Escena 1: Apertura del Mundial de México 86. Me cruzo en el Estadio Azteca con el ex jugador peruano Juan Carlos Oblitas, que venía de hacer algunas declaraciones interesantes sobre el 6-0 del Mundial ‘78. El diálogo comenzó prometedor. Hasta que otros colegas argentinos se sumaron, pero indignados por el tono de sospechas que lanzaba Oblitas. Arruinaron la nota. El peruano se puso a la defensiva y fue imposible sacar algo bueno. Sí puso las manos en el fuego por Chupete Quiroga, y destacó que casi todos los goles fueron en el área chica.

Escena 2: La de Rodolfo Manzo, en su pueblo vecino a Lima, en una bicicleta destartalada y con ropa de no pasarla bien. “Hasta en mi pueblo me dicen ‘el vendido’”, le dice a la cámara de un programa documental sobre el Mundial ‘78 que hicimos con Gonzalo Bonadeo (comprado por Telefé y retransmitido por History Channel en muchísimos países). Si él, que luego fue sospechosamente comprado por Vélez, fue uno de los vendidos, como muchos indicios sugieren, se vendió mal.

arg_peru_1978_2Escena 3: La de José Velázquez, en otro gran documental que hizo Christian Rémoli, preguntándose por qué el DT Marcos Calderón lo sacó en el entretiempo, con el partido 0-2 y cuando él era uno de los que más metía, para poner en su lugar al novato Raúl Gorriti. También por qué hizo jugar a Teófilo Cubillas de 9 y por qué cambió el acuerdo que había establecido el día anterior con los líderes del plantel de que Quiroga no jugaría porque era mejor excluirlo para evitar suspicacias por su condición de argentino.

Es cierto, hay otros datos que muchos citan:
a) La donación de trigo a Perú, la presencia de Videla y Kissinger en el vestuario peruano antes del partido.
b) La influencia de Paquito Morales, hijo del dictador peruano, como jefe de la delegación.
c) Dineros aportados por el Cartel de Cali.
d) Algunos off que hablan de una división en un plantel peruano que, además, estaba agotado y a esa altura sólo quería volver a casa.

Por esto último, porque no todos son iguales, puede entenderse por un lado el tiro de Juan José Muñante en el poste, al comienzo del partido. Y por el otro, se puede entender también que Argentina podría haber ganado como ganó sin necesidad de eventuales trampas. Por eso Menotti suele indignarse y habla de “canallada” cuando se dice que el partido pudo haber estado arreglado.

Pero es lícito pensar que la dictadura, con la gente en la calle, advirtió que ya no bastaba con organizar bien el Mundial. Que también había que ganarlo. Y que por eso decidió jugar su propio partido.

¿Quién lo jugó? Siempre me sorprendió el modo en que el general José Villarreal, secretario general de la presidencia en tiempos del horror, me aseguró en 2003 que ni Videla ni Viola, candidato a la sucesión, hicieron gestiones para el 6-0. No mencionó en cambio a Massera.

El que sí lo citó fue Juan Alemann, miembro del equipo económico de Martínez de Hoz que creía que el Mundial no debía hacerse porque era un despilfarro de dinero. Alemann lo cita al recordar que en su casa explotó una bomba justo cuando Luque anotó el cuarto gol que aseguraba el boleto a la final. Dice que la bomba la puso alguien que sabía que habría un cuarto gol. Y recuerda a Massera, el almirante que según sus biógrafos soñó con ser el nuevo Perón.


NdE: Este artículo fue publicado originalmente en el número 60 de la revista Un Caño, junio de 2013.