Gastón Recóndito es uno de esos periodistas deportivos que desbordan los límites de la especialidad para revistar en la farándula. Por eso, cada tanto, los medios informan sobre su vida privada y, también cada tanto, participa en algún debate de la agenda política.

Una de sus últimas apariciones en este rubro fue en torno a la ley sobre el aborto legal, seguro y gratuito, que finalmente bochó el Senado, donde se escucharon algunos prejuicios de sesgo religioso y datación medieval, sazonados con lágrimas de cocodrilo y, en la cima del caradurismo, disfrazados de argumentos científicos.

En esta línea conservadora, lugar de confluencia de católicos y evangelistas –ambas confesiones de activa militancia para desactivar la ley–, se inscribe Recóndito. Cuando le tocó el turno, defendió a capa y espada a los embriones amenazados, y enarboló su experiencia como padre de cinco hijos –es decir, cinco embarazos– para decir que interrumpir la gestación es lo mismo que matar a un niño.

Se sumó así a la prédica provida, cuyo estandarte es el pañuelo celeste y que ignora por completo las prioridades sanitarias del tema en cuestión –las muertes ocasionadas por abortos clandestinos–, ninguneo que se pretende saldar con una consigna sensiblera: Salvemos las dos vidas. What?

Recóndito, que no se ha privado de desvariar sobre el proyecto de ley (dijo que autorizaba el aborto hasta los nueve meses de gestación), es, además de ferviente hincha de River, un católico igualmente convencido. “Me siento una persona cuidada por Jesús y María”, afirmó en una entrevista.

Su talante piadoso, sin embargo, trastabilla seriamente cuando no se habla de fetos sino de gente crecida que se porta mal. Ellos sí merecen morir. Ellos no son sujetos de derecho como los santos inocentes que nadan en líquido amniótico.

En un programa de TyC Sports, mientras comentaba los incidentes ocurridos en las afueras de la cancha de All Boys luego del partido entre el equipo de Floresta y Atlanta, el periodista lamentó que los patrulleros, en lugar de retroceder ante el embate de la barra brava, no “pusieran primera”. No lo podía creer. La justicia divina estaba a solo un cambio de marcha. Primera en lugar de reversa. Y la calle habría quedado llena de cadáveres de tipos indeseables. Es decir, limpia.

Según Recóndito, el derecho que lo asiste para fomentar la violencia institucional es que paga sus impuestos. Muy propio de la derecha más básica, cuyas aspiraciones de higiene social pueden ser proclamadas a viva voz por estos días pues el clima político lo avala.

Una ministra fomenta el uso de armas por parte de los ciudadanos. Bendice el cuentapropismo represivo. O la vendetta, quién sabe. En estas lides también hay que arreglárselas de manera individual. Aplicando la propia vara, las propias fobias.

Claro, la ministra, al igual que Recóndito y que otros abogados del linchamiento, que en la fauna periodística abundan, está pensando en que las armas serán empleadas contra el excedente de negros pobres que afean el proyecto liberal y la vida de las personas dignas. Las que pagan sus impuestos.

Qué pasaría si también en nombre de criterios particulares, ajenos a la ley como las ejecuciones policiales, la ligara, por caso, alguno de camisa celeste. Un conspicuo gerente del funcionariado macrista. Habida cuenta de los daños infligidos a la mayoría de la población, podría aducirse el carácter preventivo para justificar la comisión de este delito. Evitar desgracias mayores. Como cuando lo envían a Terminator desde el futuro para matar a Sarah Connor antes de que dé a luz a un revolucionario. ¿Le reconocerían a este acto la misma legitimidad que al vecino decente e indignado que se carga a un punguista o al uniformado que le dispara por la espalda al mapuche?

Se sabe que las clases populares razonan y luchan de otra manera. Aun así, Recóndito y compañía, defensores de la vida y el diálogo: les dejo la inquietud.