Sus amigos le decían que no serían capaces de tanto. Que no le iban a mencionar el asunto. Roberto Ruscio, sin embargo, estaba seguro de que iba a suceder. El fútbol es, muchas veces, un universo cruel, el lugar en donde sólo importa la herida ajena. Los árbitros lo saben más que nadie. Ruscio fue árbitro. Entre la preparación que realizó para salir a la cancha también debió incluir algo que la pasión de la tribuna y el sudor del campo de juego naturalizó: el insulto.
El 2 de diciembre de 1989 la ex mujer de Ruscio asesinó a sus dos hijos e intentó suicidarse. Laura tenía cinco años y Gabriel, dos. Él pasaba unos días de descanso en Santa Teresita. Era árbitro de Primera B y trabajaba en La Caja de Ahorro y Seguro, el empleo al que ingresó cuando tenía dieciocho años y en donde aún sigue, cuatro décadas después.
Inmerso en ese dolor inexplicable, Ruscio fugó hacia adelante. Necesitó trabajar más, ocupar su cabeza, tener la mente en movimiento: no pensar. Rearmarse. Su ex mujer, después de un juicio, fue internada en un neuropsiquiátrico y salió tiempo después. Ruscio, sin psicólogos y muchas veces guardándose tantas cosas en el alma, formó una nueva vida junto a Patricia. La familia se completa con las hijas de ella y el hijo de ambos. Nicolás tiene quince años. No juega al fútbol, le gusta escribir, cuenta el padre.
“La cicatriz la tengo y por ahí no se dan cuenta porque me la como y no soy muy demostrativo. Yo no hablo mucho, acá me decían el Mudo… Es un dolor mío, y la gente que está conmigo me apoya pero yo no puedo recargar en ellos mi dolor para que no les afecte”, dice Ruscio, 58 años, árbitro de Primera durante once e internacional durante cinco, que ya sabía que alguna vez alguien iba a recordarle su tragedia en una cancha.
–Con todo lo que pasaste en tu vida, la presión en una cancha parece menor.
–No es menor, es diferente. Que hayas pasado cosas duras en tu vida no significa que te tomes el arbitraje más livianamente. El último partido que dirigí, entré con mi hijo y casi lloro, pero lo hice con la misma responsabilidad que el primer partido. Porque yo no puedo estar en una condición que afecte a los jugadores. Son noventa minutos que tengo que jugar con seriedad. Lo otro que me pasó es muy grave, me afecta, pero tengo que poner la cabeza.
–Sin embargo, demostraste temple para salir adelante.
–Eso lo tienen que evaluar ustedes. Cuando me pasó lo que me pasó, decidí tirar para adelante. Luego de un tiempo, uno supera la cicatriz. Tuve otro hijo, y eso también me resolvió algún tema, pero por supuesto que no el cien por cien.
–Alguna vez dijiste que el arbitraje te había ayudado. ¿Por qué?
–En ese momento buscás una tabla de salvación, como cuando te estás ahogando. Y pasa un tronco y te agarrás de un tronco. Pienso que fue eso. Pero ese tronco siempre fue una pasión para mí, no fue un tronco casual. Me aferré a eso. En AFA, además, no me designaban porque no sé qué pensaban. Y eso a mí me afectaba. Yo quería dirigir porque me hacía bien, era una evasión en ese momento. El fútbol era importante para mí.
“Lo más feo es que cualquiera puede decir en una radio que vos le metiste la mano en el bolsillo cuando hiciste las cosas bien… Cualquiera con un micrófono no dice si los árbitros son buenos o malos, dice si son o no deshonestos”.
–¿En la AFA qué pensaban?
–Por ahí, ante un hecho tan grave, no sabían cómo iba a reaccionar. Nunca hablaron conmigo. Yo creo que es lógico de parte de ellos un llamado de atención. “Vamos a ver qué pasó con este muchacho”, podrían haber dicho. Porque son dos golpes de nocaut, dos piñas de Mike Tyson.
–Uno siempre cree que sería imposible recuperarse de algo así.
–Sí, el que no lo pasó cree que es imposible. No volvés a ser el mismo, pero seguís tu vida dentro de las posibilidades. Pero si yo hubiese sido director de designaciones y a un árbitro le pasaba algo así, lo llamo. Busco ver qué le pasa y veo cómo está reaccionando. No tomo la decisión. Si el árbitro dice sí, lo pongo. Y lo evalúo, obvio.
–¿Ellos no te exigieron psicólogos?
–Nada, ni hablaron del tema. Yo, en el lugar de ellos, hubiera preguntado: “¿Cómo te sentís? ¿Qué te parece? “¿Querés dirigir?”. Acá, en el laburo en La Caja, me pasó. Yo estaba en una oficina de poco trabajo, muy analítica, era un espacio que daba un hueco y te hacía pensar mucho. Pedí otro lugar en atención al público y me tenía entretenido. Y les rendía mucho más. Necesitaba actividad, estar laburando; no me quería rajar, quería laburar. El gerente decía que no, que no podía estar ahí. ¿Cuál es la realidad? Que cada uno cuida su quintita, y lo que le pasa al otro es de segundo plano.
–¿Tenían un tabú para mencionarte el tema?
–Puede ser, quizás a mi me pasaría lo mismo. Si a un compañero mío le pasara algo así, uno no sé si le hablaría, porque no sabe si él quiere o no. Pero al menos una vez mis jefes o compañeros pudieron haber dicho: “¿Qué querés? ¿Qué te hace sentir bien? Dentro de las posibilidades, ¿cuál es el mejor lugar?”. Yo acá quería laburar más, no me quería ir a tomar café.
–¿No les importó?
–Cada uno cuidó su lugar, sin arriesgar nada, sin pensar qué era mejor para mí y para mi preocupación.
–¿Qué te pasa cuando recordás a tus hijos?
–Son momentos difíciles… Uno siempre piensa en todo lo que pasó y en cómo me pasó una situación tan grave. Pero las cosas se dieron así, uno no las puede modificar. Trato de no sobreproteger a mi nuevo hijo. Con él tengo una buena relación de comunicación, y eso hizo cubrir un espacio que había perdido en algo tan importante como es un hijo.
–¿Hablaste con él del tema?
–No, nunca lo charlamos. Sabe lo que pasó, pero la verdad es que tampoco nunca fui a un psicólogo para hablar del tema.
–¿Es una tristeza continua o tenés bajones?
–Son altibajos. Hay momentos en que un hecho te hace replantear todo. No te voy a decir algo puntualmente. Pasa algo en el trabajo, en AFA o en mi familia, alguna crisis, y ahí hacés una recapitulación de todo, y ves las cosas negativas que tuviste en tu vida. Son todos altibajos.
–¿Cuál es el sentimiento que tenés hoy con tu mujer?
–Ninguno.
–En la cancha, muchas veces te han mencionado el tema…
–Público, jugadores y técnicos… No importa quiénes. Alguna vez hablando con gente cercana me decían: “¿Cómo te van a decir eso?”. Y yo decía: “¿Que no? ¿Que no me lo van a decir?”. Yo estaba seguro… Antes de empezar a dirigir, surgió la conversación. Como árbitro, tenés que estar mentalizado para entrar a la cancha. Le ha pasado a Antonio Mohamed hace poquito (un hijo del Turco murió en un accidente durante el Mundial de Alemania y la barra de Independiente le tocó meses atrás la marcha fúnebre). Y yo digo que a cualquiera que le pase, en algún momento se lo van a mencionar.
–¿Qué cosas te han dicho?
–Ya ni me acuerdo, pero algo así como “te tenías que morir vos”. Barbaridades…
–¿Y en esas barbaridades cuál era tu reacción?
–Es todo un tema de mentalidad. Una cosa que vos me lo digas mano a mano, pero si estaba cumpliendo con mi actividad y le pegaba una piña a alguien iban a decir que yo no estaba en condiciones de dirigir un partido. Una reacción de ese tipo en la cancha me hubiera llevado a decir que no estaba en condiciones de trabajar, y hubiera sido verdad. Por más tragedia que hubiera pasado, no puedo ir a agarrarme con el tipo que está en el alambrado.
–¿El hincha es muy cruel?
–No sé si es el hincha. Es el fútbol. Le pasa a cualquiera que esté relacionado con el fútbol. Pero con un árbitro es exactamente lo mismo en otros deportes que son pasionales: se puede llegar a ese extremo.
–¿Es una cuestión relacionada con la pasión?
–Esa pasión, esa locura hace que le digan lo peor que le pueden decir a un tipo que los está cagando. ¿Qué es lo peor? ¿Qué es lo que lo va a herir? Te lo tiran porque te quieren herir de cualquier manera. En ese momento no miden las palabras, sólo quieren destruirte a vos. Desequilibrarte a vos. Porque piensan que vos los estás cagando.
–La pasión, de todos modos, no los justifica…
–No, para nada. Por supuesto que no. Yo te puedo insultar, lo que sea, pero tiene que haber un límite. No lo hay y no lo va a haber. En este país, al menos no. Acá las hinchadas cantan más en contra del otro equipo que a favor del equipo de uno.
–¿Los medios influyen?
–La pasión ya está metida en la sangre argentina, no hace falta que el periodismo sume nada. Sin dudas, el periodismo hoy es la polémica, se busca la polémica y por ahí un comentario crea el clima. Por eso, los que participan en el juego tienen que medir las declaraciones.
Es hincha de Racing. Su padre lo puteaba bastante cuando dirigía al equipo. Su madre, fanática de La Academia, lo increpaba seguido: “siempre nos cagás”. Ruscio recuerda el episodio familiar con una sonrisa. “Yo siempre tuve mi cabeza hacer las cosas que tenía que hacer. Por ahí la gente puede pensar que yo favorecía a Racing porque era hincha. Una boludez…”.
“En la AFA nunca hablaron conmigo… ‘Vamos a saber qué pasó con este muchacho’, podrían haber dicho. Porque son dos golpes de nocaut, dos piñas de Mike Tyson.
Hizo todas las divisiones inferiores en el club. Lo suyo, dice, era marca y entrega. Cuando les contó a quienes lo conocían de los campeonatos bancarios que iba a empezar el curso para ser árbitro, no lo podían creer. Le dijeron que estaba loco: Ruscio era el que más se agarraba con los jueces en la cancha. “Pero fue una de las mejores decisiones que tomé en mi vida –cuenta–, porque me hizo bien en todo aspecto: como ser humano, para valorizarme… Y aparte, soy un enfermo del fútbol”.
Ruscio tenía como compañero a Carlos Mastrángelo. Algo debe haber influido… Aunque mucho más importante fue ver el retiro de Ángel Coerezza. “Me anoté y ahí me nació una pasión”.
–Debutaste en el preliminar del primer partido de Diego Maradona en Boca. ¿Cómo fue ese día?
–Fue la primera designación que tuve. Llegué de última porque recién estaba como árbitro oficial. Lo primero que hice fue llamar a mi abuelo, porque él era fanático de Boca, para contarle. En ese momento no sabía que el partido sería histórico. La gente que había era impresionante. Era pleno febrero y yo estaba con saco y corbata. Fue un lindo momento y yo era más jugador que árbitro. Cuando empezó a alentar la hinchada, yo pensaba que si era jugador no duraba veinte minutos en la cancha. Porque te daba tanta energía que parecía que no iba a pasar nadie, ni la pelota ni el jugador.
–¿Vos te emocionabas como una persona a la que le gustaba el fútbol?
–Claro. Me tenía que concentrar en el partido porque, si no, me sacaban en helicóptero. Muchas veces la gente que no conoce a los árbitros cree que no sienten nada. Y no es así. Cuando vas a ver los campeonatos internos de los árbitros, lo ves. Se agarraban a trompadas.
–¿Y del debut en Primera qué recordás?
–Fue en Corrientes, Mandiyú-Huracán. En octubre de 1992, ganó Huracán uno a cero. Me acuerdo que el número cinco me vino a desear suerte y a los dos minutos me estaba rompiendo las pelotas.
–¿Cuál es el partido que más te marcó?
–Un River-Boca, cero a cero. Ese fin de semana me metí en casa y no salí a ningún lado.
–¿Antes o después?
–Antes. El sábado ya estaba en casa. Jugaban Maradona y Caniggia. Diego se había hecho su mechón amarillo. La verdad es que hay que buscar la tranquilidad, el equilibrio y la frialdad. Yo empecé nervioso, en la foto tenía una cara de cagazo terrible, pero después fue todo normal. Lo vi otra vez hace poquito. Y ahora, como soy instructor, observé qué hacía yo. Y me vi muy tranquilo.
–Cuando ves un partido tuyo después de muchos años, ¿notas tus errores?
–Más bien. Ahí di un minuto de descuento. Cuando lo veo, se ve que quería terminar el partido, estaba todo cerrado. Yo siempre fui muy autocrítico. Por ahí en exceso… Y me hacía mierda yo, más que los medios. A la noche, las primeras horas dormía, pero después me despertaba pensando en el partido.
–¿Cómo manejaste la exposición en tu trabajo?
–No me podía apartar del fútbol. Acá iba a lugares para tomar café y apenas entraba, me encaraban. Un fin de semana, Clarín me puso “muy bien”, y vine acá y dos o tres me dijeron que me habían puesto “muy bien”. A la semana siguiente, Guillermo Nimo, un impresentable, me dio la perla negra. Entré a la oficina y hasta las mujeres me cargaban. En la calle por ahí me decían algo, pero de buena onda.
–¿Qué tiene de lindo una profesión en la que te insultan, los hinchas no te quieren y tantas veces sos el malo de la película?
–La lógica es que no habría ningún momento grato. Pero lo lindo es entrar a la cancha, ser partícipe del futbol, una pasión tan grande, poder estar en un lugar dentro de un espectáculo y después ser valorado como árbitro por honestidad o porque tuviste la personalidad de conducir un partido a buen término. Y así podés dormir tranquilo. Son cosas que se sienten, pero es más lo negativo que lo positivo. Por qué se mete uno en algo así, no lo sé.
–¿Qué es lo más feo?
–Que cualquiera pueda decir en una radio que vos le metiste la mano en el bolsillo cuando en realidad hiciste las cosas bien. Y están hablando de tu honestidad. Cualquiera con un micrófono no dice si los árbitros son buenos o malos, dice si son o no deshonestos.
–¿Cómo reaccionabas ante eso?
–Puteaba diez veces, pero me la tenía que bancar. Trataba de que eso no modificara mi autoestima para ir a la cancha. Porque eso en el partido se nota. Vos tenés que estar tranquilo porque sabés que te van a venir simulaciones, protestas, quejas del público… Y si vos no estás bien, comienzan los errores.
–Vos contaste que alguna vez un jugador te acusó en la cancha de haber cobrado por un partido.
–Sí, sí.
–¿Quién era ese jugador?
–No, ya está, dejalo ahí.
–¿Pero cómo fue?
–Fue difícil que alguien te venga a decir algo así. Yo sé lo que soy. Lo hablé con él y quedó todo bien. Pero me hizo pasar un mal momento, en medio de la cancha, delante de otros jugadores, en un ambiente tan de mierda. Sólo mis viejos me creían. Porque ni en la Justicia se cree, imaginate en un árbitro de futbol. Uno asume que eso puede venir de los jugadores… Me han dicho cosas peores por las cuestiones que pasaron en mi vida, ¿no voy a esperar que me digan que estoy arreglado?
–Decís que solo tu familia creyó en vos…
–Sí, y los amigos también. La gente cercana, la que pone en las manos en el fuego por uno.
Ruscio es instructor de la Dirección de Formación Arbitral que dirige Miguel Ángel Scime. Mira partidos –se dedica al Ascenso– y realiza informes. Desde hace un tiempo, además, no sólo envía por correo un trabajo escrito, sino que también edita un video en donde le muestra las jugadas en las que puntualiza. Un instructor multimedia. “Soy un hincha pelotas. Me fijo en todo, desde cómo es, cómo se viste, cómo señala, cómo se relaciona con los jugadores, qué cobra o qué hace después de una determinación conflictiva como una expulsión o un penal”, dice. Pero, más allá de eso, Ruscio también les explica a los árbitros más jóvenes que deben estar preparados para todo, acaso para la crueldad más extrema. Como lo supo Ruscio hace mucho tiempo. Aunque muchos le decían que nadie sería capaz de tanto.