Lunes 26 de noviembre de 2018. Bar The Oldest. 9.25 AM.

Cada uno llegó por su lado. Cada quien con su tristeza a cuestas. Porque más allá de que somos diferentes, de que alguno es más punk, ácido, cínico o romántico que el otro, a todos nos gusta el fútbol y estábamos golpeados por el frustrante fin de semana que habíamos vivido.

Dos de los nuestros habían estado en la cancha el sábado, Mariano Mancuso y Damián Didonato y nos contaron sus experiencias. El mal trato de la policía, la falta de información para esos 66 mil rehenes que permanecían encerrados en un estadio y tantísimas otras cosas que sería larguísimo de enumerar y que, creemos, ninguno que lea estas líneas desconoce por haberlo padecido una que otra vez en algún estadio de este bendito país.

Pablo Cheb estaba muy arriba y propuso:
–Necesitamos héroes. Los jugadores de River y Boca deberían haber salido a la cancha y se tendrían que haber sentado en el campo de juego a modo de protesta.

Lo miramos. Alguien, no recuerdo quién, dijo que podía haber sido una respuesta ante la locura pero que de ninguna manera esa era la solución.

–Todo fue un desastre. Primero por el accionar de las fuerzas de seguridad, que a los que vamos a la cancha desde hace décadas no nos sorprende demasiado. Y después por Conmebol. Los espectadores jamás son prioridad para nadie. –dijo Didonato.
–Fue la puesta en escena del desastre que ya vivimos desde hacer tiempo –aportó Mancuso.

Y agregó:
–Cuando fui a ver el partido River-Gremio, le partieron la cabeza de un piedrazo a un pibe de 8 años que estaba sentado a unos metros de mi lugar. La diferencia entre aquello y esto es que la otra vez le rompieron la cabeza a un chico y que esta vez el damnificado fue Pablo Pérez. En la Argentina todo cobra mayor relevancia por cuestiones aleatorias. Depende de quién sea el herido o de la puntería del agresor. Si las piedras no rompían el micro, el partido se jugaba. No hubiera importado demasiado el desastroso operativo policial o que a la gente le hubieran tirado gas pimienta en el ingreso o que varias decenas de hinchas no famosos hubieran terminado agredidos y lastimados. Si la piedra no rompía el vidrio del micro de Boca, si Pablo Pérez no hubiera resultado herido hoy todos estaríamos hablando de la gran final, del espectáculo maravilloso, de que el fútbol argentino maduró y de la mar en coche. Pero todo hubiera sido un desastre igual, aunque naturalizado porque somos gente que convive con ese tipo de agresiones sin entender que no deben pasar. Por eso digo que es una cuestión de puntería y de apellido del damnificado.
–Y seguimos achacándole la culpa a 15 inadaptados. Lo dijeron Domínguez, D’Onofrio y Angelici. ¿De verdad creemos que el problema estructural de la Argentina son 15 inadaptados? –aportó Colonna.
–¿Ustedes creen que el partido se puede jugar en algún momento en medio de esta crisis estructural? –pregunté.
–Se tiene que jugar, claro. El día que todos los jugadores que hayan sido afectados estén en condiciones. –dijo Colonna.
–Que se lo den ganado a Boca y chau. No estamos en condiciones de atravesar otro momento así –dijo Cheb.
–Que se juegue –repitió Didonato.
–Que se lo den a Boca –dije.
–Me chupa un huevo –respondió Mancuso. –Lo importante es saber por qué nos pasa esto. Lo demás no me importa. Hay que sentarse a encontrar una solución.
–Esto lo escucho decir desde hace 40 años –dije.
–Por viejo no deja de ser verdad –insistió Mancuso.
–Si la policía no hace bien su trabajo es imposible empezar a pensar en una solución –desvió la charla hacia otro lado Colonna.
–Pero no es un problema sólo policial, Chris: es social –dije.
–Es cierto, pero también es verdad de que en todas partes se tiran piedras. No sólo en la Argentina –dijo Cheb.
–Yo viví situaciones similares en el Calderón y en otros estadios europeos cuando era corresponsal de Olé en España –sostuvo Colonna. –No es un mal sólo argentino.
–¡Qué sé yo lo que pasa en otras partes! A mí me importa lo que ocurre acá. No puede ser que todo estuviera tan mal organizado. Puede haber fallas policiales, por supuesto, pero el mal endémico es la cultura del aguante, el folclore, el discurso de que hay que matar o morir… –seguía en la suya Mancuso.
–En eso estamos de acuerdo: hay que apuntar a la desfolclorización del fútbol argentino. Por ahí se puede empezar –dijo Cheb.
–Muchachos. Acá podemos decir mil cosas, sentados en un bar, desayunando. Pero admitamos que no hay solución hasta tanto el Estado, no el gobierno de turno, tenga la voluntad de desactivar este asunto. Mientras tanto, vamos a seguir padeciendo situaciones como las del fin de semana. Por eso, como escribí el otro día, la única que nos queda es la rebelión desde el lugar del hincha. No vayamos más a la cancha, no aceptemos más que nos traten como animales, aunque seguro si los animales me escuchan me dirían “vení a ver cómo nos tratan a nosotros antes de comparar” –dijo Colonna.
–¿Y qué hacemos mientras tanto? –pregunté.
–Nada. Nos jodemos –respondió Mancuso.

Seguimos hablando de otros temas, seguimos yendo y viniendo de la final frustrada a otros asuntos, pero ya nos había ganado el desaliento. Se podría decir que la reunión, de allí en más, fluyó a pesar del cansancio que todos mostrábamos.

Cuando llegué a casa y en el momento de escribir estas líneas entendí que no estábamos agotados sino que en realidad estábamos hartos. No nos sentimos ni mejor ni peor que el resto de la sociedad, somos tan humanos y cometemos tantos errores como cualquiera, con la única diferencia que desde hace más de una década hacemos una revista del orto que trata reflexionar con un minúsculo mundo vinculado al deporte y a la cultura. Escribimos lo que pensamos, opinamos desde el compromiso y muchas veces somos entendidos y otras tantas, la mayoría de las veces, nos putean porque nos acusan –para muchos es una acusación y nos da risa– de progres (ver si no me creen los comentarios en Facebook que hicieron a la nota de Caravario sobre unas expresiones ridículas de Gastón Recondo), de pacatos o de no entender la lógica del fútbol, como si poner en debate ciertas cosas fuera un ejercicio prohibido para los cabeza de termo que vemos y nos gusta el fútbol. La mayoría de las veces, y esto es honestidad brutal, nos dan ganas de mandar todo a la mierda, porque para peor ni siquiera ganamos con mango con esta página que sostenemos a pulmón. 

Decía: cometemos errores como cualquiera pero somos auténticos y opinamos con libertad y honestidad. Planteamos nuestros puntos de vista y, normalmente, nos importar poco y nada las cosas que nos dicen (dos clásicos son “por qué no hablan sólo de deportes…” o “por qué no escriben de tal o cual tema…”), pero es imposible que en medio de tanta mierda, en algunos momentos, nos sintamos desanimados.

El lunes 26 de noviembre de 2018 fue uno de esos días en donde el hartazgo nos venció. Todos tenemos momentos en los que claudicamos. Mañana será otro día. O eso creo. Mejor dicho, y para despersonalizar: eso creemos lo que hacemos Un Caño.

Hasta el martes.