PRIMERA ENTREGA: Capítulos 1 y 2

SEGUNDA ENTREGA: Capítulos 3 y 4

TERCERA ENTREGA: Capítulos 5 y 6

CUARTA ENTREGA: Capítulos 7 y 8

 

CAPÍTULO 9

Carlo Buonanotte miraba a Marissa Sosa pero no se animaba a decirle nada. Marissa estaba reclinada sobre un microscopio observando el comportamiento de un virus que mutaba minuto a minuto.

De pronto, como impulsado por una fuerza extraña, Carlo formuló la pregunta que lo atormentaba desde que había acompañado a Marissa en un viaje relámpago a Buenos Aires para estudiar a dos argentinos que, aparentemente, eran los casos cero y uno del Ubik 20:

–¿Cuándo pensás decirle a Von Strasberg y al resto del directorio que ya conocés la procedencia del virus?

Marissa levantó la cabeza del microscopio y miró a Carlo por un par de segundos. No le respondió y volvió a lo que estaba haciendo.

Carlo insistió:

–No entiendo qué hacés, Marissa. Cada segundo que estás ahí, mirando por el microscopio, muere una persona. Estamos en una organización que tiene la responsabilidad de cuidar la salud de la población mundial…

Marissa levantó la cabeza y lo interrumpió:

–¿Qué cambiaría si yo le dijera a Von Strasberg la procedencia del Ubik 20? ¿Acaso dejaría de morir gente? ¿No te parece que ya hicimos nuestro trabajo cuando dimos las recomendaciones del aislamiento, cuando dijimos que había que proteger especialmente a las personas mayores de 60 años y a los que sufren patologías preexistentes y que los países debían evitar que se les disparasen las curvas de contagio para no hacer colapsar a los sistemas de salud? ¿Qué más podemos hacer? Von Strasberg ya dejó claro que a él le importa un carajo mejorar la situación de los enfermos o luchar contra la mortalidad del virus. Lo único que le interesa es salvar el culo políticamente. Hacer una conferencia de prensa para anunciar el caso cero y con eso dejar tranquilos a los líderes mundiales, como si ese dato cambiara en algo el desastre que está atravesando la humanidad.

–Pero la gente se sigue muriendo… –insistió Carlo.

–Y va a seguir muriendo. El lugar en donde estamos nos obliga a no dejarnos llevar por las emociones. La mortalidad del Ubik 20 es baja si la comparamos con otras enfermedades. Está casi al nivel de la de la influenza estacional y nadie levanta un dedo para tomar precauciones contra la influenza. No hay campañas de higiene, no se pone un euro en publicidad para concientizar a la población y prevenirla. Les hacen el caldo gordo a los laboratorios y a los dueños de las patentes de las vacunas antigripales. Con eso ya están contentos. Dejan que la gente se muera en el anonimato y se ocultan las ganancias siderales que dejan las vacunaciones compulsivas. Y en encima, la mayoría de las veces son al pedo porque los laboratorios venden vacunas que protegen a la gente de las cepas del año anterior y no hacen nada para prevenir las mutaciones que sufre el virus año a año. Vos y yo sabemos que la vacuna contra la gripe, muchas veces, no sirve para nada pero igual se la inoculan a la gente para darles la sensación de que están haciendo algo cuando en realidad lo único que se arma es un negocio redondo para los dueños de las patentes. Y todo con la complicidad de la Organización Mundial de la Salud, de las ONG que se llenan la boca hablando de responsabilidad ciudadana y de los ministros de Salud de la mayoría de los países. Estoy podrida de saber que la salud pública es un negocio redondo y no hacer nada para remediarlo. ¿Por qué no invierten más para luchar contra el dengue, contra el ébola o contra las enfermedades que atacan a las poblaciones más vulnerables? Porque les importa una mierda que se mueran latinoamericanos y africanos. Les chupa un huevo porque hay ciudadanos de primera y ciudadanos de segunda. Así que a mí no me vengas a correr con que se muere gente por el Ubik 20. ¡Siempre se muere gente por enfermedades! Lo que pasa es que el Ubik también está matando alemanes, franceses, italianos, españoles, estadounidenses de clase media y alta… Y por eso están como locos.

–Entiendo lo que decís, Marissa. Pero la mortalidad del Ubik 20 es baja si hablamos en porcentajes, pero al aumentar la cantidad de contagiados de la manera que lo está haciendo las tasas ya interesan poco y lo que se convierte en significativo es el número de muertos. Para no irme del ejemplo que vos misma usaste, la influenza estacional mató el año pasado a 600 mil personas y esta pandemia ya dejó más de un millón 700 mil cadáveres.

–¿Y vos pensás que no lo sé? ¿Acaso no me vez trabajando veinticuatro horas por día para encontrar la vacuna para frenar este desastre? –se enojó Marissa.

–La vacuna que estás buscando es una ilusión, Marissa. Querés terminar con el virus que provoca los problemas respiratorios, la bronquitis y la neumonía pero tratás de aislar la cepa que cambia el comportamiento de la gente. Eso es imposible técnicamente.

Marissa golpeó la mesa. La ponía furiosa escuchar los reproches de Carlo. Era un fiel colaborador pero algunas veces se pasaba de la raya. No era de levantar la voz, pero no quería seguir debatiendo con la persona en la que ella más confiaba:

–¿Quién mierda dice que es imposible aislar la cepa? ¿Los mismos que decían hace mil años que la tierra era plana? ¿Los que decían que no se podían fabricar máquinas que volaran? Y si querés hablar de salud pública: ¿los mismos que no encontraban la solución para el sarampión, la polio, el VIH…? ¿Alguien se imaginaba que se iba a descubrir la penicilina? Hay una lista larguísima. Si todos pensaran como vos, no se habrían dado los saltos de calidad que dio la humanidad para prevenir las epidemias y las vacunas jamás hubiera existido. Además, los chinos, los alemanes y los estadounidenses se están matando para conseguir la vacuna para frenar al Ubik y apropiarse de las patentes. Ya sabés cómo funciona el mundo. Ellos van por el negocio millonario, nosotros estamos detrás de la idea de obtener un mundo mejor. No me voy a resignar así nomás a dejar escapar esta oportunidad. Para mí y para mucha otra gente ésta es la gran posibilidad de darle una última chance a la humanidad. De refundarla. Lo que podrías hacer en lugar de estar ahí cuestionando cada decisión que tomo es aportar tus conocimientos en genética y ayudarme a encontrar la forma de aislar el virus, de separar sus componentes para no matarlo del todo.

Carlo se calzó los guantes, se colocó el barbijo y las gafas de protección.

Antes de ponerse a trabajar le hizo la pregunta que lo atormentaba:

–Por qué le dijiste a Von Strasberg que estabas cruzando diferentes variables para encontrar la solución al dilema del caso cero. Le dijiste matemática, psicología, filosofía, derechos humanos y política. ¿Qué tiene que ver todo eso con lo que estamos haciendo?

–Nada. Pero necesitaba ganar tiempo. Y cuando vos le decís a un científico como Von Strasberg, que cree que se las sabe todas, que estás abordado un asunto con materias que desconoce, te deja tranquila. Tipos como él nunca van a meter las narices donde no les conviene.

Carlo sonrió. La respuesta era tan sencilla que jamás la hubiera encontrado. “Muchas veces complejizamos las cosas y las soluciones están en la superficie”, pensó. Se acercó al microscopio y visualizó los raros movimientos del Ubik 20. Marissa, a su lado, intentaba aislar el genoma de ácido nucleico que se alojaba dentro de la cápside. Ese era el primer paso para tratar de dividir al virus en dos, de encontrar la respuesta a las secuelas luego de la gripe o la neumonía.

Carlo levantó la cabeza y miró a su colega. La admiraba. Pero en lo más profundo de su alma sabía que estaba detrás de algo que a simple vista parecía una quimera. Que no era la del oro precisamente. Era la de conseguir que los hijos de puta dejaran de serlo sin dejar un tendal de muertos en el camino. Carlo estaba convencido de que no había vacuna alguna que consiguiera ese milagro.

 

CAPÍTULO 10 

Después de un mes y medio, los representantes de la Asociación de Bancos volvían a verse las caras. Uno a uno, los hombres y una mujer se fueron acomodando frente a las chapas que identificaban a los bancos: Banco Ciudad, Banco Corporativo, Banco Comafi, Banco Galicia, Tu Banco en Positivo, Banco de Valores, Banco del Sol, Banco Industrial, Banco Interfinanzas, Macro, Banco Mariva, Banco Meridian, Banco Roela, Banco Sáenz, Superville, Santander Río, Banco Francés y Wilobank. Quedaron desocupados los lugares que estaban frente a los carteles que representaban al Banco Hipotecario, Banco Piano, Itaú, Banca del Lavoro y Banco Santa Lucía. Estos cinco bancos habían cerrado sus sucursales por el contagio masivo de Ubik de sus empleados y directivos.

De los presentes, sólo dos personas habían contraído de Ubik 20 y ya estaban curados después de la rigurosa cuarentena. Se trataba de Amelia Fortunato, del Banco del Sol, y Edelmiro Colorante, del Banco Industrial. Colorante se había contagiado de Ubik luego de una reunión con Alberto Furia Sosa, el presidente de la Unión Industrial. Fortunato lo había contraído en un viaje por España. Los dos salieron de la enfermedad sin complicaciones y sin siquiera llegar a ser internados.

La reunión comenzó como siempre, con un repaso del orden del día, aunque estaba alterada por la pandemia y por la restricción que habían sufrido los bancos tanto en lo que se refería a la atención al público como por las medidas tomadas por el gobierno de diferir el clearing de los cheques y de congelar el pago de las cuotas de créditos. El sistema financiero era robusto, más allá de la abultada deuda estatal y privada que se había contraído con entidades del exterior, porque la visión neoliberal del gobierno anterior al de Alberto Fernández les había permitido disfrutar de un festival de bonos y de ganancias gracias a la timba financiera que se había desatado como pocas veces en el país. Además, debido a las libertades que se les había concedido el ex presidente Mauricio Macri, esa rentabilidad extraordinaria había sido fugada tanto a las casas matrices como a paraísos fiscales, por lo que las preocupaciones ahora estaban más centradas en cómo conservar los privilegios que en optimizar las ganancias. De hecho, uno de los temas del día era cómo contrarrestar la bajada de línea del Banco Central para que la banca privada lanzara líneas de créditos a tasas blandas para aquellas empresas y comercios más golpeados por el aislamiento. El foco estaba puesto en qué piedras iban a poner en el camino con tal de no dar esos créditos que les dejaban rentabilidad negativa contra la inflación. Ni la pandemia sensibilizaba los corazones de los banqueros.

Después del repaso que realizó el presidente del Banco Ciudad, Guillermo Linaje, que si bien era un representante estatal se manejaba con la lógica de un banco privado porque el Gobierno de la Ciudad aplicaba políticas neoliberales, todos quedaron conformes.

La propuesta de votar una reducción en los salarios de los empleados encontró freno rápidamente porque sabían que no era el momento de iniciar una guerra contra la Asociación Bancaria, el gremio que nucleaba a los empleados. El secretario general de la Bancaria era Sergio Palazzo, un dirigente que ya había dado muestras de su inflexibilidad a la hora de negociar paritarias. Un conflicto gremial era lo último que deseaban los gerentes de los bancos en medio de la crisis.

Cuando la reunión se moría, pidió la palabra Amelia Fortunato, quien casi nunca hablaba.

–Cómo muchos de ustedes saben, estuve varios días encerrada en mi casa por haber contraído el Ubik 20 –comenzó Amelia con una voz dulce que conmovió a todos los presentes. La cadencia que utilizaba era tan pero tan precisa que se podía decir que hipnotizaba a los que la escuchaban.

Siguió adelante:

–En los momentos en los que la fiebre me llevaba a lugares casi psicodélicos, muchas ideas aparecían en mi mente y se confundían con otras del pasado. Era como si en mi cabeza se estuviera librando una batalla entre el bien y el mal, entre la nobleza y la mezquindad.

Guillermo Linaje la interrumpió mirando el reloj pulsera:

–Amelia, perdón… Entendemos perfectamente tu necesidad de hacer catarsis pero estamos cortos de tiempo. Si querés después podés tomar un café con quien desees y contarle las vicisitudes de tu viaje hacia los confines del Ubik 20, pero ahora necesitamos que vayas al grano –dijo con tono firme aunque sin perder la amabilidad.

Amelia asintió, como no podía ser otra manera, con un gesto amigable.

–Muy bien. Voy a evitar el preámbulo. Me ilusioné con la idea de que podía sensibilizarlos. Ya había olvidado de la manera que se desarrollaban estas reuniones –dijo sin que la frase sonara a reproche.

–Bien –continuó–. En tiempos de una crisis como la actual se pone en cuestión el modelo de país que queremos construir: o seguimos ajustando a la clase trabajadora en beneficio de los ricos y especuladores o cambiamos la matriz de nuestro enfoque de negocios para ponerle el hombro a una sociedad que, como ustedes estarán de acuerdo conmigo, está ampliando dramáticamente la brecha entre los sectores más ricos y los más pobres. Como banquera, me parece obsceno que 40 familias sean las dueñas del 80 por ciento de la riqueza mientras el 50 por ciento de la gente se debate entre la pobreza y la indigencia.

Edelmiro Colorante, que estaba sentado justo enfrente de Amelia, se puso de pie y aplaudió en soledad el discurso de su colega. El resto lo miró como si se tratara de un desquiciado. Colorante, luego de su reacción, se sentó otra vez sin sentirse avergonzado. Es más, se lo veía orgulloso.

Linaje se reclinó en su sillón y miró al techo. No encontraba las palabras para frenar el alegato de Amelia, quien siguió con su monólogo:

–Creo que llegó el momento de recuperar nuestros bienes estratégicos. Y con esto me refiero a la estatización de la energía y las comunicaciones. Pero como esto escapa a nuestra competencia, vengo a este lugar para plantear dos asuntos que sí están dentro de nuestra órbita: debemos nacionalizar la banca y el comercio exterior.

Todos los presentes en la reunión quedaron atónitos. Nadie sabía qué decir. Amelia aprovechó la duda y siguió adelante:

–En todos los países del mundo existen bancos privados y quedan pocos públicos como aquí lo son el Banco Nación y algunos bancos provinciales. Hasta el Banco Hipotecario, que alguna vez fue el motor para que mucha gente comprara su casa, es gerenciado por banqueros privados. Mi propuesta, y espero que sea tratada en la próxima asamblea, es que dejen de existir los bancos privados y que todos los depósitos pasen a estar unificados bajo un único Banco Estatal. Esto nos permitiría controlar, por ejemplo, corridas bancarias o la suba del dólar, como viene ocurriendo desde hace décadas. También nos daría la potestad de fijar una única tasa de interés y fortalecer los bonos privados y los que pueda emitir el Estado. Con esto quiero decir que podríamos hacer negocios y ganar plata sin necesidad de hostigar a las clases populares.

Finalmente Linaje no aguantó más.

–¿Te contagiaste Ubik o te pico un bichito colorado?, Amelia. ¿Te volviste comunista? –le dijo ante las risotadas de los otros banqueros y ya sí en tono descalificador.

–No –dijo Amelia sin prestar atención a la reacción del resto de los participantes en la reunión–. Estoy hablando de hacer lo que es mejor para el país. Sólo eso. Estoy diciendo que debemos dejar de llenarnos los bolsillos con la usura y a costa del hambre de decenas de millones de personas.

Muchos de los presentes no sabían qué responder. Una que otra risa nerviosa se escuchó en el fondo de la sala. En toda la historia de la Asociación, jamás un miembro había planteado semejante disparate. ¿Renunciar a los privilegios? ¿Negarse la posibilidad de timbear con la plata de los ahorristas? ¿Pensar en fomentar el crecimiento de las industrias en lugar de multiplicar los activos de los bancos? ¿En qué cabeza entraba?   

Linaje fue claro:

–Eso que planteás nunca se va a tratar en este ámbito, Amelia. Podés hacer todos los pedidos que quieras al respecto, presentar uno o mil proyectos, pero jamás vas a juntar la mayoría de votos para torcer la opinión de la comisión directiva. Que te hayas convertido en Teresa de Calcuta de un día para el otro es un asunto que no nos compete. Y hasta te diría más: yo que vos andaría pensando en presentar la renuncia en nuestra organización. Perdés y perdemos el tiempo.

–Eso está por verse –intervino Colorante–. El tiempo en realidad está de nuestro lado. Las cosas pueden seguir como están, pero pronto van a cambiar. Y ese día está mucho más cercano de lo que ustedes se imaginan –los desafió sin dar precisiones sobre lo que podría ocurrir para torcerles el brazo.

–Nunca va a ocurrir, bobo –le retrucó Linaje. Ya había perdido la paciencia. –Siempre fuiste medio idiota –se lanzó a fondo contra Colorante.

El murmullo de los otros miembros de la reunión lo respaldó, aunque se alzó una que otra voz reprobando los insultos.

–Paren un poco, che. Somos banqueros, no barra bravas –intervino Roberto Casasbellas del Banco Piano.

–Es que este pelotudo me saca de quicio –insistió Linaje.

–Ya basta –repitió Casasbellas.

Linaje, que lo respetaba porque había sido uno de sus maestros, agachó la cabeza a modo de aprobación.

–No hay problema –retomó la palabra Amelia cuando bajó el volumen de las voces–. Ustedes prefieren seguir con la especulación. Quieren sostener la situación actual y continuar ganando plata a costa de los ahorros de las personas y de las empresas. Creen que la timba financiera es el paraíso. Los entiendo. Y no saben cuánto, porque yo también estuve hasta hace poco en ese lugar. Pero también les digo que las cosas, como dice Edelmiro, pueden cambiar. Sólo necesito que piensen que si modificamos nuestro proceder podríamos atender las necesidades más urgentes del país y priorizar la productividad de las pequeñas y medianas empresas que siempre están rogando que se les otorgue un crédito a tasas razonables. Es hora que de los bancos dejemos de funcionar como empresas que acumulan capital para maximizar las ganancias y nos convirtamos en articuladores de servicios para la población y en el motor para el crecimiento del país. La nacionalización de la banca apunta a un cambio que pondría en primer plano el bienestar general de la clase trabajadora y de las empresas que apalancan al país. Si la gente gana, si las empresas ganan, no tengan dudas de que nosotros, los banqueros, también vamos a ganar. Y con una ventaja extra que ninguno de ustedes evaluó: vamos a poder apoyar la cabeza en la almohada y dormir tranquilos.

–¿Pero esta mina se volvió loca? –gritó desde la otra punta del salón Marcelo Slavin, del Banco de Valores, interpelando a sus pares–. Eso sería ir en contra del sistema capitalista –le gritó casi en la cara a Amelia, lo que bien podría haberse tomado como violencia de género. –¿Quién mierda quiere apoyar tranquilo la cabeza en la almohada? Yo quiero acostarme en un colchón lleno de dólares –agregó. Y el resto de los presentes, salvo Amelia y Edelmiro, le festejaron la humorada.

Amelia lo miró con indiferencia y se puso de pie:

–Lo que les propongo no sería ir en contra del capitalismo sino cambiar el sistema para poner los recursos a disposición de las necesidades sociales. Nadie habla de terminar con el capitalismo. A lo que me refiero es a convertirnos en capitalistas más humanos. Hablo, señores, de vivir en un mundo más justo. Entiendo que para ustedes es casi imposible cambiar la forma en que piensan desde hace años. Pero si por un segundo se detuvieran a reflexionar, se darían cuenta de que lo que les estoy diciendo en la única salida que tenemos para ser más felices. Y no lo digo en sentido figurado sino en sentido práctico.

Amelia Fortunato juntó sus papeles, se levantó del sillón, inclinó la cabeza a manera de saludo cordial y salió de la reunión.

–Otro día la seguimos –dijo antes de trasponer la puerta de vidrio de la sala.

Edelmiro Colorante, con un dejo de orgullo, la imitó. Pero antes miró a los ojos a Linaje y le habló con una sonrisa que en nada dejaba traslucir las palabras que iba a pronunciar:

–Más pelotuda será tu abuela, gil a cuadros –dijo; y se fue con Amelia.

Linaje y los que permanecieron en la sala quedaron estupefactos.

 

SEXTA ENTREGA: Capítulos 11 y 12

SÉPTIMA ENTREGA: Capítulos 13 y 14

OCTAVA ENTREGA: Capítulos 15 y 16

NOVENA ENTREGA: Capítulos 17 y 18

DÉCIMA ENTREGA: Capítulos 19 y 20

UNDÉCIMA ENTREGA Y FINAL: Capítulos  21, 22 y 23