“Hay un jefe, el cliente. El puede despedir a cualquiera de la empresa, desde el presidente para abajo, por el simple medio de gastar dinero en otra parte” (Sam Walton).
Sam Walton es un empresario que revolucionó la forma de vender productos, la forma de tratar a sus empleados y la forma de motivar a los clientes. Hay suficiente data de este señor en la web como para explayarnos acá.
El sistema nos enajena. Nos enajena el fútbol, nos enajena la política, nos enajena la religión, nos enajenan las redes sociales, nos enajena el supuesto concepto de éxito, como si cada individuo no tuviera la capacidad de decidir qué es el éxito para cada quien.
¿A quién le conviene esto? A los poderosos. “Divide y reinarás”, ya había avisado Julio César en la Roma de antes de Cristo. Y acá estamos, dos mil años después, con ellos, los que mandan, cumpliendo al pie de la letra aquella premisa. Estamos separados por un equipo de fútbol, separados por un partido político, separados por la xenofobia, por el racismo, por el clasismo, por el especismo, por la religión, por el pañuelo verde y el celeste. Pero estar separados no sería lo grave. Elegir una religión u otra, un partido político u otro es libertad. El problema es que si la otra o el otro elige lo contrario, es el enemigo. Odio para el que piense diferente. ¿A quién le conviene? A ellos, a los poderosos, a los que dominan el mundo, a los que nos dominan a nosotros.
Vayamos un ratito al fútbol, que ¿para eso estamos?
En la primera final, en la cancha de Boca, cerca del mediodía, después de todo lo que había llovido, cualquier persona sensata sabía que en esas condiciones no se podía jugar. Menos la Conmebol. Como la gente no importa, primero decidieron postergar el comienzo. Finalmente, después de un rato primó la sensatez y lo suspendieron para el día siguiente.
Lo de la revancha fue muchísimo más grave. Desde un presidente que vive en vaya a saber qué nube y una mañana se levantó con ganas de que se juegue con visitantes hasta una Ministra de seguridad que alardea de que “si vamos a controlar el G20, cómo no vamos a poder controlar un partido de fútbol”. Todavía estamos esperando las explicaciones porque los hechos ya están ahí. Piedrazo, vidrios rotos, gases, futbolistas que no están en condiciones de jugar… No hay partido. No puede haber partido. Más simple, imposible. Y, ojo, ni siquiera nos interesa hablar del color de la camiseta de los damnificados. Porque, como nunca antes, los damnificados no tenían ninguna camiseta. O sí, las tenían todas. Porque el mundo estaba pendiente de esta final.
Los dueños del negocio pretendían jugar a toda costa. Por dinero, más dinero y un poco más de dinero. Y cagándose en la gente. Ya va siendo hora de darnos cuenta de que nosotros tenemos el poder, de que nosotros podemos cagarnos en ellos. Sólo necesitamos hacerle caso a la frase de Walton: no consumir.
No nos cabe que Zuckerberg use nuestros datos en beneficio propio o de laboratorios, partidos políticos, países, empresarios o lo que fuere, salgamos de Facebook. Si salís vos, y vos, y vos, y vos, y todos, Zuckerberg no podrá manipular más a nadie. No sólo eso: se funde. No existe más. Apple te caga cambiando sus productos cada dos por tres, salgamos de Apple. Jumbo, Carrefour o Coto te estafan con los precios, salgamos de ahí, vayamos al almacén, al chino o comamos polenta un rato. Ya van a dejar de estafarnos, porque sin consumo no existen más.
La Conmebol, la AFA, la policía y los barras te espantan de las canchas. Salgamos del fútbol. Ellos van a perder muchísimo más que nosotros. Nosotros perderemos una diversión y tendremos que buscarnos otra. Ellos, que viven de nosotros, directamente tendrán que buscarse una vida.
Hay que salir. Pero, claro, para eso necesitamos la utopía de unirnos. Sin banderas ni fronteras. Está bien, lo dejaremos para después de la extinción.