Un periodista amigo investigó como se debe y escribió una larga crónica sobre el origen de Lionel Messi en la Selección Argentina. La muy buena Revista Anfibia publicó una versión reducida de esa investigación, y nosotros decidimos publicar el texto del colega completo, en entregas semanales. Hoy les entregamos la primera: Leonel Mecci, Parte I: Un VHS en el hotel
Ni euros ni dólares. Ni siquiera unas monedas. Ver a Messi esa noche costó lo que tarda uno en recoger un diario viejo. Llegar a la cancha y entregarlo en la puerta para que lo dejen pasar. Eso, un diario viejo, cualquiera. No se trata de una de esas leyendas urbanas que se deforman con los años: para que el partido fuese considerado oficial por la FIFA, la reglamentación obligaba a cobrar una entrada; entonces, y a beneficio del Hospital Garrahan, se decidió juntar papel. De diario. ¿Quién iba a pagar para ver un partido que sólo le interesaba a un puñado de personas?
Las crónicas más exageradas concluyeron que los entusiastas que se animaron a ir al estadio de Argentinos Juniors a ver un amistoso de una selección sub 20 repleta de desconocidos no fueron más de doscientos. Los que con el tiempo habrán contado ya más de doscientas veces que sí, que ellos estuvieron ahí. Los que le pusieron la cara a la llovizna, el cuerpo a los 13 grados y los huesos al 91 por ciento de humedad que se registraron en Buenos Aires esa noche. La noche del 29 de junio de 2004, cuando en medio de la bruma se presentó el muchachito, 17 años recién cumplidos y cara de 15, a poner su firma en una planilla que hoy duerme en Zurich.
Es que el diario viejo, las doscientas personas, el viaje relámpago del chico desde Europa, el partido bajo la lluvia, los ocho goles que se comió Paraguay, todo, al fin de cuentas valían un papel: el que certificó que desde esa noche y para siempre Lionel Andrés Messi jugaría para Argentina.
Y no para España.
UN VHS EN EL HOTEL
La novela de enredos entre Messi y la camiseta argentina había empezado a escribirse en octubre de 2002, en el lobby del hotel Princesa Sofía de Barcelona. En esos días, Marcelo Bielsa giraba por Europa para explicarles a los jugadores por qué había aceptado seguir como entrenador de la Selección, cargando la cruz del fracaso del equipo en el Mundial de Corea-Japón. En la parada catalana había dos charlas pactadas con dos que también habían vuelto de aquel campeonato con la cola entre las patas: Mauricio Pochettino, defensor del Espanyol, y Roberto Bonano, arquero del Barça. En ésas andaba Bielsa cuando un mediodía un señor se presentó en la recepción del majestuoso Princesa Sofía y preguntó por Claudio Vivas, el asistente técnico del entrenador.
El visitante se presentó como “Jorge”, a secas, y dijo trabajar en las oficinas de Josep María Minguella, un veterano empresario dedicado al negocio del fútbol, el más influyente de la ciudad. Minguella, lo sabían todos, era un señor pesado, que en el Barça se movía tan cómodo como en su casa. A Bielsa y su mundo, los representantes nunca les cayeron bien; con esa idea bajó Vivas desde su habitación, arrastrando los pasos, a darle unos minutos al tal Jorge. El acento lo delataba: era tan argentino como Vivas, que lo escuchaba con desconfianza. Allí reunidos, el hombre le preguntó si conocía a Lio Messi. A Vivas –en sus años adolescentes un discreto arquero de Newell’s Old Boys de Rosario y después entrenador de los juveniles del club– el apellido le sonaba; recordaba a Rodrigo Messi, un delantero de Newell’s categoría ‘80. Y para Vivas todo lo que fuera Newell’s le era familiar: su papá, José, había fundado la escuela de fútbol del club. Pero Lio no era Rodrigo, claro. Igual, Vivas asoció el nombre con el de su amigo Gabriel Digerolamos, también técnico, que había dirigido a otro Messi, categoría ’87. Tal vez Lio era ese Messi.
¿Y quién era Jorge, el hombre que tenía sentado enfrente? Todos los indicios apuntan al papá de Lionel. Nadie lo admite, incluso hoy, como si aquel gesto de un padre que quería llamar la atención de la selección argentina hubiese sido políticamente incorrecto. Vivas, ahora entrenador de la selección sub 20 de Chile, acepta como real la escena del hotel, pero sus palabras –remitidas por mail desde Santiago– se terminan ahí. Ni mu del apellido de “Jorge”. La familia Messi, en cambio, omite deliberadamente la reunión; en “Elegí creer”, el libro lanzado en mayo de este año por la Fundación Leo Messi, se cuenta que a Vivas le dejaron un video con el rótulo “Messi” en la recepción del hotel, y que él decidió verlo “por curiosidad”. Pero no se aclara quién lo dejó, aunque unos párrafos más atrás hay otros datos reveladores, que sin querer desanudan el misterio: consciente de que España estaba detrás de su hijo menor, un crack de 15 años que deslumbraba en las juveniles del Barcelona, fue Jorge Messi quien llamó por teléfono desde Catalunya a la AFA para ver si alguien allí se interesaba por lo que tenía para contar. Y mostrar. En Buenos Aires lo atendió Omar Souto, un empleado administrativo de la Asociación, y le respondió que casualmente Bielsa y Vivas estaban en esos días en la ciudad condal. “Sabía que Bielsa estaría alojado en un hotel de Barcelona y le pasé la información a Jorge”, descubre Souto en “Elegí creer”.
¿Y la relación entre el tal Jorge y Minguella, carta de presentación que el visitante le presentó a Vivas en aquel mediodía catalán? El famoso intermediario, según relata en su autobiografía “Casi toda la verdad”, fue el padrino de la llegada de Lionel al Barcelona en septiembre de 2000: su gestión fue necesaria para convencer a los directivos del club de los beneficios futuros que traería mudar toda una familia desde Rosario. Esa ayuda generó en los Messi una deuda de gratitud eterna; sin Minguella, la historia hubiese sido otra.
Los cabos se atan solitos: Jorge es, tiene que ser, Jorge Messi, el padre de Lionel.
En aquel encuentro breve y fundacional, Vivas le pidió a Jorge un video del chico. El hombre sacó la cinta VHS que traía preparada, un compacto de doce minutos repletos de jugadas maravillosas de Lionel. Pero no era suficiente: un buen entrenador, y Vivas lo es, no se fía de un video editado; le pidió que le acercara cinco partidos completos, sin cortes. Jorge cumplió en menos de dos días, y le comentó sobre un riesgo contante y sonante: la Real Federación Española de Fútbol había contactado al chico. Faltaban diez meses para el Mundial sub 17 de Finlandia, tiempo de sobra para inscribir el apellido Messi en la selección de España de la categoría. En ella ya jugaba Cesc Fábregas, compañero de Lionel en los cadetes del Barça.
Vivas, que ya había visto el primer video, recibió los nuevos VHS y le prometió a Jorge que iba a hacer una gestión con los entrenadores de las selecciones juveniles de Argentina. Pidió que no se apuraran a aceptar la convocatoria de España, que había tiempo. La gira de Bielsa seguiría su curso, y las cintas viajarían en la maleta de Vivas.
Para los Messi, la paciencia iba a ser un combustible vital.
PARTE II: La ruta del video M.
PARTE III: Díganle Mecci.
PARTE IV: El 17.
*Esta crónica fue publicada en una versión reducida en la revista Anfibia.