. Me gusta la intensidad, claro, pero detesto la cultura del barrabravismo. Y ni que hablar de andar por la calle esperando que te sacudan un ladrillazo en la nuca. O que la cana te persiga a los palazos mientras te tira gases lacrimógenos. Quiero gente apasionada pero que no se escude detrás de esa supuesta pasión para hacer estupideces. Sin ir más lejos. Todos festejaron que no hubo incidentes. Pero al mismo tiempo ya tenemos naturalizado que un Boca-River, sin visitantes, se juega con la seguridad de una cumbre del G-20. Eso es un disparate. Mientras sigamos en ese lugar, no tenemos escapatoria.

Todos me dieron la razón. Especialmente en eso de que ya naturalizamos que un partido de fútbol se tiene que jugar bajo las reglas del Estados de Sitio.

Comentamos la buena actuación de Pratto, la problemática de los centros frontales que terminaron en gol (“las dos pelotas eran de los arqueros si hubieran ido a buscarlas con convicción”, dijo Colonna) y una que otra acción de juego.

Y nos fuimos.

Hasta el martes.