Cada noche, un hombre flaco y canoso abre la pesada puerta de la AFA, entra, la cierra, camina hasta un ascensor que está al lado de las copas de Argentina 78 y México 86, toca el botón, sube al silencio anónimo del séptimo piso, abre la puerta de su departamento, se desviste, se dispone a dormir. En el anochecer zombie de la calle Viamonte, la escena es literal; hay un hombre que vive en la AFA, y acaba de sentarse a la mesa de un café a contarme por qué.

“Yo tenía la llave del rey”, dice Cayetano Osvaldo Ruggieri, 76 años, pelo corto, canoso, flaquito, una especie de Clint Eastwood con 50 películas menos y camisa elegante, pantalón de vestir. Cuando dice la llave no habla de su departamento, obviamente, y cuando dice el rey, dice el rey: Julio Humberto Grondona, el hombre que lo invitó a vivir ahí. El hombre que lo salvó –dos veces– de la malaria, el desamparo y la desolación. Hacía 36 años que se conocían y ocho que habían laburado juntos cuando, en 2013, falleció Liliana, su mujer. Entonces vivían en Lao Puelo, Chubut, y no pasó una semana que él ya quiso, destrozado, volverse a Capital. “Estaba loco, loco. Yo estaba de viaje en Salta y me llaman, me llaman y me cuentan eso, imaginate. Ni perdón le pude pedir, nada. Es horrible, es horrible la soledad, pibe, grabate eso, por favor”, cuenta Cayetano, y fue entonces, mientras volvía a Buenos Aires, cuando su celular sonó: del otro lado, una mano, un anillo, la lealtad. “Venite a vivir acá”, le dijo Don Julio. Acá es, simbólica y literalmente, adentro del poder.

“Bueno, vení a verme el lunes a la ferretería –le dijo Don Julio– que voy a arreglar tus problemas financieros. Pero vení solo. ¿Me escuchaste? Solo vení”. Ruggieri fue solo nomás, y Grondona le dijo: “Vas a ser Antonio Sastre. ¿Sabés quién era Antonio Sastre?”. Antonio Sastre: ídolo de Independiente que entre las décadas del 30 y 40 vivió la anormalidad de jugar en los 11 puestos de la cancha. Traducción: Cayetano Osvaldo Ruggieri haría todo lo que precisara el poder.

La historia de Don Julio (o Co-Conspirador #1, el apodo póstumo que le concedió la investigación del FBI en el FIFAGate) y El Hombre que Vive en la AFA tiene dos comienzos: uno, en 1977, y el otro, en el 2000. En el primero, Grondona es presidente de Independiente, y Ruggieri, Secretario de Redacción de Deportes del diario Crónica. La palabra de Ruggieri era, entonces, la palabra del poder: más de 700 mil personas compraban el diario, la misma cantidad de visitas únicas que hoy tiene, por ejemplo, la web de Clarín. Grondona estaba que volaba porque Crónica había publicado que Independiente había falsificado un balance. “Le pifiamos”, dice Ruggieri, pero eso lo dice hoy; entonces, Grondona llamó al diario, preguntó –gritó– con quién tenía que hablar. Con Ruggieri, obviamente, tenía que hablar. Pero entonces el Secretario no tuvo tiempo ni de susurrar las nueve palabras que dice ahora, en el café: “Si hubiera sido mano a mano me habría cagado a trompadas, así de sencillito nomás”.

cayetano ruggieriY así lo conoció, al menos oralmente. En ese mismo 1977 le hizo una de las primeras entrevistas de su vida y a aquello le siguieron invitaciones a eventos del club, la inauguración de una placa, cenas, hasta que sucedió el segundo comienzo, en el 2000. Hacía siete meses que Crónica no le pagaba a Ruggieri. Había sido Secretario de Redacción en Internacionales, Policial, Deportes, pero nada importaba: cualquier bio era irrelevante para alguien a quien iban a boletear. Una noche, en el casamiento de una de las hijas de Carlos Bilardo, Daniela, apartados en un saloncito del enorme salón, Grondona se le acercó al hombre que ahora vive donde él gobernó; la voz prehistórica de Julio Humberto Grondona quiso saber: “¿Cómo están tus cosas?”.

“’Como el culo, Julio’, le dije. Él ya sabía. El hijo de puta me preguntaba pero ya sabía cómo estaba yo”.

Ruggieri hace la de millones: cuando actúa la letra de Grondona lo imita, ensaya su tono inflamado, papal.

“Bueno, vení a verme el lunes a la ferretería –le dijo Don Julio– que voy a arreglar tus problemas financieros. Pero vení solo. ¿Me escuchaste? Solo vení”.

Ruggieri fue solo nomás, y Grondona le dijo: “Vas a ser Antonio Sastre. ¿Sabés quién era Antonio Sastre?”.

Antonio Sastre: ídolo de Independiente que entre las décadas del 30 y 40 vivió la anormalidad de jugar en los 11 puestos de la cancha. Traducción: Cayetano Osvaldo Ruggieri haría todo lo que precisara el poder.

El Hombre que Vive en la AFA esfuerza su voz de piedra pómez cuando dice: “¿Te digo? Julio me dio un poder bárbaro a mí. Me venía a buscar, me metía en las cosas más jodidas: la reestructuración del fútbol base, lo del AFA Plus. ‘Pero Julio, yo soy un empleado’, quería frenarlo, pero él me contestaba: ‘No importa: yo sé lo que es la lealtad’”.

Amigo de Alberto J. Armando y Carlos Bilardo, Secretario de Redacción “de un diario que, con el poder que tenía, podría haberle vendido enanos a la NBA”, enviado estrella al Mundial 86, el cronista que escribió la nota en la que Menotti le dice a Maradona que es un barrilete, el cronista al que Maradona había llamado en el 81 para que le hiciera una nota y así apretar a Boca para que lo intentara comprar, ex Director Nacional de Radiodifusora Argentina al Exterior, El Hombre que Vive en la AFA entonces no sabía, ni intuía, que sería la mano derecha del vicepresidente mundial.

“No, no: la mano derecha no –bufa Ruggieri–, eso no”.

Bueno: la izquierda. O una de las tantas derechas en las que un hombre como Don Julio debía confiar. Más todavía: Cayetano Osvaldo Ruggieri fue un testigo; alguien que vio. Alguien que escuchó cómo se mueven los tentáculos del poder. Alguien que un día hizo un comentario futbolero, por ejemplo, y eso casi lleva a Tevez al último Mundial.

***

El párrafo burocrático se teclea rápido y se teclea así: después de que Grondona lo salvara del pozo de diario Crónica, Ruggieri fue entre 2000 y 2008  Jefe de Medios y Comunicaciones de la Asociación del Fútbol Argentino; desde el 2013 es el Intendente del edificio de la calle Viamonte (esta cosa que tiene el fútbol por subrayar el tótem de la propiedad privada, onda: el Predio que la AFA posee en Ezeiza) y en 2011 publicó un libro sobre la gestión de Grondona al que los editores titularon: “Más de tres décadas de realizaciones y prestigio internacional”. En la primera década de 2000 escribió, también, Arsenal de Sarandí, bien de familias, en colaboración con Sebastián Ronchetti y Roberto Beck.

Pero, como siempre, lo importante no está ahí. Como dice él mismo, “vos me entregás un currículum, ponele, ¿y quién hizo el currículum, eh? Claro, vos. Y ponele que te violaste una monja. ¿En el currículum me lo vas a escribir? Esas cosas no sirven para nada”.

Para nada sirve, entonces, el tipeo de dónde él trabajó. Lo importante, como siempre, está debajo, está detrás.

Donde nadie puede ver.

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El Hombre que Vive en la AFA esfuerza su voz de piedra pómez cuando dice: “¿Te digo? Julio me dio un poder bárbaro a mí. Me venía a buscar, me metía en las cosas más jodidas: la reestructuración del fútbol base, lo del AFA Plus. ‘Pero Julio, yo soy un empleado’, quería frenarlo, pero él me contestaba: ‘No importa: yo sé lo que es la lealtad’”.

Nunca fueron muy claros ni prolijos los manejos de la AFA. Y desde hace dos años, encima, está lo del FIFAGate.

Grondona estaba muerto, no sé. Mi lealtad nunca se va a perder. Porque la deuda de plata la podés pagar, pero la de oro, la de oro no. ¿Cuánto vale que me dio un trabajo una vez, dos veces? Siempre te voy a decir lo mismo: Julio Grondona fue un tipo de la puta que los parió.

Un tipo que, parece, escuchaba bastante al hombre que ahora, enfrente mío, le da el sorbo de gracia a su café.

“Yo lo trataba como nadie. Porque mi teoría era que, para agradecerle, tenía que decirle todo. Todo es todo: lo que estaba bien, lo que estaba mal. Yo lo puteaba, nos calentábamos, era un tipo muy calentón pero me escuchaba, me escuchaba. Un día, antes del Mundial de Brasil, le dije: ‘¿Usted quiere ganar el campeonato, Julio? Llámelo a Tevez’. ‘¿Estás loco?’ –me dijo– ¿A Tevez? ¿Y por qué lo voy a llamar?’. ‘Porque es divino, Julio’. ‘¿Cómo que es divino?’. ‘Gana todo, viejo, lleveló’. ‘¿Vos sabés el quilombo que se va a armar?’. ‘Y a mí qué carajo me importa’, le contesté”.

¿Y?
Y… una intentona hizo.¿A qué le llamás una intentona?
Habló con Mascherano. Y Mascherano le dijo: “Al Enano lo convenzo, pero a los otros no”. El tema era que había que echar a uno. Ahí le dije: “Julio, se nos llega a caer un tipo y no lo recuperamos”. Fijate: se cayó Agüero, después Di María.

Así que Don Julio llamó a Mascherano, ¿y después?
Y no, bueno, hasta ahí llegamos. Se te plantan todos y cagaste, fue.

“Hasta ahí llegamos”, dice El Hombre que Vive en la AFA, uno de los anillos parlantes del poder. Entre las infinitas castas humanas están los que deciden, los que ven y escuchan cómo deciden los que deciden y, bueno, todos los demás. En el libroEl partido, de Andrés Burgo, que cuenta desde el alba hasta el anochecer el 22 de junio de 1986, cuando Argentina eliminó a Inglaterra en los cuartos de final del Mundial, es donde leí por primera vez que había un hombre que vivía en la Asociación del Fútbol Argentino, que ese hombre se llamaba Cayetano Osvaldo Ruggieri y que había sido, encima, un enviado estelar. Su cobertura del Mundial es detallista, obsesiva, patriotera, una especie de Homo-Olé. “En el supuesto de que alguien se interese por los ‘piratas’ les recomendamos leer el ‘The Sun’ o ‘Daily Mirror’ o ‘The Time’. Allí encontrarán buena información sobre Inglaterra”, escribe antes del 2-1 con los goles messiánicos del Diez. Eso, cuando ya se sabía que sería Inglaterra el rival. Porque el equipo de Lineker debía medirse antes contra Paraguay, y –escribe Ruggieri– “tanto Giusti, como Maradona, Cuciuffo y casi todos los integrantes del plantel, opinaron que serían preferible los paraguayos. No por una cuestión deportiva, sino porque si el partido será contra Inglaterra, ‘muchos podrían querer poner de por medio cuestiones que nada tienen que ver con el fútbol, y que molestan’”. Pero no eran sólo periodísticas las obligaciones de Ruggieri. Entre la serpentina de cábalas que tenía Bilardo había una que necesitaba de él.

“Nos sentábamos en un banquito de la concentración del América, me daba el equipo titular y yo me quedaba por ahí, caminando, hasta que me cruzaba con algún titular, el Negro Enrique, por ejemplo, y le informaba: ‘Mañana jugás’. Yo era una institución ahí, era amigo del dueño, no me echaba nadie de la concentración. Después del 3-1 a Corea del Sur, en el debut, viajamos a Puebla. Tocaba Italia. Nos sentamos y Carlos me dio el equipo. Me voy, me meto en el ascensor. ¿A quién me cruzo? A Cuciuffo, que no había jugado en el debut. Le digo: ‘Mañana jugás’. ‘No me jodás’. ‘Mañana jugás’. Jugó, y del equipo no salió más”.

Grondona-vs-BlatterComo si al mundo le editaran el sonido, Cayetano hace un silencio y en primer plano se oyen ahora los timbales que son las cucharitas en las decenas de café, la paleta de colores de todas las voces que hay acá. La segunda ronda ya la tomamos hace rato. Le digo que yo invito, que si quiere ir yendo nomás. Unos minutos después estamos caminando Viamonte, retornando al templo, su hogar.

“¿Vos sabías quién trajo la Fragata Libertad?”, me suelta, abriendo las puertas. Son las cinco de la tarde y en la AFA hay más gente que en un hospital. “La Fragata Libertad. ¿Te acordás de la Fragata Libertad? Hola, buenas…”.

A fines de 2012, la Fragata Libertad estuvo retenida casi tres meses en un puerto de Ghana, de donde retornó el 9 de enero de 2013, a Mar del Plata.

“¿Sabés quién?”, me dice Cayetano y toca el botón del ascensor.

“Julio. Julio –se sonríe El Hombre que Vive en la AFA–. Antes, obviamente, preguntó: ‘Zannini, ¿querés que te traiga la Fragata?’. Ghana tenía un problema con la FIFA, así que cuando Zannini le dijo que sí, volvió a llamar: ‘José…’. Porque a Blatter, Grondona le decía José. ‘José, ¿me hacés un favor? ¿Me podés destrabar lo de Ghana, por favor?’. En unas semanas la teníamos acá. El poder se ejerce, no se declama. El poder es así”.


Fuente: La Agenda Revista