Un periodista amigo investigó como se debe y escribió una larga crónica sobre el origen de Lionel Messi en la Selección Argentina. La muy buena Revista Anfibia publicó una versión reducida de esa investigación, y nosotros decidimos publicar el texto del colega completo, en entregas semanales. Hoy les entregamos la cuarta y última parte: “El 17”. 

Acá pueden leer la Parte I: Un VHS en el hotel,
la Parte II: La ruta del video M.
Y la Parte III: Díganle Mecci.


“¡Calentá, pibe! ¿No querés jugar?.” La voz de Gerardo Salorio, preparador físico del plantel, apuntó directo al de flequillito. Los suplentes de Argentina se movían dentro de la cancha durante el entretiempo de un partido que ya no era tal: iban 4 a 0. Hugo Tocalli, el técnico del equipo, había ordenado dos cambios para la segunda etapa: saldrían René Lima y Matías Abelairas, dos juveniles de River, y entrarían Franco Miranda, también de River, y el pibe al que Salorio apuraba. “Cuando le dije así se despertó de golpe. Le salió esa mirada de león que después le vi tantas veces. Y empezó a correr más rápido”, se pone ancho el profe con la anécdota. Salorio conserva el bigote canoso y mullido de entonces y la misma pasión para contar. Se sitúa de vuelta en escena, repite frases, gesticula. Dice que fue un privilegiado por haber trabajado con Messi en esos años; ese orgullo lo impulsó a ilustrar la tapa de su libro “Secretos de campeón”, publicado en 2013, con una imagen sintomática: Salorio levanta su brazo derecho, didáctico, y Messi lo observa de frente, con las manos atrás del cuerpo y un rictus alla Gioconda.

La estadística refleja que antes de que arrancara el segundo tiempo Messi sustituyó a Abelairas, un zurdo que hoy da pases en el FC Vaslui, de Rumania; como Abelairas, la mayoría de los integrantes de aquel equipo tuvieron una trayectoria discreta como profesionales. Otros no: cuando Messi entró a jugar, también estaban en cancha Pablo Zabaleta, Ezequiel Garay y Ezequiel Lavezzi, hoy integrantes de la selección mayor.

Lionel llevaba la camiseta 17, que le iba grande de mangas, sobre todo: sus dedos desaparecían debajo de los puños. “Me llegaba a la cintura”, exagera Brazenas, “y cuando hizo el primer sprint pensé: ‘la puta, acá algo hay’”. La fina lluvia hacía que la pelota se deslizara más rápido de lo habitual, una condición ideal para Messi. La diferencia entre su nivel y el de los demás quedó tatuada en esos 45 minutos, los iniciáticos: enseguida habilitó con maestría a Pablo Vitti, además del desparramo al que sometió a los paraguayos en cada arranque.

Pero la jugada cumbre, la que rebota en Youtube, la armó a los 35 minutos, cuando Argentina ya estaba 6 a 0 y no había manera de que se le escapara la Copa Centenario de la Asociación Atlética Argentinos Juniors. Lionel recibió la pelota sobre la izquierda del círculo de la mitad de la cancha, ya en campo visitante, la controló con su pie zurdo y cambió de velocidad; dos paraguayos lo vieron pasar cerca sin poder detenerlo. Messi ya tenía en la mira a Marco Almeda, el arquero que había ingresado veintiún minutos antes; amagó gambetearlo por la derecha pero se le fue por la izquierda y, con el arco ya libre, hizo una última corrección antes de asegurar el tiro, en la entrada del área chica. Gol. Fueron seis toques de zurda, incluido el remate, y uno de derecha, en seis segundos. Gol. Con la obra consumada, el genio elevó suavemente su brazo derecho, aunque enseguida lo bajó y se dejó abrazar por Almerares, el primer compañero que llegó hasta él para felicitarlo. Gol. Messi no lo gritó, no dijo nada. Sólo se permitió un gesto de alegría, quizás porque lo tomó de sorpresa: una sonrisa bien grande le inundó la cara cuando vio venir a Formica, su amigo, que corrió desde la defensa para levantarlo con fuerzas. Gol.

Memoria de elefante o repetición de video fresquita en su memoria, vaya a saber, Brazenas ahora acierta con otro dato: “Estuve a punto de parar la jugada porque unos segundos antes había quedado tirado un jugador paraguayo.” Como actor de reparto de la jugada, Brazenas tuvo el reflejo de dejar fluir. Fue su rapto de inspiración, un imprescindible aporte a la trama.

En TyC Sports, que emitió el partido en vivo, el comentarista Oscar Martínez reaccionó con originalidad, mientras observaba en su monitor la repetición del zigzag messiánico: “¿Me deja aplaudir, Giralt?”, le preguntó al relator, y sin que mediara una respuesta en la cabina que ocupaban en el estadio se puso a hacerlo. “Clap, clap, clap, clap”, se escuchó.

Era el gol más demorado de su vida, pero Messi no lo gritaba. Habían pasado veinte meses desde el día en que su papá llamó a la AFA. Y Vivas y Bielsa y Tocalli y Pekerman y Grondona. Y el Barcelona y España y la FIFA. Y kilos de ansiedades consumidos por la citación que nunca llegaba. Pero no lo gritaba. Tal vez porque su mente ya volaba hacia la siguiente acción, un pase de gol que le regalaría a Federico Almerares. Tal vez.

Empezó a llover más fuerte.