EI gran entrenador italiano, como la mayoría de los entrenadores, hace una interpretación distinta de la utilización de la habilidad individual en relación al conjunto. Distinta a la que cualquier espectador puede hacer al observar un partido de fútbol. Distinta, incluso, a la interpretación que el mismo jugador le puede dar a su propio talento. “El jugador debe tener una idea de cómo funciona el conjunto, y esa idea se la debe transmitir el entrenador. Un buen entrenador transmitirá la idea general para que el jugador sepa dónde encaja. Cuál es su contribución y qué relación tiene con los que debe interactuar”. Este perfecto resumen de cómo un director técnico debe ensamblar las piezas que conforman un equipo no lo hizo ningún “hombre de fútbol”, sino que lleva la firma de Antonio Damasio, un profesor de neurociencia de la Universidad de California al que le bastó con analizar algunos partidos para identificar, tal vez, el gran secreto de este deporte. Ahora bien, el entrenador debe ser el que transmite la idea original, pero ésta sólo podrá ser llevada a cabo si del otro lado encuentra un receptor que la interprete correctamente. Para que esto ocurra es fundamental que el jugador posea y ejercite una habilidad muy poco entrenada en el fútbol: la inteligencia. El núcleo de esta nota trata sobre cómo jugadores de una gran riqueza técnica, poseedores de un talento individual superior a la media, reducen su capacidad real por una deficitaria interpretación del juego (errónea toma de decisiones, un mal posicionamiento, etc.) y otros que, con menores cualidades desde lo técnico, emparejan o superan sus propias limitaciones a partir de un desarrollo en su inteligencia aplicada al juego. El doctor Howard Gardner, director del Proyecto Zero y profesor de psicología y ciencias de la educación en la Universidad de Harvard, ‘ha propuesto desde 1993 su teoría de las Inteligencias Múltiples. A través de esta teoría, Gardner llegó a la conclusión de que la inteligencia no es algo innato y fijo. A partir de la investigación acerca del desarrollo del progreso de aprendizaje, Gardner señala que no existe una sola inteligencia, sino que existen siete: la lingüística-verbal, la lógica-matemática, la física-cinestésica, la espacial, la musical, la interpersonal y la intrapersonal. Llevando esta teoría al fútbol, observaremos que la diferencia real entre unos y otros futbolistas radica en la forma en cómo cada cual desarrolla cada una de esas inteligencias, en la intensidad y en la forma en que recurren a éstas y en la manera en que las combinan para analizar, ejecutar y solucionar las distintas dificultades que propone un partido de fútbol.
La lingüística-verbal
La capacidad para usar palabras de manera efectiva. Esta inteligencia incluye la habilidad del uso del lenguaje para convencer a otros a tomar un determinado curso de acción. Aquellos jugadores que dentro de un campo de juego influyen en propios y extraños mediante el uso de la palabra.
La lógico-matemática
La inteligencia lógico-matemática es la capacidad para usar los números de manera efectiva y razonar adecuadamente. Esta inteligencia incluye la sensibilidad a los esquemas y relaciones lógicas, las afirmaciones y las proposiciones de tipo si hago… (causa), entonces… (efecto). Los jugadores que poseen esta inteligencia desarrollada son aquellos que interpretan fácilmente esquemas tácticos propios y rivales y las posibles variantes que estos tengan durante el partido. Y, desde lo individual, saber interpretar rápidamente antes de cada jugada la causa y el efecto a provocar.
Es la capacidad de percibir, discriminar, transformar y expresar las formas musicales. Esta inteligencia incluye la sensibilidad al ritmo, el tono y la melodía de una pieza musical. Muchos podrían pensar que esta inteligencia poco tiene que ver con el fútbol. Todo lo contrario, negar que el fútbol tiene diferentes tempos sería obtuso de nuestra parte. Mientras que Bochini fue siempre un adagio, hoy Messi vive inmerso en un allegro prestísimo.
La física-cinestésica
Es, tal vez, la inteligencia “futbolística” por excelencia. Se la aprecia ya en los niños que se destacan en actividades deportivas. Es la habilidad para usar el propio cuerpo para expresar ideas y sentimientos, y sus particularidades de coordinación, equilibrio, destreza, fuerza, flexibilidad y velocidad.
La inteligencia espacial
Es la habilidad para percibir de manera exacta el mundo visual-espacial y de ejecutar transformaciones sobre esas percepciones. Esta inteligencia incluye la sensibilidad al color, la línea, la forma, el espacio y las relaciones que existen entre estos elementos. Incluye la capacidad de visualizar, de representar de manera gráfica ideas visuales o espaciales. Para muchos especialistas, el fútbol está entre las cinco tareas deportivas con mayores exigencias visuales, entre las que se destacan la visión periférica, la fijación, la capacidad de persecución o de seguimiento de movimientos, la habilidad binocular de juzgar distancias relativas entre objetos y el tiempo de reacción visual. Percibir entraña cierto saber acerca de las cosas observadas y sentidas.
La inteligencia interpersonal
Es la capacidad de percibir y establecer distinciones en los estados de ánimo, las intenciones, las motivaciones y los sentimientos de otras personas. Esto puede incluir la sensibilidad a las expresiones faciales, la voz y los gestos, la capacidad para discriminar entre diferentes clases de señales interpersonales y la habilidad para responder de manera efectiva a estas señales en la práctica (por ejemplo, influenciar a un grupo de personas a seguir una cierta línea de acción). Esos jugadores que tienen la capacidad de “leer” en el rival qué le está ocurriendo individualmente o como equipo tienen una ventaja considerable al resto y les permite actuar en consecuencia en cada momento de un partido.
Es el conocimiento de uno mismo y la habilidad para adaptar las propias maneras de actuar a partir de ese conocimiento. Esta inteligencia incluye tener una imagen precisa de uno mismo (los propios poderes y limitaciones), tener conciencia de los estados de ánimo interiores, las intenciones, las motivaciones, los temperamentos y los deseos, y la capacidad para la autodisciplina, la autocomprensión y la autoestima. Es fundamental para todo jugador reconocer cuáles son sus virtudes y limitaciones, desde lo técnico hasta lo emocional, y poder trabajar sobre ello tratando de reducir el uso de lo negativo y potenciar lo positivo. De nada sirven las virtudes, por más excelsas que sean, si no sabemos “comprenderlas”. En este fútbol súper profesionalizado de hoy existe una gran obsesión por identificar qué factor de rendimiento tiene mayor injerencia en el juego, ya sea en lo individual como en lo colectivo, y entre los especialistas hay gran consenso en creer que el factor táctico-estratégico es el más determinante. Muchos señalan que las capacidades de anticipación e interpretación son características diferenciadoras de un jugador que resuelve de la mejor forma y en el menor tiempo posible una situación dentro del campo de juego. Por eso la inteligencia debe ser una habilidad ejercitada a la par del entrenamiento tradicional, ya que permite seleccionar los estímulos más relevantes, interpretarlos correctamente, procesar la información y tomar la decisión más apropiada para cada momento. El jugador inteligente es aquel que posee una ventaja frente a los demás porque suele estar mejor situado y anticipa lo que va a suceder, de manera que asume una posición favorable y se mueve antes que los rivales. Por todo esto, sabemos entonces que no existe una inteligencia general, sino un elenco múltiple de aspectos de la inteligencia, algunos mucho más sensibles que otros a la modificación de estímulos adecuados. Tal vez, en el futuro, dejaremos de escuchar frases como: “no es muy inteligente, pero tiene una gran habilidad para jugar al fútbol…”, una afirmación que desconoce que la inteligencia es mucho más de lo que podemos ver o escuchar en una entrevista. Muchas veces, por estas tierras, somos propensos a creer que sólo con el talento podemos llegar a lo más alto. Pero sin inteligencia, convencimiento y trabajo que complementen nuestra habilidad innata, será difícil hacer la diferencia. Como bien lo señala el escritor francés Michel Houellebecq en su libro Las partículas elementales, “cierto cinismo tradicional en el estudio de la historia humana tiende a presentar la ‘habilidad’ como un factor fundamental para el éxito, mientras que en sí misma, sin la ayuda de una fuerte convicción, es incapaz de provocar un cambio realmente decisivo”.