Era el miércoles 27 de enero de 2010 y en Saavedra recién estaba amaneciendo. A las 6 AM, el calor se sentía de manera inusual. Las radios informaban que regía un “alerta naranja” y los meteorólogos anticipaban una temperatura máxima de 35 grados para esa jornada.
Ajeno al pronóstico, un hombre de 52 años corría por los senderos solitarios del Parque General Paz, como todos los días. Venía de una separación y se había ido a vivir a la casa de su hijo más grande, cruzando la Av. General Paz. Su descarga a tierra en esos días difíciles era ir a entrenar todos los días para poder correr una maratón de 42 kilómetros. Pero esa mañana algo andaba mal. Apenas dejó de trotar empezó a sentir un ardor en los codos que se fue extendiendo a los antebrazos y a las manos. Presintió algo grave y, sin nadie cerca a quien pedirle ayuda, decidió acostarse en uno de los bancos del parque a esperar con calma el final, mientras escuchaba el canto de los pájaros.
Se quedó dormido más de 40 minutos y, al despertar, ya no sentía malestar alguno. ¿Estaba vivo? ¿Se había tratado de un sueño? Caminó hasta el auto, se sentó en la butaca y encendió el teléfono celular. En ese instante sobrevino un nuevo ataque cardíaco, más agresivo que el anterior. Tuvo tiempo de llamar a sus hijos, pero eran las siete y media de la mañana y aun dormían. Probó entonces con su ex mujer, quien afortunadamente atendió la llamada. “Me estoy muriendo”, le dijo sin vueltas y alcanzó a mencionar dónde estaba. Fueron sus últimas palabras. Ya no podía sostener el peso del celular. Abrió la puerta del auto y cayó al suelo.
Diez minutos después llegaron dos patrulleros al lugar. La mujer había llamado al 911. Uno de los policías se sorprendió al ver al hombre tendido en la vereda: “Es Javier Castrilli, el árbitro”, dijo asombrado. Lo trasladaron al CEMIC, la clínica más cercana, donde la casualidad quiso que el Jefe de Cardiología estuviera presente en la Guardia con 20 alumnos. Al paciente le hicieron un electrocardiograma justo en el momento en que se producía la epicrisis del infarto agudo de miocardio, el instante preciso en el que la arteria se encontraba totalmente obturada. Un documento muy didáctico para los estudiantes de medicina allí presentes.
“De haber llegado cinco minutos después hubiera muerto. Desde que me asistió la Policía hasta que me abrieron la femoral, deben haber pasado 30 minutos. El doctor me dijo: Lo tenemos que operar porque se nos va. Yo le respondí: Haga lo que quiera, no me pregunte. Si los policías me hubieran llevado al Hospital Pirovano era boleta, porque no tiene Sala de Hemodinamia. Para desgracia de muchos, me llevaron al CEMIC. Justo en ese momento terminaban de hacer un cateterismo, estaban todos vestidos esperándome. Así que entré y ahí nomás me abrieron”, relata casi siete años después Javier Castrilli, con algo de humor, en un café de San Telmo.
-¿Tenía factores de riesgo?
-No tenía presión ni colesterol. Corro desde que tengo memoria. A los 18 años ya era árbitro. ¿Qué problema podía tener?
-Era un momento complejo de su vida. ¿Quizá haya influido el factor emocional?
-Mi vida, periódicamente, ha tenido momentos complicados (está a punto de quebrarse, pero se recompone). Venía de renunciar como Director de Deportes de Pinamar. Me había hecho mucha mala sangre porque no pude ejecutar la partida presupuestaria. Y antes había renunciado como Subsecretario de Seguridad de la Nación.
-Las renuncias muchas veces definen a una persona honorable…
-Actualmente soy Director Provincial de Deportes Federados en la Provincia de Buenos Aires y, de la misma manera que tomé el arbitraje, tomo la función pública. Me siento orgulloso de ser funcionario. Yo trato de cambiar una realidad. Si no puedo, no importa cuál sea el motivo, me tengo que ir. A Aníbal Fernández le renuncié en 2008 y le dije “buscate a otro”. Le pedía que la totalidad de los espectadores estuvieran sentados y con sistema de control biométrico. Estamos a ocho años de esa época y todavía siguen pidiendo el DNI…
-¿Está cómodo con la gestión que desarrolla actualmente?
-El destino lo escribo yo. Mi único ídolo fue mi viejo. Nunca me sentí seducido ni guiado por ningún líder. Nunca voy a considerar la obediencia debida. Si con tu jefe no estás de acuerdo en una cuestión medular, automáticamente te tenés que ir de la función pública. No podés estar calentando una silla.
Solo contra el mundo
En todo eso habrá pensado Javier Castrilli en octubre de 1998, cuando renunció al arbitraje y, a lo Sérpico, denunció corrupción en el fútbol argentino. Sus apuntados fueron el presidente de la Asociación del Fútbol Argentino, Julio Grondona; el titular del Colegio de Árbitros, Jorge Romo; y el empresario televisivo Carlos Avila, a quienes acusó de ejercer presiones sobre los árbitros para favorecer a determinados equipos. El ex árbitro aportó una lista de colegas que habían recibido recomendaciones de los dirigentes a la hora de sancionar a jugadores de clubes grandes -algunos de esos jueces todavía están en actividad- y afirmó que Avila había expresado la necesidad de que descendieran Ferro, Argentinos, Platense y Huracán, según él “inviables para la empresa Torneos y Competencias”.
-Se retiró con sólo 41 años, tras dirigir el Mundial de Francia 98, pudiendo haber dirigido un tiempo más. ¿Por qué?
-Fue por las denuncias que yo hice. En el arbitraje, como en otras actividades, las personas tienen que saber cuáles son sus límites. En ese momento no tuve dudas de cuál era el camino a seguir. Por supuesto, me mortificó esa decisión. A veces el deber ser te hace tomar decisiones que atentan contra tu propio interés.
Son las tres y media de la tarde y Castrilli tiene hambre: aún no almorzó. Pide un especial de crudo y queso, pero se desilusiona cuando se lo traen.
-¿No tenés otro pan? Porque en la foto aparece una baguette -se queja con amabilidad.
-La foto es ilustrativa. Además este pan es casero y muy rico -le explica la camarera.
-Bueno, confío en ustedes -repone el ex árbitro, no muy convencido.
-Su personalidad como árbitro parece ser la misma fuera de ese rol. ¿No hay zonas grises en la vida?
-Siempre hubo atenuantes y zonas grises. No sólo el reglamento así lo estipula -le da un poder discrecional a los árbitros- sino que también forma parte del sentido común. Quizá mis márgenes son totalmente distintos a los del resto, pero los tengo.
-Así como en la justicia, en el arbitraje también existe el garantismo: dialogar de más con los jugadores y extender los límites de la confianza.
-¿Qué más garantismo que la seguridad jurídica en un marco democrático de convivencia? Es saber que vos vas a ser resguardado si no hay ninguna conducta reprochable de tu parte. Y, al revés, toda inconducta del adversario va a ser reprochada. La previsibilidad genera un marco de seguridad jurídica. Eso es garantismo.
Castrilli lucha con su sandwich. “Mirá qué pobreza”, se lamenta, sacándole con un cuchillo la grasa al jamón crudo. “Los sándwiches son como los políticos, una pintura impresionista. De lejos se ven bárbaros, pero cuando te acercás se van degradando. Le sacás la grasa a este jamón y te preguntás ¿qué estoy pagando, qué estoy comiendo?”.
-Muchos árbitros reconocen su afinidad por un equipo. ¿Usted es hincha de San Lorenzo?
-Mi familia se reparte entre San Lorenzo, Ferro, Huracán e Independiente. Mi hijo y mis nietos son de San Lorenzo. Mi madre también. En el 95 mi vieja -fanática de San Lorenzo- estaba enferma y yo tenía que dirigir un Vélez-San Lorenzo decisivo. Cuando la voy a saludar antes de irme a la cancha, me dice: “Portate bien con los muchachos. Antes de morir, quiero ver a San Lorenzo dar la vuelta olímpica”. San Lorenzo perdió ese partido y se armó un escándalo. Le anulé un gol a Silas y, tras cartón, en tiempo de descuento, Vélez hizo un gol. Y ganó 1 a 0. Si ganaba San Lorenzo era campeón”.
-Pobre su madre…
-A la fecha siguiente, San Lorenzo termina siendo campeón en Rosario con el gol del Gallego González, pero el miércoles antes del partido fallece mi vieja. No pudo ver campeón a San Lorenzo.
-¿No le quedó la culpa?
-No, para nada. Mi vieja no me lo decía en serio.
-Durante la década del 90 fue algo así como la “oveja negra” del arbitraje. ¿Cómo soportó los embates de la AFA?
-La energía que genera el más absoluto convencimiento de cuál es el camino correcto es la que te hace sobrellevar cualquier tipo de adversidad, por dolorosa que sea. Te sentís totalmente impermeable a las presiones.
-Tal era su firmeza y previsibilidad que muchos clubes pedían que los arbitrara.
-No tenía conocimiento directo de eso, pero sí trascendían versiones. Los clubes chicos me pedían siempre y los grandes sólo cuando jugaban de visitantes.
-¿Cómo tomaba las críticas de los futboleros?
-Más allá de los intereses personales, los sistemas de corruptelas y las desviaciones dirigenciales, que llevan a los clubes a quedar en bancarrota, el ambiente, por corrupto que sea el individuo que lo componga, siempre es permeable a la voz de la gente. Yo aprendí a sentir el fútbol desde chiquito con mis familiares y amigos. Cuando llego al arbitraje y comienzo a tener un trato directo con los principales actores del fútbol, yo ya venía con un discurso dominando mis intenciones. De la misma manera que el arbitraje modula a la persona, hay una retroalimentación en donde la persona vuelca lo mejor y lo peor de sí al arbitraje. De esta manera, el árbitro es indivorciable de la persona humana. Lo mires desde donde lo mires, ves una cosa u otra. Desde este lugar, el árbitro lleva a la intimidad de un juego todas sus miserias humanas. Si ese árbitro es una persona deshonesta, en algún momento se va a mostrar con sus verdaderos colores. Al “se juega como se vive” yo le agrego “se dirige como se vive”.
-Cuando suceden situaciones como en la final de la Copa Argentina 2015, donde se cobra un penal dos metros afuera del área, ¿es lícito pensar que el árbitro actuó deshonestamente y no fue un error?
-Estamos tratando con seres humanos. Por eso es necesario contar con árbitros creíbles y honestamente demostrables para que cuando incurran en un error uno no tenga dudas de que fue un error y no una decisión. Con nombre y apellido: Silvio Trucco. Dirigiendo Vélez-River, Teo Gutiérrez le pegó un codazo en la cara a Cubero en las narices de Trucco. Sancionó la falta y le sacó amarilla a Teo. ¿Se equivocó? ¡No! Un cuerpo arbitral puede ser falible y tener limitaciones, pero con la inquebrantable seguridad de que cuando yerra es producto de una equivocación y no de una elección.
-¿Cómo tomó la decisión de denunciar a sus propios colegas de AFA?
-Yo denuncié al presidente del Colegio de Árbitros, Jorge Romo, no a mis colegas. Fue investigado por un juez penal y se demostró que lo que yo decía era cierto. Como árbitro de FIFA tengo un conjunto inconmensurable de ventajas: dirigir los mejores partidos y jugadores, viajar por el mundo y hospedarme en hoteles cinco estrellas. Pero también tengo una responsabilidad enorme, que es constituirme como un punto de referencia para los que vienen detrás, encienden un televisor y me ven. Es precisamente en los juegos de mayor repercusión y trascendencia donde el árbitro debe emerger con su figura para poner los límites y hacer docencia en los chicos que te están observando. Mientras dirige, el árbitro está enseñando las reglas de juego aplicándolas.
-En ese momento, Romo encarnaba la antítesis de lo que usted pregonaba.
-Como presidente del Colegio de Árbitros, Romo había citado a varias reuniones en la que participaron entre 30 y 40 árbitros del ascenso (Baldassi, Toia, Abal). Yo les dije que estaban totalmente equivocados. Romo le dijo a los árbitros: “No hagan como este boludo -por mí- que le echó tres jugadores a Brasil y tenemos un quilombo internacional”. Les dijo que antes de sancionar se fijaran en el color de la camiseta y que no cobraran penales que después tuvieran que explicar. Marconi lo denunció por coacción agravada. En aquellos días se respiraban tiempos de confusión.
-¿Cree que, con el tiempo, esa coacción hacia sus colegas fue exitosa?
-En estos últimos años ha existido una verdadera persecución ideológica, donde ningún árbitro que quisiera aplicar libremente lo que dispone el reglamento tuvo éxito en sobrevivir. Cuando al árbitro se lo induce a administrar las tarjetas amarillas o a no sancionar un penal que después tenga que explicar, hay una severa interferencia.
-¿Esas instrucciones están dirigidas para todos los equipos o solo para los grandes?
-Se ha generalizado. La Argentina es un país exportador de corrupción. No sólo por las “consultorías externas” que hacen los barras cuando viajan a otros países a enseñar cómo apretar dirigentes, sino también en otras formas mucho más sutiles y sofisticadas. La manipulación de los árbitros es algo que se viene sosteniendo a través de los años. Es palpable en las designaciones y en el perjuicio que generan. Esto ha ganado un estatus global, porque desde la Argentina fue a la CONMEBOL y después saltó a la FIFA. En el último mundial vimos árbitros atados de pies y manos que no sacaban amarillas. El único camino es el reglamento.
-¿Fue una derrota que, pese a sus denuncias y posterior renuncia, Jorge Romo haya seguido en AFA por más de una década?
-No, porque yo no luché contra él. Grondona eligió el sistema y la gente lo eligió a Grondona. No es un problema mío. Mi vida continúa con un sistema de principios y valores que indudablemente no son los de Grondona ni los de la gente que lo apoyó.
-¿Qué recuerdos tiene de Grondona?
-Fue una persona con la que interactué durante 22 años y con la que jamás nos hemos puesto de acuerdo sobre el arbitraje, pero que me respetó. Incluso en tres oportunidades él hizo mención, en plena reunión de Comité Ejecutivo, de que yo tenía razón. Las personas son seres de carne y hueso que en la intimidad pueden llegar a reconocer determinadas cosas que en público no van a hacer porque afectaría su gobernabilidad.
-¿Nunca intentaron persuadirlo para que dirigiera de una manera más permisiva?
-En cierta forma, todos los instructores te inducen a que dirijas de una manera y no de otra. Yo tenía instructores como Roberto Goicoechea y Humberto Dellacasa, para quienes un codazo era roja directa. Y si el árbitro no lo sancionaba, la roja directa iba para él. En esa época, administrar las amarillas era sinónimo de un arbitraje político. A ese réferi se lo llamaba “trapalón”, el peor de los insultos. Era una persona débil de carácter, permeable a las presiones y/o un corrupto. Simulaba ser árbitro, pero no lo era.
-¿Un árbitro se comporta así para quedar bien con su jefe o porque tiene un interés económico? Cuesta creer que no haya compensaciones por detrás.
-O no. Hay personas que son tan estúpidas que ni siquiera sirven para eso. Son tipos que reptan en la cancha en lugar de correr.
-¿Es válido que los dirigentes de los clubes duden de la honestidad de los árbitros?
-¿Desde qué lugar pueden criticar? En un fútbol donde los principales dirigentes del mundo están presos, sinceramente es para cagarse de risa. El arbitraje argentino está pasando por uno de sus peores momentos, pero es lo mejor que tiene la AFA.
-Cómo estará la AFA…
-Escuchame, vos tenés 75 personas y la votación termina 38 a 38.
-Ahí hubo una manipulación de los votos.
-Algo pasó. ¿Te das cuenta de la gravedad? La AFA está en un estado terminal y uno tiene que celebrar que el fútbol argentino esté tocando piso. El triunfalismo hizo que, durante 35 años, miráramos para otro lado. El fútbol argentino está en la ruina: se han robado más de nueve mil millones de pesos del Fútbol para Todos. Ahora tenés a los clubes en bancarrota y la AFA que tiene que pedir prestado a la televisión para pagar los sueldos. Es un desmanejo total y absoluto. Por eso es muy fuerte que un dirigente venga a hablar de la honestidad de los árbitros.
-Usted anticipó esta situación hace 18 años.
-Yo dije lo que estaba pasando en ese momento, no fui un preclaro ni hice futurismo. Pero el fútbol argentino no tenía un sistema inmunológico para cambiar el camino.
-Estaba solo contra el mundo…
-Yo sentí el peso de la responsabilidad histórica, por ser árbitro internacional, de defender a los chicos y a los principios rectores del arbitraje: independencia, estabilidad, seguridad. Yo lo dije desde adentro. No es que me fui y tiré la bomba. Le dije a Romo en la cara que estaba equivocado. La historia trascendió en los medios y Grondona, desde Zurich, dijo que yo estaba loco. Interrumpió su viaje y citó a todos los árbitros a una reunión, algo que hizo dos o tres veces en 35 años. En la reunión irrumpió Héctor Baldassi con una nota y pidió que los demás árbitros la firmaran. Están todos de testigos… Solamente hubo dos que no la firmaron: Rafael Furchi y Marcelo Azpiolea. Diego Abal, que no concurrió a esa reunión, fue el tercero. Delante de todos Grondona les preguntó por qué no firmaban y ellos le respondieron que no estaban de acuerdo.
-¿Qué decía la nota?
-No negaba mis dichos, pero decía que ellos nunca se habían sentido amenazados. Baldassi es diputado nacional, ¿cómo se enfrenta a la historia? ¿Él me va a representar a mí en el Congreso de la Nación? ¿Él, que fue un ladero de Grondona y se benefició por los favores que le hizo? Tuvo más oportunidades por hacerle bien los deberes a Grondona. Tipeó como un pusilánime una nota que ni siquiera hizo él, porque intelectualmente tiene dificultades, para ir corriendo detrás de Grondona como un perrito faldero. Cuando tenés árbitros internacionales de esa estatura moral, realmente pongo en duda que alguno se pueda sentir representado. Las condiciones técnicas están aparte, eso no está en discusión. Podés ser un dotado, pero te transformás en un simple sopla pitos cuando no estás respaldado por un sistema de principios claro y transparente. Ángel Sánchez, otro grondonista… Después recibió su premio yendo al Mundial en 2002. Muchos hasta dudaban de que fuera árbitro. Tenía limitaciones físicas que hacían que le costara el desplazamiento. Hacían chistes con las pruebas y decían que los 12 minutos del Test de Cooper terminaban cuando él pasaba la meta. Por algo, en aquella época, le decían “la babosa”. Ángel Sánchez era parte del sistema inmunológico que tenía Grondona para defenderse cuando lo atacaban. Mandaba a sus acólitos árbitros a que salieran a criticarme por los medios. Grondona siempre fue un buen pagador con los que hicieron bien los deberes y Ángel Sánchez fue uno de los casos más vergonzosos del arbitraje argentino. Recordemos que, en el Mundial 2002, los jugadores de Portugal lo dieron vuelta como un trompo. Era un árbitro disfrazado.
-Muchos creen que usted usó su ruidosa salida del arbitraje como trampolín para acceder a la función pública.
-No fue así. En pleno conflicto que terminó con mi renuncia a la AFA, recibí una nota manuscrita de Gustavo Béliz solidarizándose conmigo. En dos oportunidades el presidente Carlos Menem me tentó para que fuera diputado nacional y yo le dije que no, cuando podría haberlo sido tranquilamente. Es más, muchos sostienen que en mi lugar se presentó Daniel Scioli. Mirá las vueltas de la vida… El tiempo transcurrió y, cuando me retiré del arbitraje, Menem me volvió a buscar para que repensara mi decisión. Después sobrevino la solidaridad de Gustavo Béliz, que en ese momento había creado Nueva Dirigencia, y me sentí seducido por las características del partido.
-Causalmente, Gustavo Béliz se fue del gobierno de Néstor Kirchner denunciando irregularidades en la Side.
-Fue perseguido y se tuvo que radicar con su familia en los Estados Unidos. Se retiró muy defraudado. Renunció por una diferencia personal con el Presidente. Con Gustavo, la vida política argentina sería distinta. Intelectualmente, le lleva años luz a muchísimos funcionarios de la primera línea. La Argentina debería repatriar esos cerebros.
-¿Está a favor del uso de la tecnología para corroborar fallos arbitrales?
-Hace 18 años me fui del arbitraje. El fútbol de ahora no es el mismo de antes. Hay que tener una visión aggiornada. Dentro de 10 o 15 años, la imagen del árbitro quedará reducida a un simple ejecutor de decisiones remotas. Muero por ir a ver al Barcelona, estoy juntando plata. Antes de que se vayan Messi, Suárez y Neymar, quiero verlos. Pago lo que sea para ir, pero para ver a los jugadores y no los errores de los árbitros. Es más, los puteo cuando se equivocan. Es la reacción lógica del que se siente mal porque pagó una entrada para ver otra cosa. Sacame el error del árbitro y dejame la genialidad de Messi o la habilidad de Cristiano Ronaldo, porque yo pago la entrada para ver al artista. Cuanta menos injerencia tenga el árbitro, mejor. Todo va a ser más transparente, porque la televisión es el límite de la corrupción. Se va a acabar el negocio. Estoy harto de que me digan que los árbitros son seres humanos que se pueden equivocar.
-Respecto a este tema, algunos árbitros sugestivamente se oponen. ¿Por qué será?
-A los ocho años, mi viejo me llevaba de la mano a ver la Tercera, la Reserva y la Primera. En esa época, los goles de penal no se festejaban, porque les daba vergüenza a los jugadores. En los segundos tiempos, las hinchadas giraban para ver el ataque de sus equipos. Llevábamos una bolsa con sándwiches de milanesa porque pasábamos todo el día en la cancha. Había insultos y siempre volaba un galletazo de algún mamado, pero esa era toda la violencia que había en las tribunas. Yo también quisiera vivir esa época, pero el mundo evoluciona. Estamos en la era de la ciencia exponencial, en donde la cibernética ha explotado y trajo aparejado un cambio en nuestras vidas. Hace 10 años tenía que conectarme a una computadora para leer los mails, pero hoy tenés todo en el teléfono. Es como el camino del conocimiento: no tiene retorno. Podés ser un nostálgico -me incluyo- y añorar el fútbol de antes, pero no podés evitar el progreso. Hoy en día hay otro fútbol y otra sociedad. Es un producto de consumo masivo que penetra a través de los medios y que vende miles de millones de dólares. Entonces los árbitros no pueden seguir munidos de las mismas herramientas que tenían hace un siglo: un pito y una bandera. ¡No podés! Porque cuando se juega una final las grandes marcas saben que si gana su equipo hay millones de dólares esperando. Y a veces por el error de un estúpido ves cómo se los lleva la competencia. Mirá cómo el progreso se lo llevó puesto a Blatter: en el Mundial de Sudáfrica tuvo que pedirle perdón a Inglaterra por el gol no cobrado a Lampard y a México por el gol de Tevez en posición adelantada. Eso ocurre con las personas que intentan frenar un tren con la mano.
-¿Le gustaba el apodo de Sheriff?
-No me gustaba ni me disgustaba.
-¿Se ajustaba a su forma de ser?
-No, para nada. Nunca me sentí un sheriff. Cualquier vecino era nombrado sheriff para defender la seguridad del pueblo. En cambio, la autoridad conferida al árbitro es impuesta y debe ajustarse a lo que está escrito. El sheriff se ceñía a las reglas, usos y costumbres del lugar. Y trataba siempre con la violencia. Como dijo alguna vez el General Perón: el que tiene la razón no necesita de la violencia y el que hace el uso de la violencia jamás llegará a tener la razón. Sin embargo, años más tarde, los Montoneros, que jugaban para él, ejercían la violencia. Por eso prefiero no tener líderes. Ahí está el secreto: sobrevivir a tus propias contradicciones.
-¿Qué recuerdo le quedó de Saavedra tras el infarto?
-Un bueno recuerdo, ¡estoy vivo! Aparte ahí vivió el Polaco. Hay que ponerse de pie por él. Soy un admirador de Goyeneche: sigue viviendo con todos nosotros.
Nota publicada en el Nº 212 del periódico El Barrio de Villa Urquiza