El domingo, en la final del torneo de Buenos Aires, Marco Cecchinato dio una exhibición de tenis. Pero la mayoría del público que fue al Lawn Tennis, enceguecido por el fanatismo nacionalista, no lo pudo disfrutar. Porque, claro, enfrente, sufriendo la paliza del italiano había alguien nacido en el mismo suelo y bajo la misma bandera que la mayoría de los espectadores.
Con un espectador que cada vez existe menos en el fútbol, parece que la moda (ojalá lo fuera) del fanático también llegó al tenis. A la cancha hay que ir a ver ganar a tu equipo. No cabe otra. Y si tu equipo no gana todo es una mierda. Lógico.
El domingo, miles de personas fueron a ver ganar a Diego Schwartzman, el Peque, un pibe querible. Un pibe de barrio como cualquiera que genera admiración por su sacrificio y por su talento. Y que, oh casualidad, es argentino, como la mayoría de las tribunas del court central. Entonces, por ser fanáticas, esas tres o cuatro mil personas transformaron el Buenos Aires en un gran funeral. Y se perdieron la fiesta del italiano. Porque también Cecchinato se llama Cecchinato y no Federer o Nadal. Porque con los los grandes astros sí está permitido dejar a un costado la bandera.
Algo parecido pasó con la transmisión de TyC Sports. Gonzalo Bonadeo y Juan Martín Rinaldi acompañaron la horita y nada de partido con un tono lúgubre que te obligaba a ir a los portales de noticias para saber si un rato antes no se había estrellado un micro con escolares. Recién con la final acabada, Rinaldi logró reconocer: “Tremendo lo de Cecchinato, hay que pararse para aplaudir el partido que jugó”.
Cecchinato fue semifinalista de Roland Garros el año pasado, nada menos. Pero… siempre hay un pero en esta era de consumir lo que nos venden. Para llegar hasta ahí, antes le ganó a Djokovic. Entonces no nos puede caer simpático ni podemos valorar las habilidades deportivas de alguien que nos dejó sin ver a Nole en las instancias decisivas.
Con un revés a una mano de los que ya quedan muy pocos, Cecchinato dio un concierto de ataque, defensa, contraataque, drops, voleas, ángulos imposibles, mentalidad, concentración… Dio un espectáculo sin fisuras. Y sin los aplausos que esa espectáculo merecía. De haberlo hecho Nadal (o Federer, o Djokovic), absolutamente todos los espectadores, dentro de diez años, se jactarían de haber visto semejante faena. Y seguramente se sumarían unos cuantos más, quienes, aunque no lo vieron dirían que sí porque da “glamour”. Algo así como los que vieron a Sumo en Obras, que fueron un millón aunque en el estadio no entraban más de seis mil.
Cecchinato jugó tres finales y las ganó todas. Se llevó el trofeo-mate de Buenos Aires sin perder un set y con 28 winners en la final. Sin el reconocimiento del público, fue el propio Schwartzman el que dejó claro lo que había pasado en la cancha: “Marco es un justo campeón. Jugó a un nivel impresionante y me dejó hacer poco y nada”. Lejos de dramatizar el segundo puesto, el Peque escribió un rato después en sus redes sociales: “Sólo gracias. Tener estas sensaciones en casa son para lo que siempre quise ser jugador de tenis. Di todo lo que había en el tanque, gran semana”. Lástima que muchos no opinen lo mismo.