PRIMERA ENTREGA: Capítulos 1 y 2

SEGUNDA ENTREGA: Capítulos 3 y 4

TERCERA ENTREGA: Capítulos 5 y 6

CAPÍTULO 7

Había salido a fumar un rato. La cuarentena, más allá de lo estricta que era, nos permitía a los fumadores salir a la vereda a dar un par de pitadas. El auto rojo del vecino dobló en la esquina. Hacia quince años que vivía en el barrio y jamás había cruzado una palabra con él. En realidad, sí habíamos hablado. Un domingo, hacía como cuatro años, me había puteado por una fiesta que habíamos hecho con mi novia la noche anterior para celebrar su cumpleaños. Fue en los primeros días de enero. Para ser más preciso, no fueron sólo puteadas. El vecino estacionó su auto en la puerta de nuestra casa y, con la furia de un animal salvaje, comenzó a martillar la bocina rítmicamente. Desde la última habitación de la casa escuchábamos una especie de batucada que terminó alterando el sueño de aquella mañana dominguera de toda la cuadra.

Mi novia salió semidesnuda y enajenada hacia la puerta. Luego de darle dos vueltas a la llave y ver lo que estaba ocurriendo empezó a vociferar:

-¿Pero qué hacés, tarado? ¿Estás loco?

–Ustedes son unos hijos de puta, no pueden poner la música a todo lo que da hasta las 7 de la mañana. Ahora los que no van a dormir son ustedes –gritaba desde el auto.

Como escuchaba los gritos no me quedó más remedio que salir en calzoncillos con la intención de bajar los decibeles de la discusión. Francamente estaba más sorprendido que enojado. Entonces me acerqué a la ventanilla que permanecía cerrada y traté de contemporizar:

–Pero era sábado, che… Tampoco es que hacemos fiestas todos los fines de semana. Además, alcanzaba con que anoche nos tocaras el timbre y bajábamos el volumen –apelé a que comprendiera la situación.

Pero al tipo no le interesaban las explicaciones. Sólo quería descargar la rabia por no haber dormido bien la noche anterior. A todo esto, como mi novia seguía sacada y no paraba de insultarlo, la mujer del vecino apareció en escena para compensar la balanza. Abrió los postigos del piso superior de la casa de enfrente y empezó a soltar una andanada de improperios que involucraban a todo mi árbol genealógico, en una escena que se asemejaba bastante a la de los barrabravas colgados del paravalancha. La situación, según recuerdo, me dio más risa que bronca porque  parecía una comedia italiana. Sólo faltaba que aparecieran Sofía Loren y Marcello Mastroianni.

Como pasa siempre con en este tipo de situaciones, la cuestión se reducía a la posibilidad de agarrarse a piñas o no. Y viendo que yo no tenía la más mínima intención de pelearme y que tampoco entraba en el juego, la discusión se fue disipando con el paso de los minutos. Sin más, el vecino se aburrió, guardó el auto en el garaje y se metió en la casa, con la felicidad de haber dejado salir a pasear al enano fascista que todos llevamos dentro, aunque más no fuera por un rato. Luego de este amargo episodio, nunca más volvimos a hablar ni a cruzar una mirada.

Mientras el vecino estacionaba, yo recordaba con cierta nostalgia aquel episodio. No me apuraba para terminar el cigarrillo porque sabía que no había ni la más mínima chance de cruzar una frase. Mientras cerraba el auto, me di vuelta para entrar a casa. Y en ese momento escuché que me llamaba:

–Vecino… –me dijo.

Giré estupefacto. Me esperaba algún reproche. Sospeché que me iba a amenazar con denunciarme ante las autoridades por salir a fumar afuera de casa y romper la cuarentena.

Se acercó y se frenó a un metro y medio, tal como aconsejaba el Ministerio de Salud para mantener la distancia social. Yo lo miraba expectante mientras él buscaba algo en el bolso. Reparé en que no sabía ni su nombre. 

–Tengo alcohol en gel. Sé que no se puede conseguir en ningún lado. Te dejo un par de botellas para vos y tu novia –dijo mientras extendía la mano y me daba un paquete.

–Tirales alcohol líquido para desinfectarlas, por las dudas –me sugirió para seguir los protocolos se seguridad.

Los agarré y le pregunté cuanto le debía. Sabía que se pagaba una fortuna por cada botella de un cuarto de litro de alcohol en gel.

–Nada, nada. Es un regalo. Los vecinos estamos para ayudarnos. ¿O no?

CAPÍTULO 8

Marcelo Doménica estaba acodado en el escritorio de su productor, manteniendo el riguroso metro y medio de distancia para evitar la propagación del virus en caso de que alguno fuera portador asintomático del Ubik 20. Marcelo ya había estado infectado, se había curado, tenía anticuerpos y no podía contagiar a nadie pero mantenía el secreto bajo siete llaves. Se movía por la vida como si él fuera uno más de los que todavía esperaban enfermarse.

Roberto Sosa, el productor, vestía un camisolín verde agua que le cubría la ropa de calle y usaba barbijo y gafas, ya que el virus podía ingresar al cuerpo por la boca, la nariz o los ojos. El camisolín que se usaba durante el turno de trabajo se juntaba con el resto de los camisolines que utilizaba la gente del canal y se quemaba por las noches, ya que el virus permanecía adherido a las prendas, según decían los expertos, durante tres días. El Ubik, para decirlo sin eufemismos, era un desafío para los infectólogos al tiempo que se convertía en una pesadilla para aquellos que se ocupaban de planificar los cuidados de la población y la forma de evitar el contagio.

Marcelo vestía un traje que le daban en el canal, por lo que esa ropa quedaba resguardada bajo cuidados intensivos para que el virus tampoco la alcanzara. Cada vez que se la sacaba, era rociada con alcohol y desinfectante inodoro, o sea con los únicos agentes eficaces que liquidaban al antígeno.

Doménica miró hacia la puerta y vio como Mariela Salamanca apuraba el paso.

–Mirá –dijo Roberto mientras giraba la computadora para que Marcelo pudiera ver en el monitor la información que le mostraba. Ambos estaban buscando datos para seguir adelante con el noticiero, que en ese momento había entrado en una tanda publicitaria. Era todo un desafío creativo sostener durante horas un monotema y más cuando la cobertura sobre el Ubik 20 llevaba casi dos meses ininterrumpidos. Era como si los femicidios, accidentes de auto, violaciones, robos, el rumbo de la economía, la deuda externa monumental que había dejado el gobierno anterior, las negociaciones con los prestamistas y las relaciones internacionales hubieran dejado de existir. Sólo importaba el Ubik 20 y sus consecuencias. El resto, ya no le interesaba a nadie. O por lo menos a los directores de los canales de noticias, quienes habían bajado la línea de que sólo se hablara del virus. Y el Gobierno, pese a estar jaqueado por un desafío de alcance mundial, había encontrado en el Ubik el relato ideal para darle épica a su gestión. Hacía dos meses que había asumido y hasta el momento en que se había declarado la pandemia, de lo único que se elucubraba era de cómo se iba hacer para pagar la deuda externa a los bonistas, a los fondos buitre y al FMI. Y una negociación de quita de la deuda externa tenía menos glamour que un allanamiento.

Marcelo miró el monitor y leyó en voz alta:

–Estados Unidos ya es el primer país del mundo en contagios. Acaba de pasar a España y a Italia. Se descontroló –agregó–. Nada que no supiéramos que iba a pasar cuando Trump prefirió priorizar la economía por sobre las vidas.

–Mostrame los números de contagio de Francia, España, el Reino Unido y Brasil –le pedí.

Roberto tipeó y rápidamente encontró una página con las estadísticas mundiales al día. 

–Italia segundo, España, tercera; Brasil quinto; Francia octavo y el Reino Unido ya entró en el top ten y sigue creciendo. Nosotros, por ahora, estamos en zona de descenso directo –bromeó con una metáfora futbolera.

–Esos son los contagiados. Dame el ranking de muertos.

Roberto bajó hacia otro gráfico de la misma página.

–Estados Unidos, Italia, España, Brasil, China, Francia y el Reino Unido –enumeró Roberto.

–Ahí tenés la constatación de lo que venimos hablando en privado y no podemos decir al aire. No hay 40 millones de contagiados como nos dicen. Hay muchos más. De otra manera no se explica la cantidad de muertos del Reino Unido. Si los números fueran reales, la enfermedad tendría una tasa de mortalidad de más del 15 por ciento. No tiene sentido. Italia está en el 8 por ciento. China en el 1,5. Estados Unidos en el 6. España en el 7. Brasil en el 9. Y Francia en el 4 por ciento. No hay enfermedad en el mundo que pueda tener tanta diferencia en la tasa de mortalidad entre un país y otro, y mucho menos si son vecinos. Mirá los índices de Corea, Japón o Alemania: están por debajo el uno por ciento.

Mariela Salamanca ya estaba casi junto a ellos. No era habitual verla agitada. La rubia jamás perdía la compostura. Era una mujer de unos cuarenta años y con una belleza muy especial. Tenía facciones casi orientales que le daban a su rostro un aire exótico. Marcelo nunca se había enroscado emocionalmente con ella porque imaginaba que estaba fuera de su alcance, pero era una mujer que le resultaba sumamente atractiva y con la que le gustaba compartir tiempo de calidad. Era, para llamarlo de una manera, la pareja ideal para trabajar. Y también se pasaban sus buenos ratos a solas cuando salían del canal e iban a beber unos tragos al bar que estaba en la esquina. Antes de la pandemia, claro. Porque aquellos viejos hábitos ya eran parte de un pasado reciente que no se sabía cuándo volvería.

–Miren esto –dijo Mariela mientras les alcanzaba el celular. Roberto y Marcelo leyeron lo que les mostraba. En el teléfono aparecía la portada del New York Times que decía en letras tamaño catástrofe: “Trump tested positive”. Y en la bajada se afirmaba: “The president of the United States contracted the Ubik 20”.

Roberto dejó todo lo que estaba haciendo y salió corriendo hacia el control. Marcelo y Mariela, conscientes de lo que se venía, le pidieron al asistente de piso que los microfoneara otra vez y fueron hacia el centro del estudio, esperando que les dieran las directivas pertinentes desde el control para salir al aire de manera inmediata.

–Vamos con un “alerta” les dijo el director una vez que ya contaban con sus auriculares. Cortamos la publicidad y salimos en tres, dos, uno… Aire…

Y las placas comenzaron a rodar con la tradicional música catástrofe. Cuando se detuvieron, el director dijo las palabras mágicas: “Suyo…”

–El presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, se ha contagiado del Ubik 20, tal como ocurrió días atrás con les presidentes de Ecuador y Bolivia –dijo Mariela utilizando el lenguaje inclusivo porque se trataba de un hombre y una mujer–. Por ahora es sólo una especulación. Esperamos confirmación desde la Casa Blanca, pero todo indica que el virus habría sido traspasado por el presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, quien se reunió con Trump, la boliviana Jeanine Áñez y el ecuatoriano Lenín Moreno en los últimos días, en visitas protocolares a esos tres países. Esta noticia conmueve al planeta por lo que se esperan reacciones de los principales líderes mundiales –dijo Mariela con tono muy serio y le dio el pase a Marcelo para que desarrollara el tema.

–Recordemos que Trump, de 73 años, está dentro de lo que se puede considerar población de riesgo por ser fumador e hipertenso, más allá de que sería entendible que la atención privilegiada que se le dará al principal líder de occidente atenuara los síntomas del virus. El brasileño Bolsonaro permanece internado bajo cuidados intensivos por su precaria salud, Lenín Moreno lucha por su vida por ser una persona con múltiples enfermedades preexistentes y Áñez, hasta ahora, es la única los todos los jefes de Estado contagiados que presenta síntomas leves por dos cuestiones: no tiene antecedentes de enfermedades previas y, además, es mujer. Y ya se sabe que el Ubik 20 es más benévolo con el sexo femenino.

–Vamos a ir a una pausa y en instantes ampliaremos esta información que conmueve a la humanidad y que aún está en desarrollo –cerró Mariela.

Miraron hacia los monitores internos y vieron como salían del aire.

El silencio que reinaba en el estudio daba cuenta de que los allí presentes estaban desconcertados.

Marcelo la miró a Mariela y dijo, entre la ironía y el sarcasmo:

–Si Trump no se muere, ¿se va a convertir en un buen tipo? ¿Tenés claro lo que puede desencadenar esta noticia? Si hay algo que podría cambiar al mundo, a la matriz económica del capitalismo, sería un presidente de los Estados Unidos recuperado del Ubik 20, con sus facultades psicológicas alteradas y con una mirada humanista de los problemas. Creo que está más cerca de que lo dejen morir que de curarlo. A nadie vinculado al capital le conviene que Trump se cure.

Mariela lo miró resignada:

–Puede que tengas razón. Da toda la sensación de que Trump está más muerto que vivo.

QUINTA ENTREGA: Capítulos 9 y 10

SEXTA ENTREGA: Capítulos 11 y 12

SÉPTIMA ENTREGA: Capítulos 13 y 14

OCTAVA ENTREGA: Capítulos 15 y 16

NOVENA ENTREGA: Capítulos 17 y 18

DÉCIMA ENTREGA: Capítulos 19 y 20

UNDÉCIMA ENTREGA Y FINAL: Capítulos  21, 22 y 23