“Diretas já”, se leía en la camiseta del Corinthians. “Eu quero votar para presidente”, podía ser otra consigna. Era 1982, resistencia contra la dictadura en Brasil, y en Corinthians se votaba todo. También al entrenador. Los jugadores eligieron a Ze María. El movimiento lo encabezaba Paulo Sócrates Brasileiro Sampaio de Souza Vieira de Oliveira. Sócrates. Su padre, que no había estudiado pero había leído, admiraba a los filósofos griegos. Sócrates se recibió como doctor en medicina por la Universidad de San Pablo en 1977 pero, sobre todo, fue uno de los futbolistas brasileños más extraordinarios. El capitán de Brasil en España 82. El líder de la Democracia Corinthiana.
“Yo siempre supe que estábamos haciendo política. El fútbol, creo, es el único medio que puede acelerar el proceso de transformación de nuestra sociedad porque es nuestra mayor identidad cultural. Todos entienden de fútbol. De política, nada”, explicó Socrates en Democracia Corinthiana. La utopía en juego, el libro que escribió en 2002, nueve años antes de morir, con el periodista Ricardo Gozzi. “Discutir y votar –contó- era casi un vicio. Votábamos hasta si el autobús debía parar porque alguien quería hacer pis”.
Corinthians había terminado abajo en el torneo nacional de 1981. Pero fue campeón paulista en los dos años siguientes. La Democracia Corinthiana se puso a prueba. Sin títulos, dijo Sócrates, habría quedado en la nada. “Era un movimiento revolucionario, aislado, en un mundo totalmente reaccionario llamado fútbol”, agregó. No hubo nada igual. Un autogobierno de los futbolistas. “Libertad con responsabilidad”, era un lema. Su nombre, el bautismo, se lo dio el periodista Juca Kfouri, cuando escribió que “si los jugadores siguen participando en las decisiones del club, si los dirigentes no se asustan y si la prensa apoya, veremos que aquí se vive una democracia, una democracia corinthiana”.
Y entonces tenían el apoyo de los obreros metalúrgicos que lideraba Luiz Inácio Lula da Silva, y de otros sindicatos que saludaban a los jugadores. O el de intelectuales fascinados con eso que veían, como Jorge Amado. Oscar Niemeyer también simpatizaba con ellos. Gilberto Gil les compuso Andar com fe (“Que la fe no acostumbra a fallar”, dice) y Rita Lee cantó en recitales con la camiseta del Corinthians, que no era sólo Sócrates, el capitán que en México 86 usaba vinchas con la leyenda “Reagan es un asesino” y que se había afiliado al Partido de los Trabajadores. Sus compañeros más activos eran Casangrande y Wladimir, pero todo el equipo estaba comprometido. “Cuando nadie podía votar, los jugadores de Corinthians conquistaron el derecho de decidir sobre sus rumbos”, escribió el sociólogo Emir Sader.
La experiencia del Corinthians, el fútbol como otra forma de hacer política, tomó más relevancia en estos días cuando Romario se sumó a los 61 senadores golpistas que votaron a favor de la destitución de Dilma Rousseff. “Fui jugador, pero no fui atleta, y ahora soy diputado, pero no soy político”, dijo después de ganar en 2010 la banca por el Partido Socialista Brasileño, entonces aliado al PT. Romario fue el candidato más votado en Río de Janeiro. Campeón del mundo en Estados Unidos 94, O Baixinho, un artista del área, dijo que haría eje en tres asuntos: la corrupción de la FIFA (que llegaba a Brasil para organizar el Mundial de 2014), la lucha contra las drogas y el apoyo a los derechos de las personas con discapacidad. Ivy, su hija que ahora tiene 10 años, nació con Síndrome de Down.
Desde entonces, Romario enfrentó al poder del fútbol brasileño, pero también al que se ejerce desde Suiza. A Joao Havelange, Ricardo Teixeira, y Joseph Blatter. Cuando cayeron Havelange y su ex yerno Teixeira por los sobornos de ISL, también enfrentó a José María Marín, el ex gobernador de San Pablo durante la dictadura brasileña que asumió en la Confederación Brasileña de Fútbol. Pero Marín también cayó. Y en mayo de 2015 fue uno de los dirigentes arrestados en el marco del FIFAGate.
Romario se transformó en un cruzado. Donde había una denuncia contra la corrupción en el fútbol, ahí estaba él. Fue el parlamentario que más resistió a la Ley General de la Copa del Mundo, que estableció una serie de beneficios para empresas y patrocinadores, como exenciones impositivas y levantamiento de prohibiciones a la venta de alcohol, lo que hacía más redituable el negocio privado y, acaso, generaba perjuicios al Estado. Romario arremetía también contra los gastos excesivos que implicaba la organización del Mundial. Y se vistió de fiscal anticorrupción, crítico del gobierno de Dilma y el PT, pero también incómodo para su partido, el PSB. Aunque siempre órganico: mientras el PSB se alejaba del oficialismo, él también lo hacía.
Romario -ya como senador, un cargo ganado en las elecciones de 2014, también por Río de Janeiro- había apoyado la apertura del impeachment contra Dilma. Pero días después tomó distancia. Renunció a la Comisión Especial y criticó el ajuste iniciado por el gobierno de Michel Temer. Advirtió ahí mismo que podría votar contra la destitución. Es decir, que podría votar a favor de Dilma. Eran días donde se contaba voto a voto. Pero la madrugada en la que le tocó justificar su decisión no hubo dudas. Romario era uno de los que consumaba el golpe de Estado en Brasil.
“Romario cambió su voto en el impeachment por un cargo. Él, que se dice honesto, está haciendo el juego más podrido de la política”, lo acusó la diputada por San Pablo, Mara Gabrilli, del PSDB. Fue antes, incluso, de que se votara. “Después de decir públicamente que podría votar a favor de Dilma, fue al Planalto, estuvo con el presidente Temer y pidió el cargo”, dijo la diputada, según la citó el diario Journal do Brasil, después de que Rosinha de Adefal, allegada a Romario, fuera designada en la Secretaría para Personas con Discapacidad. Gabrilli, que tiene que utilizar silla de ruedas para movilizarse, insistió con la denuncia. Romario lo negó. Pero Folha también denunció que Temer cambiaba votos contra Dilma por cargos en el gobierno.
Desde el año pasado, además, a Romario se lo acusa de tener cuentas en Suiza, involucrado en lo que fue el escándalo de coimas de Petrobrás. Pero, más allá de todo, una de las cuestiones que decidió a Romario no sacar los pies del plato y apoyar el golpe contra Dilma fue la disciplina partidaria. “Ahora es hora de cambiar de página. Mi deseo es que las diferencias que surgieron en los últimos meses sean dejadas de lado”, tuiteó el ex goleador senador. La palabra que fue trending topic entre las respuestas fue “golpista”. Lo mismo le ocurre si postea una foto en Instagram. El ídolo, el inefable denunciador, se convirtió en el denunciado. Más cerca de Pelé que de aquellos jugadores que enfrentaban a la dictadura. De hecho, para reprochárselo, una usuaria de Twitter le sacó a relucir la historia de la Democracia Corinthiana, a su líder. “Nunca será un Sócrates –le escribió a Romario-. Es un golpista vendido!”.
Nota publicada originalmente en La Izquierda diario.