“Mirá –se adelanta Cafiero para alzar una máxima antes de que se le formule cualquier pregunta–, uno no se hace hincha de Boca, hincha de Boca se nace. No cualquiera puede ser hincha de Boca, tiene que reunir condiciones: amor y fidelidad a sus colores, fervor, ánimo ganador, sentirse parte de una mayoría popular y de un proyecto colectivo. Es una concepción de vida.
–Pero Cafiero, eso también lo diría un hincha de River.
–Que digan lo que quieran –dice, con el tono de “esto no se discute más”–, pero un hincha de Boca nace hincha de Boca. Quizás, admitiría, que el único que se le parece al boquense es el de Racing, porque compartimos una magia especial que no tienen otras instituciones. Pero, los de Boca tenemos, cómo decirlo… una gracia, un don, como un regalo que nos hizo Dios. Y si no tenés esa gracia, estás jodido: no podés ser hincha de Boca. Yo soy creyente; si no lo fuera, tampoco sería de Boca. Ser de Boca y ser creyente es lo mismo.
Acaba de cumplir 88 años y por estos días lo desvela la escritura de un libro con sus memorias, que se publicará en diciembre bajo el título Militancia sin tiempo, y que incluye el capítulo La pasión boquense. Abre su laptop, busca el archivo y dice que ahí está todo lo que siente por Boca. Y resulta que Cafiero, parece, tiene razón: nació de Boca, según relata en el texto, aún cuando su padre, un hincha fanático de River, hizo todo lo posible para evitarlo. El padre del ex ministro de Perón lo asoció a River, de chiquito lo llevó a la vieja cancha de tablones de madera de Libertador y Tagle y nunca dejó de pagarle la cuota societaria, por lo que hoy Cafiero ostenta la extraña condición de ser socio vitalicio de las dos instituciones archirrivales.
“A mí no me la cuentan, yo podría haber sido de River, si hasta vi el partido inaugural de la nueva cancha en el que Vicente de la Mata, un formidable delantero de Independiente, eludió a cinco adversarios en el área y marcó el gol de la victoria, del que los riverplatenses no se quieren ni acordar”.
–¿Cómo se dio cuenta de que quería ser de Boca y no de River como su padre?
–Porque, como te dije, nací con esa gracia. Yo iba con él a la cancha de River y estaba más pendiente del Alumni, donde informaban como iba Boca. Cuando tenía siete años, me agarró el metejón futbolero y Boca era el equipo más popular. Quería tener en mi cuarto la lámina del Boca campeón de El Gráfico y me enteré de que el repartidor de leche lo había comprado. Se lo pedí y quedamos que me lo traería a la mañana siguiente. Me levanté a la cinco de la madrugada y me senté en el umbral de casa a esperar a que pasara el carro. Papá me vio, me preguntó por qué no estaba durmiendo, le inventé cualquier excusa y, en secreto, me hice de mi primer póster del Boca campeón.
–¿Cómo se lo terminó confesando?
–Se lo oculté durante mucho tiempo, pero un día le dije “mirá viejo, no quiero ir más a la cancha con vos, me hice socio de Boca y desde ahora los domingos voy a ver a Boca”. A los 18 años, en 1940, me asocié al club. A mi papá le propuse un pacto: cuando River jugara de local, yo lo acompañaba; y cuando era al revés, él me acompañaba a mí. Ese pacto lo mantuvimos vigente durante cuarenta años. Pero, en atención a mi padre, no renuncié a seguir siendo socio de River. Fue una de esas decisiones no pensadas que duran toda la vida. En aquella época, mi ídolo era Francisco Varallo, que se había iniciado en Gimnasia y Esgrima La Plata y, por pasarse a Boca, dejaron de saludarlo y perdió amistades. Varallo formó parte de un terceto típico de Boca: jugaba de 9 con Delfín Benítez Cáceres (un paraguayo al que apodaban El machetero) y de 10, Roberto Eugenio Cherro, el máximo goleador de la etapa amateur. Pero Varalloera famoso por su estilo efectivo. Me gusta compararlo con Palermo, no por su juego aéreo, sino por la tenacidad con la que buscaba el gol o porque desconcertaba a las defensas adversarias en espacios reducidos. Tenía una estrategia fenomenal: en determinado momento, Varallo se hacía el rengo, como si lo hubiesen lastimado, entonces lo ponían de puntero, en la línea de salida. En ese momento clave, la defensa adversaria se descuidaba porque lo creía debilitado, pero al tipo le pasaban la pelota y salía corriendo a toda velocidad. En 1931, en un partido contra River, el arquero le atajó un penal, pero Varallo lo atropelló y metió el gol igual. ¡Se armó un escándalo! Hasta creo que suspendieron el partido. Era un guerrero.
–Dejemos los recuerdos futbolísticos y volvamos a su padre ¿cómo reaccionó cuando le contó que se hizo de Boca?
–No le quedó otra que aceptarlo. Y cuando me sacaba una buena nota en el colegio me llevaba a ver a mi equipo. Eso sucedía una vez al año. Pero a él no le gustó nada, como no me gustó a mí cuando un hijo mío me dijo que se había hecho hincha de River.
–Todo vuelve, dice mi abuela.
–A mí me volvió. Yo tengo diez hijos; con todos intenté que se hicieran de Boca y fracasé. Tengo hijos de Boca, River, Vélez, San Lorenzo… Un menú variado. Una día los llevé a la cancha con la esperanza de que se hicieran fanáticos como yo y les dije “¿ven esa plaza? Ahí estaba antes la cancha de River que ha sido reemplazada por un monumento a Artigas”. Mi hijo Mario, que tenía cuatro años, me contestó “debe haber sido un gran jugador de Boca, ¿verdad?”. No lo quise desengañar. Pero yo dejé que la pasión de cada uno madurara de la forma que fuera. El problema que tuve con mi padre se reprodujo con uno de mis hijos, Juampi, que se hizo hincha furioso de River. Él quería que yo lo llevara a la cancha de Boca en los clásicos, pero yo me negaba, entre otras cosas porque es un enfermo de River y porque yo iba al palco en el que estaba el presidente de Boca, Alberto J. Armando. Juampi me pedía “llevame, llevame”. Y yo le decía “pero Juampi, cómo te voy a llevar; si se dan cuenta de que sos hincha de River, querido, voy a pasar un mal rato”. Un día, de tanto insistir, logró que consintiera llevarlo a un clásico que se jugaba en nuestra cancha. Antes le hice jurar algo: “no vas a demostrar en ningún momento que no sos de Boca”. Aceptó las condiciones, pero en el medio del partido River hizo un gol y mi hijo, violando todos los pactos, se quitó el saco y abajo tenía la camiseta de River. ¡Lo hizo en mí palco! ¡En la cara del mismísimo presidente de Boca apareció un hijo mío vestido con la camiseta de River!
–¿Alguna vez su pasión por Boca le hizo cometer algún acto irracional?
–La peor fue cuando nació Cecilia, una de mis hijas. Mi mujer esperaba familia, pasaban los días, no se producía el parto y yo, que aguardaba el nacimiento con cierta indiferencia, me empecé a preocupar: “no vaya a ser que esta hija nazca justo el día de la final”. Es que justo había una final, y Boca podía salir campeón. Pasó lo que intuí y tuve que optar entre quedarme con mi mujer en el sanatorio o ir a la cancha a ver la final.
–Y usted hizo lo segundo.
–Eso hice. No sé si me explico: yo dejé a la señora sola en el sanatorio, le dije que me llamaba el Presidente, que iba y volvía. Pero a mí no me llamaba el Presidente, me llamaba Boca. Esa tarde salimos campeones, después vinieron los festejos y a eso de las nueve de la noche dije “la pucha, seguro debe haber nacido la bebé y yo acá en la cancha, mi mujer me mata”. Salí disparado para el sanatorio y cuando llegué, mi hija ya hablaba. Mi mujer nunca me lo perdonó, no me lo recriminó porque era muy suave, pero siempre le quedó la espina. Al otro día, Borocotó publicó en El Gráfico un sueltito que decía que en el momento que Boca salía campeón nacía una hija del ministro Cafiero y que yo, en homenaje al campeonato, le iba a poner Justa Victoria. ¡Mirá si le iba a poner Justa Victoria! Fue un poco irracional de mi parte, pero así es la pasión. La pasión brota de un sentimiento en el que juegan factores psicológicos que no son explicables.
–¿Esa misma pasión por Boca se entrometió en sus actividades como funcionario?
–En 2000 tenía una reunión importante en México como presidente de la Coppal, justo cuando Boca jugaba la final de la Libertadores contra el Palmeiras. Estaba arriba del avión y en la escala en Brasil me bajé. No tenía hotel ni entrada para la cancha, pero me mandé igual. Esa llegué a la cancha y me encontré con alguien que me dio una. Entré, me tocó la popular y de pronto me vi en medio de La 12, y los muchachos fumando cosas… Entre que los muchachos estaban parados y el humo que largaban, no veía nada, así que me subía a los costados de la butaca con la ayuda de alguien y cuando me cansaba me bajaban. Así vi todo el partido, mientras me preguntaba qué se estaba fumando ahí. Al otro día viajé a México.
–Hablando de pasión, la Real Academia Española, dice que ésta es la acción de padecer. ¿Sufrió a Boca?
–Espere un minutito que voy a anotar ese concepto para mi libro –lo hace y sigue–. La pasión por Boca, diría, es como el peronismo: se los sufre. Por ellos sufrí. Pero más allá de eso, el amor por ambos sigue intacto y yo he sido un hombre coherente: tuve una sola mujer, una sola religión, un solo partido político y una sola pasión futbolera.
–Pero lo más común es que las personas cambien de pareja, revisen sus creencias religiosas y hasta se alejen de su patria. Sin embargo, no cambian de camiseta. ¿Cómo explica este fenómeno?
–Para eso no hay explicaciones racionales, es una pasión y punto. La pasión no tiene sentido, y en mi caso fue producto de la gracia de Dios. Ysi Dios quiso que yo fuera fanático de Boca, para mí está todo resuelto.
–¿Compartía la pasión por el fútbol con sus jefes políticos, Perón y Menem?
–Primero habría que aclarar que Menem no fue mi jefe político. Yo lo repudié por su política económica y lo repudié por ser hincha de River. Lo vivía desafiando, y tenía con qué: si yo había visto jugar a los grandes de River, a Pedernera, a Moreno… Que yo sea de Boca y él de River formaba parte de los innumerables desafíos que tenía contra él. Así que, te imaginarás, no perdía oportunidad para chicanearlo.
–¿Hablaba de fútbol con Perón?
–No. Sobre el General se discutía si era o no de Boca. En principio, hay que decir que nunca iba a definirse por un club porque le podía generar la antipatía de los hinchas de otros clubes. Por eso evitaba, prolijamente, que se lo embanderara con alguno. Lo que sucedió es que, durante su gobierno, el ministro de Hacienda Ramón Cereijo, un racinguista fanático, construyó el nuevo estadio de Racing y lo denominó “Presidente Perón”. Ahí la gente empezó a decir que él era de Racing. Eso lo discutíamos entre los propios ministros. El punto era que nadie se animaba a preguntarle de quién era simpatizante. Perón murió sin confesar de qué club había sido. Un día, a la salida de una reunión de Gabinete, después de una discusión al respecto entre varios ministros, dije “me voy a sacar de duda”, y le pregunté a Isabel “dígame, señora, usted que lo conoció bien a Perón,¿de quién era hincha?”. Isabel me dijo: “No lo dude, Antonio, Perón era de Boca”. Entonces les pedí a todos que no me volvieran a hablar más del tema en mi vida.
–¿A Perón le gustaba el fútbol?
–Es curioso esto, porque Perón era muy deportista, era un excelente esgrimista y fue boxeador y jinete, pero no jugaba al fútbol.
–¿Qué tienen en común ser de Boca y ser peronista?
–La condición de boquense es una gracia divina de Dios, como ya te dije, y también la de ser peronista. Peronista no es el que quiere, sino aquel que está tocado por una suerte de gracia. Ser de Boca y ser peronista es mágico. La gran mayoría de los boquenses somos peronistas. En la época de la proscripción de peronismo, desafiando los decretos represivos de las dictaduras, la hinchada cantaba “Boca y Perón, un sólo corazón”. O le cambiaban la letra a la marcha y en vez de decir “Perón, Perón, que grande sos”, coreaban “y dale Boca, dale Booooo…”.
–¿Tiene algo negativo ser hincha de Boca?
–No, como todas las gracias divinas, es todo positivo.
–Vamos, un amor nunca es tan perfecto.
El lucro, quizás, sea algo que me molesta cuando pienso en Boca. Pero fue inevitable que el espíritu del capitalismo se haya instalado en el fútbol. Esto, desnaturalizó inclusive a la condición del hincha, que comienza a dudar si no está siendo un instrumento de ambiciones lucrativas.
–River podría irse a la B este año. ¿Cómo…?
–(Interrumpe) A mí, debo decirlo, me pondría muy contento.
–Hace poco festejó su cumpleaños y dijo que su sueño era que el peronismo estuviera unido. Sueñe un rato, Cafiero. ¿Cuál sería su equipo boquense ideal?
–Desde 1931 hasta la fecha: Roma; Menéndez y Marzolini; Sosa, Rattin y Pescia; Boyé, Ángel Rojas, Varallo, Cherro y Cucchiaroni. Y de suplentes: Gatti, Marante y De Zorzi; Pernía Serna y Rogel; Caniggia, Corcuera, Sarlanga, Riquelme y Perotti. ¡Queda abierta la polémica!
Publicada en UN CAÑO #30 – Octubre 2010