Una vez en un partido Bernabé Ferreyra pateó fuerte una pelota y en su afán por atajarla a mi tío se le revantaron los tímpanos. Se paraba y se mareaba; se ponía de pie, se iba al piso. Una y otra vez. Era un momento de desesperación para mi padre quien fue testigo de semejante espectáculo. Su hermano Eduardo quedó prácticamente sordo en esa desafortunada jugada. Alterio el arquero de Chacarita, mi tío, era -según me comentaron los más grandes-un tipo que vivió la metamorfosis del amateurismo al profesionalismo. Usó el buzo de Chaca desde el 25 al 34 en tiempos en que se pagaba con especias. Pibona, así lo llamaban, era un hombre que le daba su amor incondicional a los colores, dueño de una fidelidad que en la actualidad no se distingue. Aunque lo tentaban de otros clubes sólo en el final de su carrera jugó 15 partidos para Atlanta. ¡Cómo no ser hincha de Chaca! Los lazos familiares, el barrio, un pariente cercano que dejó su nombre bien alto… Tanto que cuando yo caminaba por la calle con él pude vivir su fama, lo reconoddo que era por la gente. Eso me marcó a fuego de pequeño, todos éramos socios del Funebrero y por más que ahora esté a tantos kilómetros de distancia, uno mantiene el romance interminable. Tal vez no conozca los nombres de los futbolistas de la actualidad, pero conservo todo todo tipo de camisetas, la grabación del título ganado en 1969 y me llaman seguido de las radios en plena transmisión para poder escucharlos. Ernesto, mi hijo, tiene su carnet desde antes de nacer y le sacarnos una foto a los dos años con la camiseta puesta…
Cinco años después de la gran gesta del equipo, me vine a vivir a España por razones que no vienen al caso. Y sentía la necesidad de inventarme un club Por más que los recuerdos de la cancha en los 50 rondaban por mi cabeza. Ya no sería lo mismo sin Chaca, pero en un acto de rebeldía era casi un sentimiento aposta por la institución que sea contra del Real Madrid, el equipo identificado con el régimen franquista. Entonces, encontré en el Barcelona ese refugio ideal, con tanta fortuna que al poco tiempo llegó Maradona como refuerzo. Menotti era el entrenador y Ángel Cappa su ayudante. La elección había sido perfecta, pero cuando Valdano y Cappa tomaron el Tenerife, con la presencia de Redondo, trasladé mi simpatía a ese lado. Con tanta suerte que en un par de ocasiones le arruinaron algunos campeonatos al Madrid.
Nunca se me dio por encarar profesionalmente la carrera de futbolista. Pese a tener cercanías con la pelota. Debo admitir que era malo, demasiado para mi gusto. Y cada vez que armábamos un partido me mandaban al arco. Quizá podría haber reeditado al viejo Alterio el de las grandes atajadas, de esos brazos fuertes seguros sólidos, que más tarde contrataría con el tipo flácido que levantaba la cuchara para tomar la sopa y generaba una pena inmensa. Tanto es así que terminó viviedo de changas, siendo acomodador en el cine Armonía de la calle Rivadavia.
Eso sí, tuvo el honor de ser el primer arquero en marcar un gol en el profesionalismo. Fue el 9 de agosto de 1931, su víctima fue Savarro, guardavalla de Tigre. Ganaba Tigre 3 a 0 y mi tío Pibona descontó de penal, después su compañero Sampayó marcó dos más y el partido terminó 3 a 3. De película.