PRIMERA ENTREGA: Capítulos 1 y 2

SEGUNDA ENTREGA: Capítulos 3 y 4

TERCERA ENTREGA: Capítulos 5 y 6

CUARTA ENTREGA: Capítulos 7 y 8

QUINTA ENTREGA: Capítulos 9 y 10

SEXTA ENTREGA: Capítulos 11 y 12

CAPÍTULO 13

–Tenemos que movernos con pie de plomo –dijo Pablo Contreras a las otras cuatro personas que participaban de la reunión. Lo escuchaban atentamente, aunque sin entender el motivo de la convocatoria, Alberto Furia Sosa, Amelia Fortunato y Andrés García. También estaba Marcelo Doménica, pero él sí sabía el porqué del encuentro. Es más: junto con Contreras habían elegido cuidadosamente a sus interlocutores. 

Contreras era un abogado que defendía gratis las causas por los crímenes de lesa humanidad cometidos en la Argentina durante la dictadura militar y un ex militante del trotskismo devenido peronista. Su cambio ideológico había ocurrido con la llegada del ex presidente Néstor Kirchner al poder, quien había cambiado el paradigma de la lucha por los derechos humanos en la Argentina y la había convertido en una política de Estado. Contreras, que le había dedicado su vida a esa causa, quedó enamorado de la figura de Kirchner mucho más allá de la muerte del ex presidente.

Las cuatro personas convocadas por Contreras no habían sido elegidas al azar. Todas se habían contagiado del Ubik 20 y tenían peso en los diferentes ámbitos de la política nacional. Furia Sosa era el presidente de la Unión Industrial Argentina, Amelia Fortunato formaba parte de la Asociación Bancaria Argentina, Andrés García era miembro de la Asociación de Empresas Periodísticas y Marcelo Doménica era periodista pero básicamente su amigo.

–Acepté venir porque conozco tu trayectoria, Pablo, pero no termino de entender el motivo de la reunión –dijo Andrés García, quien había sido uno de los responsables del despido de Contreras del diario Clarín, hacía ya más de 20 años, cuando Pablo era el secretario general de la comisión interna. Para García era mítica la historia de Contreras, quien había sido tentado con el pago de un millón de dólares por el gerente de personal de la empresa para que desistiera del reclamo de volver a ser reincorporado. Contreras se había negado a lo que a todas luces era un soborno, un generoso soborno, y le había respondido: “Yo lo único que quiero es volver a trabajar porque fui elegido secretario general de la comisión interna de los trabajadores de Clarín”. No era un dato menor que el salario de Contreras en ese momento era de 167 dólares ya que, desde hacía cuatro años, la empresa le había congelado el sueldo mientras la Argentina rompía records mundiales de inflación. Doménica, que ya era amigo de Contreras en aquel momento, le sugirió que agarrara el millón de dólares, asegurara el futuro de sus cuatro hijos y que después siguiera con su lucha en otra parte. Pablo, un testarudo profesional, no se dejó convencer y repetía la frase: “Yo lo único que quiero es volver a trabajar porque fui elegido delegado por los trabajadores de Clarín”. Marcelo hizo todo lo que pudo para hacerlo cambiar de parecer y el hecho no conseguirlo sólo multiplicó la profunda admiración que sentía por Contreras, quien más allá de su fundamentalismo era, definitivamente, la encarnación del hombre nuevo. No había persona en el mundo que se negara a recibir una indemnización de un millón de dólares con el argumento de que quería volver a trabajar por 167 dólares al mes. En realidad sí había un hombre en el mundo capaz de negarse: Pablo Contreras.

–Voy a tratar de ser lo más didáctico posible para que ustedes tres comprendan la importancia de lo que voy a contarles. Digo ustedes tres porque Marcelo es mi amigo y está en esto desde hace meses, desde el mismo momento en que fuimos los primeros dos que nos enteramos de la existencia del Ubik 20.

García, Furia Sosa y Fortunato se miraron desconcertados. La pregunta que se imponía la hizo Amelia:

–Ustedes dos fueron los primeros que supieron de la existencia del Ubik… Pero… ¿Cómo? No entiendo.

Doménica tomó la palabra:

–Porque fuimos los primeros dos contagiados. En realidad no. Para ser más precisos, el primero fue Pablo y el segundo fui yo. Pablo podría ser lo que en salud pública se llama el caso cero.

Sorpresivamente García lanzó una carcajada:

–¿Y se puede saber cómo lo saben? –dijo sin poder contener la risa.

–No tenemos certezas científicas, por supuesto –le respondió con seriedad Contreras.

–¿Y entonces? ¿Cómo lo saben? –preguntó Amelia sin perder la seriedad y sin sumarse a la falta de respeto de García.

–La historia es larga pero se las voy a hacer breve –respondió Pablo–. El 24 de marzo del año pasado, cuando se estaba desarrollando la Marcha de la Memoria, me mordió una paloma de las que rondan la Catedral. Fue una mordida leve, y más allá de que sabía los riesgos que eso podía traer, no le di demasiada bolilla. Al día siguiente, Marcelo y yo teníamos programado un viaje en auto hasta Venezuela. Era un viaje que habíamos planificado minuciosamente y que nos iba a llevar un mes. A los dos días de la mordida, comencé a experimentar dolores de pecho, tos seca y mucha fiebre. Me sentía tan mal que me tuve que internar en Hospital Municipal de Naviarí, en Brasil. Estuve quince días internado. Les dije que me había mordido una paloma y me hicieron todos los protocolos para la rabia y otras infecciones. A los siete u ocho días me empecé a sentir mejor y me dieron el alta. Pero cuando nos estábamos por ir, cuatro médicos y seis enfermeros que habían estado en contacto conmigo empezaron a experimentar los mismos síntomas: fiebre, tos y dolores de garganta. Al principio no le dimos mayor importancia porque supusimos que podía haberse dado la casualidad de que se enfermaran y que yo no tuviera nada que ver. Así fue como seguimos viaje, pero a los dos días, Marcelo comenzó a sentirse mal, con la misma sintomatología que yo había experimentado. Y también terminó internado, esta vez en Ouro Preto do Oeste, en el Hospital Bom Jesús. La tos y la fiebre de Marcelo duraron bastante menos que la mía, sólo cinco días, por lo que le dieron el alta más rápido. Pero en el momento de irnos, también habían caído enfermos dos médicos, dos enfermeras y tres asistentes. Ahí ya nos preocupamos, porque nos dimos cuenta de que el virus era altamente contagioso. Por eso decidimos suspender el viaje y quedarnos en Ouro Preto para ver cómo seguían las cosas. Y a los pocos días, la guardia se empezó a llenar de gente con fiebre, tos y todo lo que ya sabemos.

–Me suena un tanto megalómano de tu parte pensar que fuiste el caso cero del Ubik, Pablo –insistió García aunque ya había dejado de reír.

–En ese momento no se llamaba Ubik y a todos los que caían enfermos se los trataba como si fuera una gripe. Cuando vimos lo que estaba pasando, pegamos la vuelta para Buenos Aires. Pero antes nos detuvimos en Naviarí y el panorama era bastante parecido al de Ouro Preto. Los hospitales y las guardias no daban abasto para atender a la gente que caía con fiebre, tos y problemas respiratorios.

–¿No se te ocurrió en ese momento avisar a las autoridades sanitarias para que pudieran estudiar cuál era el virus que habías contraído? –preguntó Furia Sosa.

–No se nos ocurrió –intervino Doménica–. Es un poco por lo que dice García. No podíamos creer que nosotros hubiéramos desatado un contagio semejante y que con el correr de los días se transformaría en una pandemia mundial. Nos parecía irreal, casi de ciencia ficción.

–Pero estaba pasando –intervino Amelia.

–Y mucho más que eso –narró Pablo–. Cuando empezamos a bajar hacia Buenos Aires constatamos que en cada uno de los lugares en donde nos habíamos hospedado para pasar la noche o habíamos parado para comer algo, había gente que se había enfermado. Y ahí sí fue cuando por consejo de Marcelo nos pusimos en contacto con una amiga de él en la Organización Mundial de la Salud, una alemana que había conocido hacía algunos años en Viena, en un Congreso, a la que pusimos en autos de lo que estaba sucediendo.

–¿Y esa mina no hizo nada? –dijo ya muy molesto García.

–Claro que hizo algo. Viajó a Buenos Aires, se contactó con nosotros y encaró todos los estudios del caso. Y confirmó que efectivamente habíamos contraído un virus desconocido que después comenzó a llamarse Ubik 20.

–Insisto. Esa médica, ¿no hizo nada más que revisarlos y constatar que estaba circulando un virus nuevo y de alto nivel de contagio?

–Se volvió a Suiza e impulsó la mayoría de los protocolos para mitigar la propagación del virus, como las cuarentenas obligatorias y la distancia social. Sabemos que ahora está trabajando contra reloj para encontrar la forma de aislar al virus y así sacar una vacuna para prevenirlo.

–Nunca nadie nombró a esa persona en todo este tiempo y tampoco la Organización Mundial de la Salud dio aún con el caso cero. ¿Cómo se llama esa médica, científica o lo que sea? –preguntó García.

Pablo y Marcelo se miraron.

–Es infectóloga. Pero no te podemos decir cómo se llama –respondió Marcelo–. Confiamos en ella y sabemos que está haciendo lo necesario para que todo mejore.

–La historia puede resultar muy atractiva, pero por culpa de ustedes dos ya se murieron casi dos millones de personas –dijo Furia González.

Pablo y Marcelo esperaron unos segundos para responder.

El que tomó la palabra fue Marcelo:

–Y se contagiaron más de 40 millones.

–Sí, por eso –dijo Amelia ya sin disimular su enojo.

–¿Sabén cuánta gente murió en la Primera Guerra Mundial? –preguntó Marcelo a todos.

Nadie respondió:

–Más de 25 millones de personas entre civiles y militares –dijo.

Y siguió:

–¿Y en la Segunda?

Tampoco nadie dijo nada.

–Cerca de 100 millones de personas si contabilizamos el genocidio judío, las bombas atómicas y lo que pasó después en Corea.

–Y en Vietnam murieron más de dos millones de personas –agregó Pablo–. De los que solamente 58 mil eran norteamericanos.

–No podés comparar una guerra con una pandemia –se enojó García–. En las guerras mueren militares y en las pandemias caen inocentes.

–En las guerras mueren civiles –aportó Amelia al pasar, dándoles algo de crédito a los argumentos de Contreras y Doménica–. Y eso sólo por acciones militares. No hablemos de lo que pasa con las hambrunas y la miseria.

Furia García se paró y dejó caer la silla hacia atrás. Estaba fuera de sí:

–¿Ustedes me dicen que son los responsables de la muerte de tanta gente y no se hacen cargo?

–Nos hacemos cargo, Alberto –dijo Doménica–. De la muerte de casi dos millones pero también de la reconversión de más de 40 millones. Porque una cosa viene pegada a la otra.

–Yo no podría vivir con esa carga –respondió Furia Sosa.

 Pablo hizo una mueca de dolor:

–A mí me cuesta vivir con eso. Pero para aliviar la pena me pregunto: ¿cuántas pandemias hubo a lo largo de la historia de la humanidad? ¿Cuánta gente muere cada año de sarampión, de ébola, de dengue, de gripe y, lo que es todavía más grave, de hambre? ¿Y cuántas de esas muertes se podrían haber evitado si viviéramos en un mundo más justo, donde el 90 por ciento de la riqueza no estuviera concentrado en el uno por ciento de la población, mientras que el resto se reparte las migajas?

La pregunta quedó flotando en el ambiente. Pablo no se detuvo en su arenga:

–Todo lo que está pasando es una mierda. No hubiera querido que las cosas fueran así. Pero ocurrieron. Y ya no podemos hacer nada para devolverle la vida a la gente que murió. Pero también deben reconocer que estamos ante la oportunidad de cambiar el destino de la humanidad. Tal vez la última. Yo sé lo que dijeron cuando se reunieron con los industriales, con los banqueros y en las reuniones de las empresas privadas periodísticas. Ustedes cambiaron de parecer sólo porque se enfermaron. Y ahora entienden el mundo de otra manera. No sabemos todavía qué va a pasa con Trump, Bolsonaro, Áñez y Lenín Moreno, que también se contagiaron. Estamos frente a una chance, una gran oportunidad de cambiar las cosas. ¿La vamos a dejar pasar?

Furia Sosa levantó la silla que se había caído y se volvió a acomodar frente a la mesa. Fortunato y García lo miraban.

Amelia puso en palabras lo que todos estaban pensando:

–Bueno. ¿Cuál es el plan?

 

Capítulo 14

 El periodista y escritor peruano Jaime Bayly se preparaba para salir al aire en su programa Jaime Bayly Show, que se transmitía desde Miami por su propio canal de YouTube. Ese día había decidido hacer un programa diferente. Sorprendió a sus productores al plantearles que no quería invitados y que su talk show habitual iba a estar dedicado íntegramente a la problemática del Ubik 20.

–Pero Jaime, rompes el pacto que tienes con tu público –le dijo Rodrigo Lineras, el productor ejecutivo del programa–. Todos esperan tu editorial, pero luego es necesario reforzarlo con un invitado en el piso. Si rompemos ese código, tus palabras perderán peso.

Bayly era un cuadro ideológico de la derecha más recalcitrante internacional. Estaba en contra de cualquier manifestación popular y se llenaba la boca criticando sin piedad a los presidentes nacionales y populares de la región. Su público estaba conformado básicamente por latinos que vivían en los Estados Unidos y que renegaban de los populismos, socialismos y hasta de la socialdemocracia. Eran lo que se conoce en la jerga como gusanos cubanos, más los autoexiliados venezolanos que les daban argumentos a los gorilas argentinos. Millones y millones de personas lo seguían en vivo y se regocijaban con las atrocidades que defendía Bayly, quien era un muñeco de ventrílocuo que le decía a la gente, a su gente, exactamente lo que quería escuchar.

–No te preocupes, Rodrigo. Te puedo garantizar que el programa que vamos a hacer esta noche va a romper todos los records de audiencia. Pero mucho más que eso: va a tener tantas reproducciones en YouTube que vamos a hacer saltar el sistema por los aires.

Rodrigo se tranquilizó. Si algo sabía Jaime era de rating y de sorprender al público. Por eso dejó de insistir.

Exactamente a las 9 de la noche, sonó la cortina del programa y Jaime apareció, como siempre, sentado detrás de un escritorio y dispuesto a hacer su editorial.

–Buenas noches, América –dijo Jaime no bien le anunciaron por el auricular que estaba abierto el aire.

–Hoy vamos a hacer un programa especial, en el que reflexionaremos sobre qué está pasando en el mundo. Por eso le pedí a mi producción que no invitara a nadie. Sólo estaré yo al aire, con mis reflexiones –comenzó a desplegar su encanto, porque si algo tenía Bayly era que traspasaba la pantalla con su flequillo brillante y sus trajes negros impecables.

–Desde hace cincuenta años, distintos científicos nos alertan sobre los peligros del capitalismo salvaje que nos domina. También nos han hablado mucho sobre el cambio climático y el efecto invernadero que generan la contaminación ambiental, el extractivismo y la desforestación. Todos concuerdan con que estamos ante un verdadero problema y que el mundo está cerca del colapso, pero nuestros líderes apenas pueden reducir ínfimamente la emisión de gases y todos los otros males porque, sostienen, la economía mundial debe seguir su marcha. Lo que no nos dicen es que estamos marchando hacia el precipicio.

Rodrigo, que normalmente se echaba hacia atrás en su sillón para escuchar las peroratas de Jaime, se incorporó porque notó que el discurso de su amigo iba hacia un lugar inesperado. ¿Jaime hablando de contaminación ambiental? ¿Jaime criticando el extractivismo y la desforestación? Algo no estaba funcionando dentro de los parámetros habituales.

–Les quiero hacer un anuncio, amigos –se puso melodramático Jaime–. Si seguimos como hasta ahora, el planeta va a estallar. Si continuamos priorizando la economía en lugar de pensar en cuidar nuestra casa, el mundo explotará en mil pedazos mucho más pronto de lo que todos se imaginan.

Rodrigo ya supo que algo raro pasaba. Pero ya era tarde para detenerlo.

–Ese panorama era así hasta hace dos meses, hasta que llegó a nuestras vidas el Ubik 20. Y en apenas sesenta días, la emisión de gases que generaban el efecto invernadero se redujo en un 35 por ciento, la capa de ozono mejoró hasta casi cerrarse, los ríos se descontaminaron en tiempo record y la fauna y la flora comenzaron a ganarle terreno a la mano destructora del hombre. Pero fíjense ustedes que contradicción: el planeta respira aliviado mientras la humanidad padece ataques de pánico por una pandemia que mata gente, aunque mucha menos de la que moriría en caso de que siguiéramos yendo hacia el abismo.

Bayly tomó un trago de agua. A Rodrigo le llamó la atención. Casi nunca lo hacía durante sus monólogos.

–¿Qué letalidad tiene este virus, estimados amigos? En Italia lleva un 0,05 por ciento de muertes sobre 49 millones de habitantes. En España e Irán, otros países muy golpeados, no llega al 0,04 por ciento. Mientras los medios de comunicación han convertido al Ubik 20 en un monotema, tengo algunas malas noticias para darles: en el mundo siguen muriendo muchísimas más personas por infartos, cánceres varios, diabetes, influenza estacional, tuberculosis, dengue, ébola, malaria, diarrea, cólera, accidentes de tránsito, asesinatos, suicidios, femicidios y tantas otras cuestiones que ahora están tapadas porque el Ubik es el hit del momento. Con esto no quiero decir que no le prestemos atención: ya tenemos 2 millones de muertos y la cifra sube minuto a minuto. Pero una cosa es prestarle atención, seguir las recomendaciones de la Organización Mundial de la Salud y otra muy diferente es caer en la paranoia, el pánico, la desinformación, el morbo y el sensacionalismo.

¿Jaime criticando al sensacionalismo? Rodrigo no podía creer lo que escuchaba. Jaime había hecho un culto al sensacionalismo, el morbo y la desinformación. Lo que estaba ocurriendo le parecía surrealista. Miró el contador de visitas que tenía la página y los números hacían movimientos muy raros. Por cada una de las personas que se daba de baja, se conectaban dos. Estamos cambiando un púbico por otro, concluyó.

–Veo a los medios de comunicación muy preocupados por las muertes en Italia, Francia, Alemania y Estados Unidos, pero no veo demasiada cobertura sobre el desastre que el Ubik está generando, por ejemplo, en Turquía, Irán, Irak y en algunos países africanos. Está claro que para los periodistas hay vidas que valen más que otras. Supongo que tampoco estoy diciendo nada nuevo, pero verlo con tanta claridad me hace daño al alma.

En diez minutos de programa, Bayly ya había duplicado la cantidad habitual de espectadores. Rodrigo no dejaba de mirar el contador que le marcaba el número de seguidores y los lugares de procedencia. Estaban subiendo sin parar de lugares que habitualmente no veían a Bayly: Bolivia, Venezuela, Ecuador y Argentina. Y caían rotundamente las vistas habituales de Miami.

–Desde hace ya dos meses, la televisión del mundo nos muestra imágenes que nos desconciertan: ejércitos desplegados con sus trajes de combate para darle de comer a la gente, personas que obligan a sus empleadas domésticas a quedarse a vivir en sus casas porque no quieren correr el riesgo de que se vayan y se contagien, personas que buscan salvarse del Ubik escapando al centro de los océanos con sus lujosos yates… Hay muchas muestras de solidaridad, por supuesto, pero esos gestos miserables de distintos sectores de la sociedad hacen un ruido infernal. Por eso, cuando la pandemia pase, como ya ocurrió tantísimas veces a lo largo de la historia de la humanidad con la peste bubónica, la fiebre amarilla o la gripe española, será muy difícil olvidar el maravilloso trabajo de los médicos, enfermeras y asistentes que se juegan la vida cada día, como tampoco debemos pasar por alto a los mezquinos que fueron capaces de huir como ratas en lugar de quedarse a pelear codo a codo junto al resto de la sociedad.

Rodrigo estaba emocionado. Nunca imaginó que Jaime podía ser capaz de decir algo que lo conmoviera. Eran amigos desde hacía años, pero pensaban completamente diferente en el ciento por ciento de la cosas, especialmente cuando se trataba de política.

–Cuando el Ubik sea solo un mal recuerdo y las clases dominantes quieran volver a la lógica capitalista habitual habrá que decirles que no queremos volver a esa etapa de nuestras vidas. El Ubik nos dio una lección: nos devolvió la esperanza de enfrentarnos a la locura capitalista. Debemos cerrar la caja de Pandora y abrir el cajón con nuestros mejores recuerdos e ilusiones.

Jaime hizo un silencio. Miró a cámara con lágrimas en los ojos mientras le hacían un zoom a su rostro y cerró:

–Buenas noches. Y hasta la semana que viene.

Rodrigo salió disparado del control para ir a abrazar a Jaime. Mientras se acercaba vio que Jaime se levantaba del escritorio, daba unos pocos pasos y de desplomaba. Se acercó preocupado. Vio que respiraba. Le tocó la frente y tuvo que apartar rápidamente la mano. Jaime volaba de fiebre.

OCTAVA ENTREGA: Capítulos 15 y 16

NOVENA ENTREGA: Capítulos 17 y 18

DÉCIMA ENTREGA: Capítulos 19 y 20

UNDÉCIMA ENTREGA Y FINAL: Capítulos  21, 22 y 23