Casi cuatro décadas después, al Mundial 78 le acaba de nacer otra leyenda. Como los mitos del fútbol tienen la potencia de lo emocional, ningún argumento podrá borrar la historia idílica de los postes del Monumental, la crónica que se viralizó con emojis de ojitos corazón: que la base de los arcos estaban pintadas de negro en señal de repudio a los crímenes de la dictadura.
La nota se conoció por The Guardian pero orginalmente se publicó en un blog llamado In bed with Maradona, En la cama con Maradona. El autor es David Forrest, profesor escocés de la Universidad de Sheffield y adicto al running, según la descripción del diario inglés. El héroe silencioso es Ezequiel Valentini, un mozo que durante el Mundial 78 estuvo a cargo del césped del Monumental.
En su crónica, Forrest cuenta que desde que vio los partidos del Mundial, cuando era un niño, quedó obsesionado con la marca de los postes. ¿Por qué estaban pintados en sus bases? Arrastró esa duda durante décadas. Hasta que pudo viajar a la Argentina y se produjo la revelación. Valentini, el mozo de una parrilla en la que Forrest hojeaba un libro sobre el Mundial, le preguntó por qué le interesaban esas fotos. Forrest le contó sobre los postes y Valentini le aconsejó que fuera a preguntar por el encargado del campo de juego de River. Forrest fue al encuentro del canchero y consultó por la pintura negra en los palos. El giro dramático de la historia se produjo en una pequeña oficina en las que había unas imágenes viejas. En las fotos, con una memoria visual envidiable, Forrest identificó a Valentini. Y entonces volvió a la parrilla. Ahí llegó el desenlace: Valentini le confesó que los postes estaban pintados así, como si se tratara de una brazalete negro, en forma de luto. Fue lo que se les ocurrió, le dijo, para enviar un mensaje contra las desapariciones y la tortura.
Si hubiera un tesoro oculto del fútbol argentino, esta historia de una pequeña resistencia sería el oro del cofre. Las webs se abalanzaron sobre ella. El mensaje contra la dictadura en los arcos del Mundial fue replicado en las páginas de internet de los grandes medios, comentado en columnas de radio y compartido por miles de personas en Twitter y Facebook. Era un diario inglés, un diario serio, un diario prestigioso: era el Guardian. El nudo estaba hecho. Regaló clicks a lo pavote.
Uno de los primeros que intentó desenredar el asunto fue el escritor Matías Bauso, que trabaja desde hace años en un libro sobre el Mundial 78. Bauso fue contundente: desde su cuenta de Twitter, @matiasbauso, mostró con imágenes que los palos se pintaban desde muchos años antes. Lo siguió el periodista Andrés Burgo, que publicó hasta una foto con Amadeo Carrizo posando en un arco con los postes pintados. Pintar los palos ya era una costumbre sesentista. Otro periodista, Ernesto Rodríguez III, fue más atrás con los recortes de las revistas: había palos pintados de negro o azul oscuro a fines de la década del treinta. Alcanzaba, sin embargo, con ver los arcos de las otras sedes del Mundial: salvo en Mendoza, donde estaban pintados de rojo, todos los postes tenían sus bases de negro. Pintar los palos –se supone que para determinar, ante una trampa visual, que la pelota pasa entre ambos y no por afuera- pudo haber sido un invento argentino, pero no una forma de resistencia.
¿Y si había una historia? Si había una historia, Valentini podía contarla. Esa tarde en que se disparó la nota, llamé a la parrilla en la que con una gran fortuna Forrest lo había encontrado durante su viaje. El empleado que me atendió no tenía idea de qué le estaba hablando.
¿Una nota que habla sobre nosotros? ¿Habla mal?
No, cuenta una historia del Mundial 78. Pero, ¿trabaja ahí Ezequiel Valentini?
No, yo estoy acá hace doce años y no conocí nunca a un Valentini. ¿Y qué dice la nota?
Otros periodistas llamaron por esas mismas horas. La respuesta fue la misma y la repetían con fastidio: no trabaja ni trabajó alguien llamado Ezequiel Valentini en esa parrilla. Ahora Valentini era el héroe ausente y la historia se borraba como la foto de Marty McFly en Volver a Futuro. ¿Cómo es que había pasado, además, tantos años sin contarlo? ¿Cómo podía tratarse de un mensaje sin receptores? Si nadie se había dado cuenta, era la historia de un fracaso. Ahí estaba su falla de origen.
Mientras los más obsesivos intentaban dilucidar si Forrest era un fabulador que había inventado al personaje de Valentini o un ingenuo que le había creído al mozo de parrilla de Palermo, en el Museo de River buscaban con urgencia algún tipo de registro. Aunque la primera respuesta era que ningún Valentini había trabajado en el club, al día siguiente otra fuente alertaba que quizá no fuera tan así: “Parece que hubo un Valentini que trabajó en el club, pero no sabemos si durante el Mundial”. El misterio de Valentini.
En el fondo -y este es el gran mérito de Forrest- muchos no querían resignarse a que la historia fuera mentira. Era un elijo creer colectivo, pujante, contra los refutadores de leyendas. El Mundial 78 está plagado de estos mitos porque los mitos crecen donde hay silencio. El Mundial que organizó la dictadura se cuenta, a veces, con resistencias que no sucedieron. La preferida es la que dice que Johan Cruyff no jugó para Holanda como rechazo al régimen genocida. Pero Cruyff, según relata en 14, su autobiografía, ya tenía decidido no viajar a la Argentina desde que el año anterior habían intentado secuestrarlo en su casa de Barcelona. También niega el otro mito, el mito holandés: que no viajó por los celos de Danny, su mujer.
Del arquero sueco Ronnie Hellström se cuenta que visitó a las Madres durante una de las rondas de los jueves. Incluso, hay notas periodísticas en las que se lo cita ratificando esta historia: “Decidí hacerlo porque era una obligación que tenía con mi conciencia”, habría dicho. Sin embargo, tiempo después, el arquero le negó al periodista Ezequiel Fernández Moores que hubiera visitado a los Madres.
Pablo Llonto, autor de La vergüenza de todos, un libro sobre el Mundial 78, dice que siempre fue difícil constatar quién estuvo en la Plaza por ese tiempo, por lo que las Madres nunca pudieron precisar qué jugador habló con ellas. Otra versión indicó que se trataba de un futbolista holandés. “Yo diría que ningún jugador fue a la Plaza”, dice Llonto. Según Fernández Moores, guionista del documental de La Historia Paralela, también sobre el 78, recuerda que cuando consultó a gente que participó de aquellas rondas, lo que sabían era que alguien había visto a un rubio y se le ocurrió que era Hellström. Nació la leyenda.
Antes del Mundial, recuerda Fernández Moores, el padre de Dagmar Hagelin, la joven de origen sueco desaparecida por un grupo de tareas al mando de Alfredo Astiz, le pidió apoyo a los jugadores de la selección sueca. Y hasta envió una carta a los jugadores de Holanda. Pero no tuvo respuesta. Ni siquiera fue cierto algo que cada tanto se repite: que el plantel holandés no fue a la cena de cierre del Mundial en rechazo al dictador Jorge Rafael Videla. La realidad es que decidieron quedarse para no toparse con la multitud que celebraba en las calles.
El Mundial 78 también tiene historias de venganzas más íntimas. Alberto Tarantini contó que se refregó los testículos con la mano con la que saludó a Videla. Era, dijo, una apuesta con Daniel Passarella. Su compañero Leopoldo Jacinto Luque lo puso en duda. También es inverificable, más allá de su testimonio, que Tarantini haya gritado con insultos a la Junta su gol a Perú en el 6-0, otra fuente de sospechas pero también de leyendas, como el cargamento de trigo que supuestamente la dictadura envió hacia Lima cambio de un buen resultado. El cargamento nunca existió.
El fútbol es un terreno fértil para los mitos. Es el universo donde todo puede ocurrir. El Mundial 78 es, de alguna manera, un mito en sí misma. ¿Hubo silbidos a Videla en la inauguración? ¿O nada de eso ocurrió? La revista Un Caño alguna vez imaginó qué hubiera sucedido si la Argentina perdía el Mundial, las masas en la calle, desconsoladas, con una bronca que desata una revuelta popular contra los militares.
Una ucronía. Pero que habla también de lo que sostiene el imaginario colectivo: que el Mundial ayudó a sostener a la dictadura. En Héroes, Machos y Patriotas, Pablo Alabarces discute esa idea. Sostiene que aunque la dictadura haya intentado utilizar el Mundial no se puede asegurar que el efecto –la consecuencia de ser campeones del mundo- haya sido la consolidación del régimen.
Pero si hubo una historia de resistencia individual -una historia de orgullo íntimo- fue la que contaba Graciela Daleo, detenida en la ESMA durante el Mundial. Pero cuando la Argentina ganó la final, sus captores la sacaron a celebrar. Querían mostrarles que lejos de la tortura había un pueblo feliz. Graciela siempre recordaba que la llevaron a un restorán, que se sentía asfixiada y que, entonces, pidió ir al baño. Fue en ese momento de soledad que sacó su lápiz labial y escribió en el espejo del baño: “Massera asesino, milicos asesinos, vivan los Montoneros”.
Son historias de un Mundial que ahora se reavivó con la nota de Forrest, con Valentini, el mozo de una parrilla que encierra la otra curiosidad de esta nueva leyenda. La parrilla en la que aparece nuestro héroe se llama Don Julio, un nombre que encierra otros mitos, los que sobrevinieron al Mundial.
*Artículo publicado en La Izquierda Diario