-¿Cómo llegaste al fútbol?
-Mis padres se divorciaron cuando yo tenía nueve años y mi padre enfrentó el predicamento de los divorciados: ¿cómo entretener a su hijo? El fútbol resultó el mejor remedio. Me aficioné de inmediato y creí que él también era un hincha furibundo. Lo conmovedor fue que, muchos años después, descubrí que en realidad el fútbol le gustaba a medias y sólo iba al estadio para estar conmigo.
-Tu papá era hincha de Pumas y vos te hiciste del Necaxa. ¿Cómo lo tomó él?
-Mi padre fue filósofo y extendió su labor intelectual a todas las cosas de la vida. Apoyaba a los Pumas porque era el equipo de la Universidad. Fiel a su visión del mundo, jamás se hubiera entrometido en algo que coartara mi libertad de elección. La verdad es que yo le habría agradecido mucho que lo hiciera, dadas mis incertidumbres. Así es que jamás trató de influir en que apoyara a su equipo.
-También amás al Barcelona. ¿Cómo conviven dos equipos en vos?
-El Barcelona era un equipo fantasmagórico en los años sesenta. Mi padre nació en esa ciudad y me llevó a verlo por ahí en 1963 o 1964, al estadio de Ciudad Universitaria. Cuando el fútbol satelital comenzó a llenar las pantallas, me pareció lógico seguir al Barcelona, que representaba a la ciudad perdida de mi padre. En cuanto al Necaxa, era el equipo que apoyaban mis vecinos. Yo quería ser de mi barrio y por eso me aficioné a esa escuadra. La paradoja es que ahora juega en Aguascalientes, a ocho horas de aquí en autobús, pero cambiar de equipo es como querer cambiar de infancia.
-Llama la atención que ustedes, en México, a diferencia de Argentina, digan que “le van a” en lugar de “soy hincha de”. ¿Cuál es la diferencia más allá de lo semántico?
-Hay una diferencia identitaria, que he discutido bastante con amigos argentinos. “Irle” al Necaxa significa seguirlo a una distancia prudente, entre otras cosas porque es posible que caiga al abismo. Ahora está en Segunda División. En cambio “ser de” Rosario Central implica asumir la suerte del equipo, pase lo que pase. La calidad del fútbol argentino genera más estímulos de pertenencia, de eso no hay duda.
-¿El mexicano tiene alguna particularidad, en tanto hincha, respecto del argentino?
-La característica principal del hincha mexicano es que se sabe desentender del resultado. Su pasión no requiere de evidencia, es una eficaz forma del autoengaño. Por eso se resigna con facilidad. El verdadero espectáculo en nuestros estadios está en las gradas, donde el público siempre hace más esfuerzo que los jugadores.
Messi es el mejor todos los días, pero la gloria se define un solo día, cuando le ganás a los ingleses después de una guerra, con dos goles inolvidables bajo el sol de México y a 2.200 metros de altura. Esa épica lleva el sello único de Diego, igual que la noche en la que eliminó a Italia en Nápoles, donde lo adoraban.
-Escribiste que el fútbol sucede dos veces: una en la cancha y otra en la mente del público…
-Los partidos son lo que pasa en la cancha pero también lo que recordamos de ellos. Los ídolos siempre juegan mejor en la memoria. Hay partidos que pueden ser mediocres pero se agrandan por su significado. Ganarle 1-0 a tu acérrimo rival, con un gol en contra en el último minuto, no es muy estético en la cancha, pero es glorioso en la mente.
-¿Qué es lo que más disfrutás de explorar narrativamente al fútbol?
-Alivio la desesperación de no poder jugar y revivo con mayor intensidad lo que veo en el campo. Vi a Maradona contra Inglaterra en el Estadio Azteca anotando el mejor gol ilegal y el mejor legal de la historia. Mi asombro fue mayúsculo, pero me emocioné mucho más cuando oí esos goles narrados por Víctor Hugo Morales. Las palabras intensifican las proezas y hacen que las derrotas nos duelan menos.
-Una vez escribiste: “En cada Mundial comenzamos apoyando nuestra camiseta verde y acabamos apoyando la amarilla de Brasil”. ¿También le vas a Brasil?
-Brasil es el Plan B de México. Por múltiples razones. Está suficientemente lejos para que lo idealicemos, es un país que transmite buen rollo, sangre ligera, alegría y gusto por la fiesta. Estas condiciones folclóricas se parecen bastante a las del mexicano. Además, están las supersticiones esotéricas; los rituales y el gusto por la magia hermanan a Brasil y México. Por último, en 1970 el mejor Brasil de todos los tiempos ganó en México y eso nos hizo sentirnos parcialmente responsables de la grandeza. Hace mucho que Brasil no practica el “jogo bonito”, pero los comentaristas mexicanos no dejan de esperarlo.
¿Qué significa un Mundial para vos?
-La vida de un hincha tiene plazos de cuatro años. Luego de una larga espera, viene esa ilusión de que los países existen en el fútbol y que las ligas refutan a diario. Puedo recordar mi vida a través de los Mundiales, como cualquier otro aficionado al fútbol. A pesar de las corruptelas de la FIFA, los Mundiales permiten conjeturar en una relación de origen entre los jugadores, en un sentido de pertenencia que, si bien es ilusorio, porque hoy en día todo depende de las marcas y el mercado, genera la impresión de que, en efecto, una tribu se enfrenta con otra. Los Mundiales son tan importantes que Lionel Messi, el incontrastable mejor futbolista de todos los tiempos, desde el punto de vista técnico, aún no tiene la estatura de Pelé o Maradona.
-El periodista español Santiago Segurola afirma que Messi es Maradona todos los días. ¿Usted qué piensa?
-Messi lo es deportivamente, pero Diego es mucho más que un futbolista. Es una ópera de Puccini, un héroe que extrema el sentimiento, capaz de soltar aforismos como “fue la mano de Dios” o “la pelota no se mancha”. Nadie ha tratado de destruirse tanto y nadie ha sobrevivido mejor. Messi es el mejor todos los días, pero la gloria se define un solo día, cuando le ganás a los ingleses después de una guerra, con dos goles inolvidables bajo el sol de México y a 2.200 metros de altura. Esa épica lleva el sello único de Diego, igual que la noche en la que eliminó a Italia en Nápoles, donde lo adoraban. El público lloró cautivado por su verdugo. ¡Un libreto para Puccini! -¿Cómo se hace para escribir algo nuevo, diferente, sobre Messi? -Messi ha puesto a prueba la retórica superlativa. Curiosamente, el sujeto más adjetivado del planeta apenas habla. Por extraño que parezca, no todo está dicho. Hay que preparar palabras para Messi ante la crisis del Barça y el desafío de ganar con Argentina.
-¿Qué opinás de la Selección Argentina? ¿Por qué creés que los argentinos siempre tenemos buenos equipos y terminamos sin ganar mundiales?
-Han ganado dos y eso es bastante. En el último, llegaron a la final y Messi tuvo una oportunidad de marcar y al final dispuso de un tiro libre que podría haber significado el empate. Los talentos individuales de Argentina son indiscutibles, pero la emigración, la participación en muchas ligas, la mafia de directivos que lleva el fútbol, todo eso elimina un poco el juego de conjunto. Por otra parte, suelen tener grandes jugadores de ataque, pero faltan porteros y defensas centrales. La calidad de la liga argentina es francamente baja y el entrenador no puede lograr una alquimia donde deportistas que militen en diez países encuentren acomodo.
-¿El fútbol ayuda a entender a un país?
-Desde el fútbol no se entiende a un país sino sus exageraciones. El fútbol es como los espejos de las ferias; refleja la realidad pero en forma acrecentada o distorsionada. Mourinho y Grondona no se entienden fuera de esa feria.
-¿Por qué crés que “el fútbol es la parte predecible de nuestra vida”?
-En el fútbol sabés cuál es tu equipo, qué día juega, qué posibilidades tiene de ganar, qué jugadores pueden ser los protagonistas, qué te dolería más y qué disfrutarías al máximo. El resultado es misterioso, pero ocurre en un marco ampliamente previsto. La vida es mucho más rara; ni siquiera sabés dónde está la pelota.
-Durante años, los intelectuales se resistieron a la literatura del fútbol. ¿Qué cambió?
-A partir de los años 60, la cultura popular se entendió como una importante representación de la realidad. El fútbol es el mayor entretenimiento del planeta y no podía quedar fuera de la reflexión. Para entender la época hay que entender los goles que la gente tiene en la cabeza. Para muchos, el fútbol importa más que su vida íntima. Te olvidas de tu aniversario de bodas pero no de que ese día Palermo falló tres penales.
He visto dos Superclásicos, uno en el Monumental, otro en la Bombonera. En ambos, el agravio al equipo visitante me hizo simpatizar con él. Las dos experiencias me recordaron que soy mexicano: para nosotros, el fútbol es menos importante que la gente. Es una visión descafeinada de la gesta, lo sé, pero no puedo renunciar a una cultura donde lo mejor del partido es la comida que llevas al estadio.
-Cuando te sentás a escribir, ¿cómo lográs diferenciar al hincha pasional que lleva adentro del periodista y escritor neutral? ¿Lo lográs?
-Un cronista neutral es tan apasionante como un puré de zanahoria. Uno narra desde la pasión. No puedes negar la evidencia, pero tampoco puedes ignorar lo que sientes. Como decía el gran cronista brasileño Nelson Rodrigues: “Y si los datos no nos acompañan, pues peor para los datos…”.
-Hace unos años opinaste que “el deporte es una versión incruenta de la guerra y una refutación simbólica de la economía: Argentina perdió en las Malvinas, pero Maradona ganó en la cancha en el Mundial de 1986 y la acaudalada Francia, campeona vigente, cayó ante la desafiante Senegal en 2002”. ¿Qué rol juega el deporte en el mundo actual?
-Está expuesto a las lacras y las glorias de nuestro tiempo. Ahí se exhiben la xenofobia, el racismo, el machismo, el terrorismo, el dopaje, la corrupción política y la especulación económica. Lo asombroso es que ese entorno tan comprometido con las vilezas de la realidad permita también celebrar el juego, recuperar la infancia, apostar por la solidaridad, admirar al rival y permitir que los fantasmas de otros tiempos sigan influyendo en el resultado.
-¿Por qué los hinchas van a la cancha a pesar de los malos tratos en los estadios, de los problemas de violencia en las tribunas y de tantos otros aspectos negativos?
-Las democracias modernas han permitido “zonas francas” para ejercer la corrupción. Una de ellas es el deporte organizado. En países donde sería un escándalo que alguien se reeligiera durante muchos años, el presidente de la FIFA, del COI o del Consejo Mundial de Boxeo puede durar varias décadas en el cargo. Además, se permite una total opacidad fiscal. ¡La FIFA se define a sí misma como organización no lucrativa! Este sentido de la impunidad se extiende a los directivos de los más diversos países. Si quienes gobiernan el fútbol se desentienden de la ética, por qué habrán de observarla los hinchas en las tribunas. La violencia del fútbol comienza en los palcos y se hace visible en las gradas. Muchos directivos utilizan a las barras bravas para amedrentar rivales y obtener favores políticos. A cambio de “domar” a los suyos, reciben prebendas. El fair play debería empezar con una reforma radical de quienes manejan el fútbol. Si los directivos se conducen como Los Soprano, no puedes pedir que en las gradas se recite poesía lírica.
-Fuiste testigo de los River-Boca y Boca-River. ¿Qué te genera el Superclásico argentino?
-Es la forma más exacerbada de la pasión futbolística. He visto dos Superclásicos, uno en el Monumental, otro en la Bombonera. En ambos, el agravio al equipo visitante me hizo simpatizar con él. Las dos experiencias me recordaron que soy mexicano: para nosotros, el fútbol es menos importante que la gente. Es una visión descafeinada de la gesta, lo sé, pero no puedo renunciar a una cultura donde lo mejor del partido es la comida que llevas al estadio.
*Publicado a partir de extractos de entrevistas publicadas en el Diario Olé y la Revista El Gráfico.