Los muy cuerdos años 60
Hace más de 40 años, no se vivieron años ni tan dorados ni tan locos. La locura que nos rodea nos impide ver que somos demasiado caraduras y nos atrevemos a sentarnos del lado del sano juicio…

La historia que contaremos más abajo no es más que un ejemplo del delirio cósmico en que nos hallamos sumergidos, en plena aunque bastante poluta era de Acuario. Las correrías de Mick Jagger, David Bowie o el querido Georgie Best no fueron más que travesuras infantiles si hemos de compararlas con el affaire Tevez-Gallaghers, una historia que habría gustado de escribir el Tom Wolfe de entonces en Rolling Stone o en el Village Voice. Eso sí, debería haber podido asimilar, previamente, 40 años que parecen 400.

unoHace 40 años, pues, no había comunidades mundiales de usuarios, ni nadie pensaba en crear las condiciones para que éstas existieran, porque probablemente lo que hubieran hecho los muchos millones de jóvenes que podrían haber accedido a una tecnología doméstica como la que existe en nuestros días, hubiera sido, precisamente, crear comunidades mundiales. Pero nada virtuales y, presumo, que habrían preferido llamarse compañeros o camaradas antes que usuarios.

No es correcto, de todos modos, pensar que la mayoría no hubiera terminado posteando fotos de vacaciones con Pilu, Tino, Pachi, Kokolikota y ReMechi en el wall colectivo. Ni que no hubiera sucumbido a la apetecible tentación del download del lanzamiento mundial y simultáneo, para nuestros teléfonos, computadoras y otros artefactos de, digamos, el Album Blanco.

Eso sí, cuesta imaginar que con la tecnología disponible entonces y, básicamente, con la paranoia reinante, las grandes masas urbanas hubieran dedicado la mayor parte de su tiempo de ocio a enviar cartas, mensajes, postales y brochures a los distintos servicios de inteligencia de las potencias mundiales con sus datos personales, sus preferencias, hábitos, gustos, fotos recientes, u opiniones sobre distintos temas, además de imágenes de las fachadas de sus viviendas y acceso a los archivos completos de sus principales amistades.

Ni qué decir en Manchester…
El tiempo social occidental sigue siendo lineal, por lo que estos juegos de suposiciones sólo corren hacia atrás, si queremos que resulten divertidos. Porque, así como es fácil subir el manual del guevarismo básico, o panfletos con loas a la técnica inigualable de los semidioses del Independiente de los 40 a Facebook, y también es gracioso imaginar qué hubiera pasado y compartirlo con Tino y Pilu en el chat-room, es imposible, y puede resultar hasta fantasmagórico, en cambio, pensar, por ejemplo, que los Beatles, drogados de ácido hasta las cejas, hubieran llegado si quiera mínimamente a imaginar –mientras por sus estimuladas mentes desfilaban semáforos de chupetín y recuerdos psicodelizados de aquel Liverpool de posguerra que albergó sus infancias– que millones de personas podrían haber estado tarareando “With a Little Help From My Friends” apenas unos minutos después de haber sido masterizada. O que Tino, Pilu y su millón de amigos virtuales podrían haber estado viéndose las caras y opinado sobre el disco (perdón, el lanzamiento) a través del Skype. O que los 25 millones de seguidores de George Harrison en el Twitter habrían recibido un mensaje breve y casi instantáneo: “La única que vale la pena es ‘Within You Without You’” .

Cerca del puerto de Liverpool, en la industriosa y talentosa Manchester que fue cuna de la segunda revolución industrial, la del capitalismo duro e inflexible, la de los barrios obreros construidos al lado de las fábricas, nadie hubiera imaginado a comienzos del siglo XIX, no digamos la existencia de un chat room virtual de miles de usuarios simultáneos, sino, simplemente, que un juego físico moldeado por pedagogos burgueses durante un par de décadas sería lo más popular en la ciudad.

Una ciudad de barrios con niños sin sueños, con las pesadillas de las calles duras de las novelas de Dickens y la realidad realmente existente que horrorizó al pobre Engels, hasta que, en una versión un tanto simplificada de la historia, una pelota junto con una serie de reglas y principos organizativos los hizo disfrutar y les hizo saber que era posible divertirse –y muchísimo– en esta vida. Entre bombas y hambrunas, por supuesto.

Nadie, absolutamente nadie, tampoco, habría pensado, en la Manchester de fines de los 60 del siglo XX, y mucho menos entre sus estratos de clase obrera, que ese Manchester United que perdía la Intercontinental con Estudiantes de la Plata, unos 40 años después, gracias a la visión global de sus directivos y a la más pedestre de Alec Fergusson, sería el club con más adeptos en el mundo, cuando en la ciudad la mayoría siempre había sido hincha del Manchester City. ¡Qué cabezotas!

Sangre de peluca
Como les sucedía a los periodistas anglosajones de aquellos años 60, quienes, más allá de cualquier exageración, vivían rodeados, eso sí, de la aureola de un mundo de guerra fría, lleno de experimentación con drogas (vivían de la cabeza, algo que era profesionalmente tolerado), en el que que el periodismo todavía podía contar algo, y cada tanto decidían rebuscar en lo que llegaba como sugerencia en la correspondencia de los lectores –la basura, como se la conocía por entonces–, Duke Morrow tuvo su momento de gloria de un modo similar, también rodeado de drogas e intrigas entre las estrellas del rock y del deporte.

En este caso hubo, además, mucha “sangre de peluca”, una PELUCA con sangre, una paradoja eróticamente absurda y dependiente en torno del Facebook, el submundo gay (que ya no es submundo, y sólo en ocasiones es gay) y personajes rutilantes como Carlos Tevez y los hermanos Gallagher como protagonistas de la trama. Por suerte para Morrow, la lealtad apasionada y resignada de una camarera de un boliche en Canal Street, en los días calientes del Manchester Pride (1), impidió que aficionados internautas arruinaran una buena historia con un mal ejemplo de democracia y la subieran a la red con avidez de onanistas aficionados.

Apenas si hubo algunos amagues del amarillísimo The Sun, que sólo insinuó la posibilidad de un encuentro Oasis-Piola Vago y que dio escueta cuenta de la separación de la banda más vendedora de Manchester durante una gira por París.

dos

Morrow edita un periódico gratuito en el área del City Centre, The Prairie Dogs, que circula entre artistas, intelectuales y bohemios. La publicación es mala y la mayoría de sus artículos no pasa de ser una sarta de incoherencias, urdidas por Morrow en estados de inconsciencia temporaria, producto del abuso de drogas. Convencido de ser la síntesis del Tom Wolfe que viajó con los Grateful Dead, Neal Cassady y Ken Kesey por toda la costa californiana en un eterno trip de ácido, Truman Capote y el delirante Terry Southern (2) (creador del Nuevo Periodismo), a la vez, Morrow es tolerado por la boheme manchesteriana porque entre tantos locos y “locas”, un periodista mediocre, nieto de inmigrantes irlandeses, con aire de detective de Los Ángeles resulta simpático.

Especialmente, y aunque hubiera que soportarlo hablando de su pasquín y sus delirios cósmicos, si se trata del mejor dealer de la zona.

Jugueteando con un frasco de píldoras, sentado al escritorio de su oficinita, un sucucho, un agujerito infecto, en la cotizada y céntrica Abingdon Street, Morrow repetía para sí: “El mismísimo guía espiritual de cada uno se construye dentro de la ecología de la propia mente”. Era el argumento central que recorría los 14 artículos de la última edición de The Prairie Dogs, incluida la nota principal sobre el Manchester Pride, que incluía, por su parte, los únicos auspiciantes que sostenían su pasquín, algunos boliches de la zona gay. Tomó dos píldoras del frasco, las llevó a la boca y se las bajó con un poco de té frío. “Lo tengo”, pensó, “esta noche vendo sangre de peluca y zafo los gastos de imprenta del próximo número”. Ese próximo número es el que llevaría en tapa el piquito entre Carlitos y Liam, caracterizado como una rubia exhuberante, y cuyo título es “Así se gestó la separación de Oasis”. Aún tengo a mano el ejemplar que me enviaron y que no puedo creer que no haya sido levantado por la gran prensa. En realidad, sí lo puedo creer.

Si en un diario de barrio, que se puede encontrar, digamos, en la farmacia, uno lee “Entrevista exclusiva con Napoleón”, no se sorprendería demasiado. Nadie se sorprendió demasiado en Manchester. Todavía.

En los días previos al festival del orgullo gay de la ciudad, en la zona de Canal Street, poblada de pubs y confiterías “gay friendly”, Morrow repartía su periódico. Y aprovechaba para repartir también éxtasis y anfetaminas. “Cuesta el triple”, les decía a sus compradores, “pero es genuina sangre de peluca, traída de San Francisco”, y se las entregaba dentro de un ejemplar de The Prairie Dogs. Eran los últimos días de agosto, cuando el verano de Manchester está en su apogeo y muchos visten saco y polera.

La sangre de peluca, tan sólo un nombre ingenioso, plagiado además, para las anfetaminas de siempre, y tenía, por cierto, más éxito que el períodico, pero Duke era consciente de que así era la sucia realidad. También era consciente de que su teléfono móvil estaba vibrando en el bolsillo de su saco de lana. “Sheila”, indicaba la pantalla, y a continuación… casi se cayó de culo sobre el corpulento gerente del Banco de Londres, brillantemente caracterizado como María Antonieta.

Sheila, su última chica, camarera del Triangle, el pub más exclusivo de todo Manchester, donde una cerveza podía costarte la vida –literalmente, cualquier premium superaba los 30 euros–, le acababa de enviar una foto de Liam Gallagher, vestido con una peluca rubia y un fulgurante vestido rojo sangre, cantando a dúo con una suerte de Frank Zappa de la posmodernidad suburbana.

El Frank Zappa del tercer mundo no era otro que la estrella del Manchester City y la Selección argentina (obviemos algunos detalles deportivos en aras de “mejorar” el relato), sí, el mismo que brilló en Corinthians y en Boca, el cantante de Piola Vago.

Duke Morrow le envió un mensaje escueto a Sheila: “Te espero en la oficina”.

En la oficina, tras un cóctel de anfetaminas, éxtasis y vicodine (Dr. House es su último fetiche, que llega tarde porque en su vieja TV sólo puede ver los canales de aire), Morrow se sintió Terry Southern una vez más. Les vendería rocklets como si fuera éxtasis y escribiría su gran crónica acerca de las reacciones de los supuestos conocedores de las substancias estimulantes.

-Vine en cuanto pude encontrar un reemplazo –dijo Sheila al entrar con un fuerte acento caribeño; se la notaba cansada, vestida de apuro, con las solapas del abrigo sin enderezar.

-Contame todo, nena, que estoy bien high.

-En el salón reservado más exclusivo, el del segundo subsuelo, cayeron Liam y Noel. Liam, como acostumbra de vez en cuando, vestía tan sexy como su “novia” Gweny, un Trans de lo más trendy, cuyo estilo es copiado por cuanta “entendida” anda webeando por el mundo. Tenía una peluca más rubia que Marylin y un bra que abultaba como si verdaderamente hubiera habido algo debajo.

-Y estaba… –deslizó Morrow, esperando que le hicieran coro.

-… ¡Dado vuelta como una media! -Exacto –respondió Sheila sacudiendo su cabeza, en la que las puntas rubias no combinanaban con las raíces oscuras-. Aquí tenés todo –sonrió con picardía y le arrojó su teléfono a Duke, quien lo atajó en el aire con sorprendente maestría, considerando cuán drogado estaba.

Duke Morrow pasó foto por foto mientras sus ojos se abrían como platos. Ese pequeño Frank Zappa del subdesarrollo que cantaba a dúo con Noel Gallagher no era otro que, sí, sí, el argentino que jugaba en el City.

-El estaba con unos amigos argentinos tomando unas cervezas –proseguía Sheila con su relato entrecortado- cuando llegaron los hermanitos Gallagher. “Sos igual a Nazarena”, le dijo a Liam, que se movía como una gata. “Sí, igual a Nazarena Vélez…

Bah, Vélez, no. Vélez está en Liniers y nosotros, en Manchester.

Así que sos Nazarena City, gato. Je, je”.

The milanesa truth
Liam Gallagher no comprendió las exactas palabras de Tevez, pero intuyó su sentido, lo que le provocó un fastidio indecible.

Esto, a su vez, le provocó una gran alegría a su hermano Noel, quien lo odiaba porque había tenido que compartir su habitación con el hermanito intrusito cuando eran niños.

Carlitos tomó un sombrero de bucanero y con su look de barba recortada zapó toda la noche con Noel. Nadie, salvo sus amigos, entendió bien qué cantaba el argentino. Pero con la base de “Wonderwall”, repitió e hizo repetir a la atónita y complacida audiencia: “Con las palmas de todos los negros”. Una y otra vez. Hasta que Liam no aguantó más. Se sacó la peluca con tanta fuerza, que se lastimó superficialmente, tiñéndola de rojo. La peluca tenía sangre, y él tenía dentro mucha sangre de peluca, pero de la buena, no de la que vende Duke.

Aún es un misterio para muchos lo de Nazarena. Sin llegar a una conclusión rotunda, lo más probable es que Nazarena sea fan de Gweny, y haya conseguido una foto de ésta con el vestido rojo sangre. Hizo que le diseñaran uno muy parecido y se sacó una foto provocativa que subió a su Facebook. Carlitos, un amigo, la vio en esa red social y quedó flasheado. Tanto que cuando vio al Liam ése, con el mismo vestido que Nazarena, más flaquita aunque con barba de un par de días, no lo pudo creer y lo entró a gastar.

Duke Morrow sigue editando su pasquín, ignorado como generador de grandes primicias. No piensa subir las fotos a “esa conspiración de la CIA”, como llama a Internet. Por lo pronto, el 29 de agosto Oasis canceló un show en París y Noel habría decidido disolver la banda. “No te aguanto más”, le dijo a su hermano, Nazarena City. Fin. O quizá tiempo de volver a las cuestiones importantes: Irak, la Ley de Medios, la crisis financiera, la clasificación para Sudáfrica…

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(1) Festival de la tolerancia y la convivencia, y una celebración de la vida transgenérica, bisexual, gay y lésbica, que organiza desde hace 19 años la alcaldía de la ciudad de Manchester, que dura unos diez días, en los cuales la alegría popular, el descontrol y la vida loca son parte de todas las noches en la ciudad.
(2) Terry Southern escribió “La sangre de una peluca”, parte de cuya historia es parodiada en este relato. Ver Terry Southern, “A la rica marihuana y otros sabores”, Editorial Anagrama, Barcelona, 1995.

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Nota publicada en la edición número 18 de Un Caño, en octubre de 2009.