Compartimos un breve relato que integra “La cancha de tu madre” de Hugo Martínez de León, publicado por Olmo Ediciones, un libro que aborda un frondoso anecdotario sobre los árbitros de fútbol, incluyendo cuestiones históricas, técnicas y psicológicas que ayudan a entender un poco mejor a estos peregrinos del infierno a los que parte de la gran historia de un siglo de fútbol les pertenece.
La venganza del soldado
El 14 de septiembre de 1942 el Cuerpo Panzer nazi avanzaba con determinación hacia el centro de Stalingrado. Un enorme silo de cereales, la reserva de alimentos del pueblo soviético, era su objetivo. Diez días sin agua soportaron los soldados soviéticos hasta agotar sus municiones. Solo uno de ellos, un joven de Bakú (la actual Azerbaiyán) pudo escapar con una de sus piernas maltrechas. En Stalingrado dejaba atrás a varios de sus camaradas amigos y el sueño de convertirse en jugador de fútbol. Más de un millón de muertos solo del lado ruso fue el saldo de la más sangrienta batalla de la Segunda Guerra Mundial.
Tofik Bakhramov, aquel soldado desconocido, vivió para contarlo y logró catalizar su pasión por el fútbol al convertirse en árbitro profesional. En el Mundial de Inglaterra (1966) era uno de los pocos no británicos en la grilla de colegiados. Su momento de gloria llegó cuando lo convocaron como juez de línea de la final entre Inglaterra y Alemania.
Abrió el marcador Helmut Haller con un tiro cruzado. Pero Geoff Hurst y Martin Peters dieron vuelta el resultado con sendos remates. A un minuto del final, Wolfgang Weber ahogó la euforia de los hijos de Albión y, con el empate, decretó el tiempo de alargue.
Allan Ball corrió por la banda derecha y, antes de ser interceptado, mandó el centro. A los once minutos del alargue, Hurst, autor del primer empate inglés, remató de media vuelta. La pelota se estrelló en el travesaño y picó sobre la línea de cal. Tofik, desde su punto de observación, era casi un espectador más hasta que llegó su momento protagónico. El árbitro del partido, el suizo Dienst, entró en un mar de dudas y para disiparlas se acercó a consultar al azerbaiyano Tofik. No hablaban el mismo idioma, pero fueron elocuentes en el mensaje de las señas. El suizo cobró gol para Inglaterra y desató el festejo de sus hinchas.
Cuarenta años después (2006), en ocasión de un partido entre Azerbaiyán e Inglaterra por las eliminatorias del Mundial de Alemania, Joseph Blatter y varios directivos de la FIFA descubrieron una estatua de Tofik Bakharamov en Bakú, la capital, frente al estadio.
En su lecho de muerte, Tofik no quiso llevarse a la tumba un secreto largamente guardado. Reconoció que había validado un gol, que no fue, por venganza hacia Alemania y su dramático sitio de Stalingrado, del cual él fue un sobreviviente.
Algo parecido ocurrió en el Mundial de Chile 1962. Jugaban la URSS y Colombia, y el equipo euroasiático goleaba displicentemente a los cafeteros. De manera asombrosa los colombianos empataron 4-4, con un gol de córner que el gran arquero Yasin no pudo controlar. La sorpresa fue impresionante. Sin embargo, años después, el árbitro del encuentro, el brasileño Joao Etzel Filho, no se mordió la lengua y confesó su pecado. “Yo empaté aquel partido. Soy descendiente de húngaros y odio a los rusos”.
(A partir del minuto 6 del video, el remate de Hurst, la protesta alemana y la convalidación del gol después de la consulta del árbitro con el línea.)