Sobre un pequeño escalón que da al ventanal abierto, hay diez portarretratos. La madre sola, la madre con él, la madre con toda la familia. La hermana, él teniendo en brazos a su sobrino nieto. Una tapa de El Gráfico con su Imagen como DT, otra de Olé, otra de autor desconocido. Está la medalla que le dieron por haber sacado a Racing de su eterna agonía, Una plaqueta de una filial de la Academia en España y otra de una filial de RIver en Ramos Mejía. Su padre, y él Merlo jugador, brillan por su ausencia. Nora entra y ofrece “café, algo fresco, unas galletitas”. Como buena ama de llaves, insiste hasta que se lleva una respuesta positiva. “El señor se está bañando, ya viene”, agrega con un tono mucho más maternal que de empleada doméstica. Es raro pero el piso de soltero de Mostaza. Acostumbrado a casa de jugadores atiborradas de objetos kitsch, que podrían quedar bien en una nueva versión fílmica de “El gran Gatsby” pero que lucen patéticas en nuestro mundo privado, la sobria imagen visual que devuelven los 180 metros cuadrados de Merlo en pleno Belgrano, son un remanso. Paredes pintadas de blanco, cortinas y sillones al tono, ni un mísero aperador, ¡no hay televisión en el living! Y el equipo de música. un minicomponente sin mayores pretensiones, apoyado en el suelo. Apenas si desentona, o no, el juego de hielera para champán al lada de la mesita ratona. En ese espacio tranquilamente podría vivir un Alan Faena en su etapa mística pre Puerto Madero. O un gurú de la autoayuda. Eso es Mostaza Merlo: el Bucay del fútbol. Un tipo que habla con palabras sencillas, que cree en el “si quieres, tu puedes” y que pone su carrera como jugador y DT como ejemplo.
Ahora se escucha la voz ronca de Mostaza que viene desde algún lugar del mundo. Algo le está diciendo a Nora, con la reverencia con que uno trata a un ángel guardián. Uno intuye que no le habla de Carrusca, Sosa o el infatigable Krupoviesa. Y acierta cuando Nora entra justo detrás de él para preguntarle si la tarta era de zapallo o de zapallitos. Merlo, con la naturalidad con que se dirigiría a cualquiera de los amigos que dejó en La Paternal, el barrio de su infancia, me cuenta: “Los que vivimos solos, vivimos así. No se cocinar. La señora viene todos los días, me limpia, me lava la ropa, me deja comida. Yo vivo solo desde 1977, pero hasta que murió mi vieja, en el 94, siempre iba a su casa, comía con ella. Pero todos los días, eh. Salía del entrenamiento, iba. Del partido, iba. Todos los días”.
—¿No extrañás el calor de hogar, el afecto que te puede dar una compañía?
—Mi vieja me dio tanto cariño en su vida, que no preciso más. Lo que me dio cubre la cuota hasta el día en que me vaya. Además tengo a mi hermana, mi cuñado, mi sobrina, ése es mi núcleo. Cuando los domingos no juego, como con ellos. Y los amigos. Me junto a tomar un café, hablamos de fútbol, de política, y en una hora y media quedo nuevo.
—¿Pero nunca pensaste en formar pareja?
—No es que no lo pensé, es que no se dio. Yo tuve cuatro parejas y todas me sacaron la roja. Y con razón, eh. Porque las cuatro veces no hice bien los deberes.
—¿No había una que era para llevarla al altar y hoy te arrepentís de los deberes mal hechos?
—Que sé yo, viste, lo que terminó, terminó. No me gusta mucho pensar en eso. Todos me preguntan: “¿Y, Mostaza, ¿Qué pasa si se te cruza una?”. Y yo qué sé. No busco, vivo y ya. A los 55 años… además no me siento solo, eh. Voy a comer a La Raya y tengo un montón de amigos. Y cuando tengo que estar acá, estoy acá.
—¿Ése es tu sobrino nieto?
—Sí.
—¿No te pesa el tema de no tener hijos?
—Son cosas que se van dando si te enamoras, te casas, querés construir una familia. A ml no me pasó. Entonces, ¿para qué voy a pensar en eso,?
—Qué sé yo, supongo que todos pensamos con dos cosas: hacer el gol en la final del Mundial e ir a la cancha con tu hijo a ver a tu equipo preferido.
—Yo no hice ninguna de las dos, ja ja.
Dice eso, con el vozarrón que, cuenta, tiene desde chico, y juguetea con las cerillas de Rond Point que están sobre el cenicero de cerámica. Mostaza no es capaz de decir “ de eso no hablo”, pero está claro que se siente más cómodo contando cómo hizo para levantar a Racing, a Estudiantes, que explicando por qué no hay fotografías de su padre en el living.
—No hay, no sé. Pero lo quería mucho a mi viejo, eh. Aunque ellos no querían que fuera jugador. Nunca me fueron a ver jugar mientras estaba en Inferiores .Cuando le dije que iba a debutar en Primera, me acuerdo de que estaba sentado, me miró y me contestó “ah, bueno”. Ellos querían que estudiara y yo largué el secundario a los 15. Pero ese día vinieron eh. Les conseguí la entrada y vinieron. Y después, de local, me seguían. Lástima que mi viejo se fue en el 74 y no me vio campeón.
—¿Hablaban de fútbol?
—Poco. A veces me decía “por qué no hiciste esto o lo otro” y nada más.
—¿Pero sabía?
—SI. Bah, me pedía que fuera más al ataque. Así que se ve mucho no sabía. ¡Y mi vieja sabés lo que me pedía? “Que no te saquen tarjeta amarilla, nene”. Para ella lo peor era que me pudieran echar.
—¿Te armaba carpetas con notas, recortes?
—No, nada, nada. No tengo nada. Yo cuando termino algo, termino.
Mostaza remarca lo de terminó, terminó, como quien no quiere que nunca lo atormenten los recuerdos. Pero ésa es una pretensión desmedida. Y el viejo vuelve. Para que Mostaza, mezcla de cariño y admiración, diga: “Era distinto, la relación, la demostración de afecto. Pero hacia todo por nosotros. Era colectivero de la linea 7, la que va hasta el Bajo y pasa por Parque Chacabuco. Yo soy peronista por él. Porque mi viejo decía una cosa clarita: “Estando Perón, trabajaba yo solo y nos alcanzaba para todos. Para comer, para ir al colegio, para llevarlos al cine, aun espectáculo en carnaval, para salir los domingos. Y cuando Perón se fue tuvimos que laburar todos”. A mí eso me quedó, viste. Por eso uso tantas frases del General. Y estuve a punto de conocerlo. Fue en Madrid, en el 72, cuando fui con la Selección que dirigía Sívori y perdimos con España 1 a 0. Él estaba en Puerta de Hierro y había que ir a verlo en tres grupos. Yo llegué en el último y en la puerta nos dijeron “no, ya no pueden pasar”. Una cagada ¿Qué hice? Agarré y me volví al hotel, ¿qué querías que hiciera? Pero me hubiese gustado conocerlo. Todo lo que los políticos dicen, ya lo dijo Perón hace 30 años. La justicia social, que todos vivan bien y tengan laburo, eso era Perón.
—¿Votaste a Menem o te quedaste en el 45?
—.. .No quiero entrar en política. Yo soy peronista de Perón.
—¿Y Kirchner te gusta?
—Sí, sí. Lo veo con fuerza, quiere hacer las cosas bien. No es Perón, pero le pone ganas, se nota que quiere que a todo el país le vaya bien, y eso es bueno. Pero no me hagas hablar de política, eh. Hablemos de fútbol.
A Mostaza le encanta hablar de fútbol. Y dice: “Ésta te va a gustar. Yo en River no era cinco, empecé de nueve”.
—Me estás jodiendo.
—En serio. Yo arranqué las Inferiores de nueve, con el maestro Peucelle como DT. Debuté contra Ferro, y ganamos con un gol mío. En la segunda fecha jugamos con Chacarita y perdimos. Viene Peucelle y me dice: “Querido, éste puesto no es para vos”. Tenía razón. Yo no tenía pique, ni potencia física, ni técnica. Me habré probado de nueve porque todos quieren ser nueve, pero en River, que siempre se caracracterizó por la técnica individual, mirá si iba a triunfar de delantero. Bueno, por algo duré dos partidos. Peucelle me habló, en las prácticas me empezó a poner de cinco y de ocho. Y a los seis meses, me dio la cinco y me dijo “si haces siempre la justa, te quedas a vivir acá”. Y tenía razón. Entendí que para sobrevivir tenía que asumir mis limitaciones y a partir de eso, construí mi carrera. Quince años jugué en la Primera de River. Mira si tenía razón.
—Y el Bambino, el día que te despedías, no te puso ni un minuto. ¿Le guardas rencor?
—No, terminó, terminó. Me dolió, pero me bañé y me fui a mi casa. Si sabía desde una semana antes que no me iba a poner. Ya pasó, lo único que quería ese día era irme a casa, a ver a mi vieja.
—Pero qué mierda le costaba ponerte quince minutos. Eso no se hace.
—Fue un momento feo, pero ya está. Santilli me ofreció quedarme con Juveniles para después dirigir la Primera, y yo no agarré. En ese momento necesitaba irme de River. Pero tampoco podía jugar en otro lado. Viste, como que a veces te pasan esas cosas. Mira que vinieron de Racing, de Huracán, pero para mí, como jugador, era de River o nada. Entonces me anoté en el curso de técnico y fijate cómo son las cosas que después, volví como DT en el 89 con el Beto Alonso como manager.
—¿Sentís que no se te reconoce aquel paso? Digo, nadie habla de tu experiencia en River, y en realidad tengo la percepción de que fue buena.
—Claro que fue buena. Cuando yo agarré River, era tierra arrasada. Me contrataron y dijeron “Olvidate de la Liguilla pre Libertadores, acá hay que armar algo para no sufrir con el descenso”. Y mi River ganó la Liguilla. Y se la ganó a Boca en cancha de Vélez y los hinchas se quedaron media hora festejando en la tribuna bajo la lluvia. Ahí no hablaban de si el equipo era o no vistoso. Ahí festejaban. Hay que tener memoria. Porque el mío era un equipo contragolpeador, pero era lo que había que hacer. Porque cuando tenés que reconstruir todo, tenés que empezar desde abajo. Y cuando llegó el momento de soltar el equipo, me fui por un compromiso que tenía con Di Carlo y ese trabajo lo hizo Passarella. Pero algo debo haber hecho, ¿no? Porque la buena etapa de River arranca de aquella reconstrucción. Además, era la gloria o Devoto, no cualquiera agarraba. Y aquella final fue la última vez que River le ganó mano a mano a Boca por algo importante.
—¿Te jode agarrar equipos siempre al borde del colapso? También tornaste a Belgrano, Racing y Estudiantes al borde del descenso. Y los levantaste.
—Sí. Fueron experiencias bravas, más que nada Racing, porque si me iba al descenso sabía que no me iban a llamar de ningún lado más. Pero a mí me gustan esos desafíos, tener que armar todo de cero, elegir los jugadores. Eso es clave, eh. Tenés que saber que refuerzos traer porque vos escuchas que todos dicen éste técnico tiene un libreto, éste tiene otro y no es así: el DT siempre se adapta a los futbolistas que tiene.
—¿Por qué te tildan de defensivo?
—No sé ni me interesa. Mis equipos siempre salen a ganar, ni siquiera a empatar. Y atacan todo el partido. Si no, no estarían siempre arriba. Algunos dicen que no juego lindo, ¿cómo no voy a jugar lindo si tengo a Carrusca y a Sosa? El problema es si no los pusiera juntos. Conmigo, los buenos juegan siempre. Aquel Racing no fue valorado como corresponde. Pero no me jode: yo estaba convencido de lo que hacía, y nos fue bien. Preguntale a la gente de Racing si está feliz o no con eso. Te digo más: si vos me preguntas cómo me gustaría que jugara un equipo mío, te digo como el River del 75, el del 79, o el Racing 2001.
—Mostaza, dejate de joder.
—Ese Racing tuvo partidos brillantes. Bri-llan-tes.
—Siempre decís “terminó, terminó” tus etapas como DT de River y Racing están terminadas?
—El año pasado estuve cerca de volver a River. Cuando se fue Pellegrini decían que estaban entre Passarella y Merlo. Después, entre Merlo y Astrada. Y se decidieron por Astrada. Así que en carpeta se ve que me tienen. Pero no me gusta hablar cuando hay un técnico trabajando. Si se tiene que dar, se dará. River es mi casa. Yo salí campeón con Racing, pero mi identificación es con River.
—Pero el que te pide que vuelvas es el de Racing.
—De ese tema no hablo. Tiene un DT trabajando.
—¿Pero no te hubiese gustado terminar tu obra dirigiéndolo en la Copa Libertadores?
—Sí, eso no lo puedo negar. Me hubiese encantado hacer la Copa libertadores con Racing. Pero hubo una diferencia de criterios y pasó lo que pasó. No hablo más de eso, eh, terminó, terminó.
—Pero el haber llegado a la estatua, ¿no es una presión terrible porque siempre debés responder a ese parámetro?
—No, esa presión no existe. Mi satisfacción es saber que mi laburo está bien hecho. Después, si salís campeón o no, es otro tema. A veces dependés de un tiro que entra o pega en el palo. Además, mayor presión que la que tuvo aquel Racing, no va a tener ningún otro equipo en la Argentina. Yo les agradezco eternamente a mis jugadores, porque yo no sé si hubiese aguantado el clima que se vivía alrededor de aquel grupo. ¿Sabés lo que es que miles de personas se arrodillen adelante del micro y lloren pidiéndote que los saques campeón? Eso es de locos. Yo, después del empate con Banfield, sabía que si no salíamos campeones me tenía que ir a vivir a Arabia Saudita.
—El día que se terminó el paso a paso.
—Ese día.
—¿Qué pasó, se te salió la cadena?
—No, al contrario, fue la vez que más pensé una frase. La gente, después del empate con River, creía que salíamos campeones contra Banfield. Pensaban que River perdía con Lanús, nosotros ganábamos y se acababa todo. Yo sabía que eso no iba a pasar, que River iba a ganar. Y lo hizo. Pero no esperaba que Banfield nos empatara. Y vi a esa multitud que se iba pensando que ibamos a perder el título y entonces metí la bomba psicológica. Yo no podía perder ese campeonato faltando dos fechas. Fue un mensaje para la gente: decirle a mí no me cabe, a ustedes tampoco, eh.
—¿Estabas convencido de eso?
—Pero claro. Yo sabía dos fechas antes de jugar con River que íbamos a salir campeones. Se lo dije a Campagnuolo y al mellizo Gustavo antes de un partido con Estudiantes. Faltaban seis fechas y antes de un entrenamiento me los llevé a la mitad de la cancha y les dije: “si ganamos hoy, ya no nos para nadie”. Y se dio tal cual yo pensaba. Y no fue ni por la camisa ni por los cuernitos: fue por el laburo. La-bu-ro.
—¿Soñás con repetir con Estudiantes?
—Yo no sueño. Vivo al día. Soñaba cuando pateaba la pelota en el potrero todo el día, en Paternal. El otro día salí a caminar por la parte de atrás del country de City Bell, ¿viste que es todo campo? Y había un picadito entre pibes de siete y nueve años. Me escondí detrás de un árbol y me quedé como media hora mirándolos. Esos sí sueñan y son felices. Jugar a la pelota así es la mejor época. Lo que viene después es fútbol. Y el fútbol es otra cosa. El fútbol es laburo. De lo que te gusta, pero laburo.
Entrevista publicada en UN CAÑO#1 – Junio 2005