Ese horrible peinado de Ronaldo y sus goles después de llegar entre algodones al lejano oriente por la maldita rodilla. El joven Ronaldinho que empezaba a hacerse un hombre en París y que pronto dibujaría sonrisas en el Camp Nou. Los últimos brillantes días de Rivaldo como figura mundial antes de consumirse en San Siro. Y el capitán Cafú subido sobre ese pequeño atril para que ‘O Rei’ le entregara la quinta Copa del Mundo. Esas imborrables imágenes nos dejó la última gran selección brasileña. En 2002 sumaba la quinta victoria y se distanciaba de las tres estrellas de Italia y Alemania —ahora tienen ambas una más—. Pero la cuenta se detuvo en Corea y Japón para los brasileños. Frenó en seco, el contador dejó de funcionar y aún no se ha encontrado la manera de reactivarlo. Desde entonces, en cada uno de los siguientes Mundiales las decepciones llegaron una tras otra. Naufragios de todos los colores y por diferentes motivos que no nos han permitido volver a ver al pentacampeao deslumbrar en la madre de todas las competiciones, esa en la que sigue teniendo el honor de ser el rey de reyes, aunque ahora parece imposible volver a ganarla. Han pasado ya tres Mundiales desde aquel lejano 2002 y en ninguno de ellos Brasil ha sido capaz de mantener el estatus de selección favorita. A veces por no poder, pero otras por no querer.
Recuerden aquella plantilla que jugó en Alemania, era una auténtica locura. Cafú, Roberto Carlos, Lúcio, Kaká, Adriano, Ronaldo, Ronaldinho… Un equipo plagado de estrellas que fue la gran decepción del campeonato tras caer en cuartos de final contra la Francia de un Zinedine Zidane inspirado en sus últimas clases magistrales sobre el césped. En tierras germanas no hubo ni rastro del Ronaldinho que acababa de firmar una temporada estelar con el Barcelona levantando la liga y la Champions League. Tampoco se supo nada de Ronaldo, con unos ‘kilitos’ de más marcó tres goles, pero no fue ni el de Corea y Japón, ni el de Francia. Los Kaká, Adriano, Gilberto Silva y compañía, gloriosa compañía a priori, tampoco aportaron lo suficiente para ver la sexta estrella luciendo en el pecho de los brasileños. En su paso por el Mundial de Alemania 2006 la selección dejó la sensación de pasotismo y conformidad. Sin ganas de conseguir un nuevo éxito pese a las expectativas que obviamente generaba una plantilla hecha de puro talento brasileño. El jogo bonito del que tanto se presumía en los anuncios publicitariosno se vio por ningún lado, como tampoco fue el estilo con el que conquistaron sus últimos Mundiales en 1994 y 2002. Ellos quisieron que así fuera, la fiesta prevaleció sobre el fútbol, y fue el inicio de un declive que aún hoy busca una solución.
Los siguientes batacazos en la Copa del Mundo no serían iguales al de Alemania, la historia cambiaba para una selección acostumbrada a sentirse infinitamente superior al resto de rivales. En el Mundial de Sudáfrica vimos a una nueva generación de brasileños con Dunga al frente del equipo. Los mejores años de las figuras que consiguieron el último éxito habían llegado a su fin y tocaba una remodelación de la plantilla, siendo conscientes de que no podía volver a ocurrir lo mismo que en Alemania. Ricardo Teixeira, presidente de la Confederación Brasileña de Fútbol por aquel entonces, dejó claro que la mentalidad de la verdeamarelha no podía ser la misma que cuatro años atrás: “Lo que ocurrió en 2006 no volverá a suceder en la selección brasileña. Por el equipo que teníamos, aquella selección fue una gran decepción. La postura tiene que ser diferente ahora. ¿Si vamos a ganar la Copa? No lo sé. Pero si erramos, que sea por errores diferentes”. Errar, erraron. Pero al menos, fue por incapacidad y no por dejadez. Aquella selección no estaba a la altura de lo que, hasta no hacía tanto, era Brasil. Maicon y Michel Bastos no eran Cafú ni Roberto Carlos; Kaká no era el mismo que reinó en Europa en 2007; Robinho tampoco podía equipararse a Ronaldinho; y la sombra de Ronaldo, y la de tantos otros grandes delanteros que han vestido la verdamarelha, era (y sigue siendo) demasiado alargada. Todo ello, sumado al estilo defensivo implantado por Dunga en un país en el que no se entiende el fútbol como otra cosa que no sea divertirse con el balón, fue la perdición de una selección que cayó derrotada en manos de Holanda en cuartos de final.
Cuatro años después, la presión aumentaba. Volvía Luiz Felipe Scolari al banquillo con el objetivo de repetir el éxito que consiguió en 2002, el Mundial se disputaba en casa y no había otra opción que no fuera ganar. ¿El problema? Que Brasil seguía sin contar con una selección equiparable a las mejores. ‘Felipao’ quería recuperar la esencia de la selección con la que logró el Mundial en Corea y Japón: un equipo sólido, eficaz y práctico en la retaguardia y que la calidad de los de arriba resolviera el asunto. Pero cuando miraba hacia arriba solo Neymar parecía capaz de poder tirar del carro en una plantilla falta de chispa, de alegría y de potencial ofensivo. Con todas esas carencias y con la muerte anunciada desde aquel Mundial de Alemania, la seleçaotocó fondo ante la misma selección teutona en el estadio Mineirao con una de las derrotas más crueles y despiadadas que se recuerden en una Copa del Mundo.
Lo peor fue que ese batacazo no causó un punto de inflexión y se esperaron dos años más, con dos tropiezos consecutivos en la Copa América, para cambiar el rumbo. Tras Scolari, vino Dunga de nuevo, volvió a decepcionar, y la CBF dejó en manos de Adenor Bacci ‘Tite’ la responsabilidad de que Brasil recuperase su esencia: el jogo bonito con el que enamoraron al mundo en los 70 y los 80, mezclado con la efectividad, el equilibrio y la voracidad ofensiva de los 90 y principios de los 2000. Con Neymar como buque insignia, Tite ha recuperado para la causa a Marcelo y Thiago Silva y le ha dado protagonismo a talentos como Coutinho y GabrielJesús, el chico en el que se confía para acabar con la crisis de delanteros brasileños. Parece que ya, por fin, la selección brasileña está abandonando definitivamente esta odisea de continuos tropiezos, sin ideas ni proyectos firmes. De momento, es la primera selección en confirmar su asistencia al Mundial de Rusia del próximo verano. Queda un año para saber si el cambio es real o si solo ha sido un maldito espejismo.
*Artículo publicado originalmente en la muy recomendable revista española Panenka