¿Y Tevez en dónde está? Dos meses pasaron desde aquella charla por teléfono que tuvo en el aire de América con su amigo Fantino. Dos meses: dos. Entonces dijo algunas cosas, y sucedieron otras. Las que dijo: que si Boca le ordenara ir a ayudar a comedores en lugar de volver a los entrenamientos, él lo haría con gusto y que en el fútbol hay jugadores que pueden estar seis meses o un año sin cobrar. Esas, las que dijo: cosas que fueron títulos, hashtags, empatía viral. Las que sucedieron, finalmente, dos meses después: los jugadores de Boca se opusieron al recorte de marzo y abril que había planeado la dirigencia y cobraron el 100% de ambos, clubes del Ascenso como Deportivo Laferrere armaron ollas populares y Boca nada, un pueblo de más de dos mil jugadores argentinos vive el mismo riesgo de quedar libre en un mes. Mientras Tevez charlaba, como lo hacía desde su casa, la producción de América había elegido graficar su presencia con una vieja foto suya en la que brillaba una mirada tierna, llena de luz. Entonces: esa mirada tierna, luminosa -Tevez, Carlos Tevez-, ¿dónde está? 

Algunos incisos antes de seguir con esta nota: no se escribe acá sobre la cantidad de donaciones y bondades que seguramente ha hecho y ha tenido Tevez, ni si es un buen amigo o un tipazo, que seguro que sí. Acaso también haya aceptado ahora cobrar su sueldo entero solo para mandar a construir dos hospitales antipandemia, noticia que sus jefes de gabinete filtran siempre después de un tiempo, generalmente bajo el argumento del decoro y la humildad. Argumento, por otra parte, equivocado y blando: una lástima, en realidad. Qué cosa más justa, qué cosa más linda que saber que una persona quiere ayudar y lo hace, un hombre además cuyo mayor poder es justamente el simbólico, abrir las puertas de los sueños y las esperanzas de los demás. Pero en fin: no se escribe acá ni se escribirá nada sobre todo eso, no; además, no tiene Tevez por qué hacer nada de todo lo que creemos que haríamos nosotros si fuéramos multimillonarios; es su vida, su decisión, su privacidad. Sobre lo que acá se escribe, entonces, es sobre lo público, sobre la historia que piensa y ordena publicar en los medios, sobre la construcción de sí mismo, la mirada que incita a que tengamos los demás. Ése es el centro. Su diario o su canal de Yrigoyen. Sobre eso se escribe. Sobre el Tevez que Tevez ha elegido contar. 

El año pasado se estrenó Apache, su única biografía oficial. La serie la dirigió Adrián Caetano, creador también de Un oso rojo, Pizza birra faso, El marginal. Tevez no solamente participa (cada capítulo tiene una intro en la que él, en la terraza de un edificio de Fuerte Apache, cuenta un recuerdo, alguna sensación) sino que también brindó datos, anécdotas, material. Es una mezcla entre una ficción y un documental. O sea: es la ficción -apenas arranca, a los dos minutos ya acuchillan a alguien y andan todos a los balazos- la que contiene a las historias reales, la que finalmente le otorga el contexto, el peso necesario, a la realidad que Tevez vivió y autorizó a contar.

Por ejemplo, la realidad: Tevez y Bianchi, los dos solos en el baño del vestuario visitante del Olímpico de Córdoba, charlando en los mingitorios antes de que el pibito del cuello quemado debutara contra Talleres en Primera División. Ésa sería la parte que está perfecta, la revelación. El problema es que hay un personaje -que fue, obvio, una persona- que, sin él, la ascensión demencial de Tevez no tendría el significado que la serie busca inocular. Es, para colmo, su mejor amigo de la infancia y la adolescencia. Un pibe que la rompía tanto como él. En la serie lo llaman El Uruguayo. En la vida y la realidad lo apodaban Cabañas. Su nombre: Darío Coronel.

Y acá es donde vienen las distorsiones que Tevez necesita, su probable mentira: con la número 10, Hipólito Yrigoyen. El Tevez que Tevez ha elegido contar.

Son dos escenas, dos historias las que interesan. La primera es ésta. El Uruguayo jugaba en Vélez. A Tevez, ya en Boca, lo habían convocado a la Selección. El Uruguayo es el espejo roto del ídolo, así funciona la cosa. Por ejemplo: mientras a Carlitos lo llamaban de la Sub 17, su amigo hacía ya un tiempo que formaba parte de los guachos peligrosos de Fuerte Apache, se drogaba, aprendía a robar. Eso era cierto, fue así. Hay una crónica maravillosa sobre su vida -sobre la vida de Cabañas- que se llama El otro Tevez, la publicó originalmente una revista que se llama Letras Libres y la escribió el periodista Nahuel Gallotta: si gustan, está todo, todo ahí.

En la serie, sin embargo, sucede esto: cerca del final, Cabañas, que está en la mala, justo cumple años un día que Tevez está concentrado en Ezeiza con la Selección. Sigiloso como un ninja, Tevez aprovecha el silencio de la noche y se escapa, se va. Se toma dos o tres bondis, cruza toda la Capital Federal, vuelve a meterse en los pasillos del Fuerte, busca a su amigo, lo encuentra tirado como si fuera un personaje de Trainspotting, lo abraza, ve acaso en su mirada el futuro que no lo alcanzó a él. ¿Cómo no enternecerse, cómo no admirar a ese chico que acaba de arriesgar la primera y quizás única posibilidad que tiene de cumplir el sueño de su vida porque sabe, siente, que más importante es estar ahora con su amigo, bancarlo en la peor? ¿Qué otra cosa puede sentirse que no fuese ese fuego, ese amor?

Bueno, obvio: ese viaje no existió jamás. Jamás. Apache fue la segunda serie más vista en 2019 en la Argentina. Los espectadores no tienen por qué andar chequeando dónde está la verdad, dónde se mintió, en qué escena se exageró. Amparado en el escudo de la ficción, lo importante, lo que queda, es el mensaje, la sensación definitiva: su serie de Yrigoyen. El Tevez que Tevez eligió contar.

La otra historia, ya cerca del final, directamente es macabra. El Uruguayo muere baleado por unos narcos que le mataron a su hermano. Él los había ido a buscar con dos ametralladoras que le había comprado en una casucha escondida a una abuelita tierna e ilegal. En la crónica de Gallotta tienen todo, cómo vivió y cómo murió el Uruguayo verdadero, el amigo con el que Tevez creció. Es obvio que en la serie no fueron fieles con su bio y tampoco tenían por qué serlo, se entiende. Sin embargo, el ídolo elige autorizar esto: en el momento final, el Uruguayo cae muerto vestido con una camiseta de la Sub 17 que él le había regalado, la primera con la que compitió, en un Sudamericano, para la Selección. Mientras Tevez ya estaba también ahí nomás de debutar en Boca, su amigo se para frente a una ráfaga de balazos que lo revienta en las baldosas sucias del Fuerte, su sangre roja y negra avanza lenta sobre el celeste cielo y el blanco puro de la camiseta de la Selección. El pibe había sido el compañero de su vida y ahora moría vestido de él, que una tarde de 2020, ya elevado al panteón de los héroes sobrevivientes, le dirá a un famosísimo conductor de televisión que lo que hay que hacer en esta pandemia que azota al mundo es ayudar. “Ustedes son líderes sociales, Carlitos”, le dirá el conductor y Carlitos le contestará que sí, que “obvio, Ale, cómo no”, que él siempre le dice a su representante que hay que estar dispuesto, que él siempre está dispuesto, que lo más importante -siempre- es ayudar.

El otro Apache, Revista Un Caño.